Con apenas días de diferencia se publican en la revista Scientífic Reports dos notables hallazgos de paleontólogos argentinos realizados en el Norte y el Sur del país, La Rioja y Santa Cruz. En ambos casos, se trata del descubrimiento de nuevas especies. Pero mientras en el Parque Nacional Talampaya, declarado sitio de patrimonio mundial de la Unesco en 2000 porque alberga un amplio catálogo de fósiles, la búsqueda permitió dar con el cráneo de un pequeño ancestro de los mamíferos (de la familia de los “cinodontes” y del tamaño aproximado de una rata actual) que habría vivido hace unos 220 millones de años y se bautizó como Tessellatia bonapartei, en el otro se trata de un dinosaurio, el megaraptor más grande conocido hasta el momento, que se estima habría vivido en la Patagonia en la época anterior a la extinción, hace unos setenta millones de años. Su nombre: Maip macrothorax.
“Los mamíferos prosperaron después de los dinosaurios, pero sus ancestros convivieron con ellos durante millones de años –explica Leandro Gaetano, investigador del Conicet en el Instituto de Estudios Andinos “Don Pablo Groeber” (Idean) y primer autor del trabajo que lo da a conocer–. Tessellatia deriva de la palabra Latina tessella, cada una de las partes que forman un mosaico, en alusión a la combinación de características de este animal, que lo hacen muy peculiar. La segunda parte del nombre, bonapartei, es un homenaje al doctor José Fernando Bonaparte, investigador del Conicet y uno de los grandes impulsores de la paleontología de vertebrados en Argentina, que describió, en 1971 y 1980, los primeros restos de cinodontes de la Formación Los Colorados”.
Ancestro "mini"
El Tessellatia es una figurita difícil. Pertenece a un grupo del que se habían recuperado restos en distintos lugares del mundo, en Brasil y también en la Argentina, pero no de ese momento en particular. “Entre los 227 y los 210 millones de años de antigüedad hay un vacío en el registro y se conoce muy, muy poquito –explica Gaetano–. Se conocen animales algo más antiguos, de unos 230 millones de años, y algo más jóvenes, de 205, 200 millones de años. Es por eso que este hallazgo llena un hueco, lo que lo hace muy interesante”.
Los científicos del Idean están explorando esa zona desde 2014. Como en verano no se puede trabajar allí por el calor y en invierno los investigadores dan clase en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, solo pueden ir de campaña durante las vacaciones de julio, una época en la que las jornadas son cortas porque el Sol se oculta temprano. Para colmo, los fósiles que buscan son muy pequeños: el cráneo que descubrieron mide apenas tres centímetros o menos.
“Los días son cortos, la luz es mala y la técnica es poco emocionante: consiste en caminar muy, muy despacio, mirando bien de cerca el piso. Lleva mucho tiempo y mucho esfuerzo de concentración, pero los resultados son excelentes –revela Gaetano–. El momento del hallazgo es un instante, porque no hay que hacer una excavación como ocurre con los grandes dinosaurios, se levanta con los dedos. Hay que tener el ojo entrenado, porque estos animales tan chiquitos, si uno no está prestando atención, los pasa por arriba sin darse cuenta. Y eso se ve en el número de especímenes: desde los años sesenta o setenta, cuando comenzó a explorarse esta zona, solo se conocen dos”.
Acerca del Tessellatia no se puede decir que era propiamente un mamífero, pero nunca, en cientos de años de exploración, se halló un huevo asociado con ellos. “No se sabe si daban a luz a crías vivas, como nosotros, o ponían huevos que no tenían las cáscaras calcificadas, como puede ocurrir con un lagarto actual, y entonces no se preservaron –explica Gaetano–. Pero sí se encontraron crías de cinodontes de muy pocos centímetros de tamaño, muy bebés, que no tienen ningún indicio de estar en huevos”.
Como era muy difícil removerlo de la roca, con lo cual se hacía imposible acceder a las características internas del fósil por medios tradicionales, los científicos decidieron estudiarlo a través de tomografías computadas. Y como las tradicionales de rayos X no resultaban suficientemente claras, se optó por emplear equipos de neutrones. Los estudios se hicieron con dos instrumentos distintos, primero en Bariloche, en la Comisión Nacional de Energía Atómica, y luego en Alemania.
Mediante esta técnica, todavía poco usual en paleontología, se pudo estudiar en detalle la anatomía del cráneo, la mandíbula y la dentición, y analizar estructuras que no hubieran sido accesibles de otro modo, como el reemplazo dentario y el recorrido de algunos nervios craneanos en el hocico, que sugieren la presencia de “vibrisas”, escribe Miguel Faigón en la comunicación oficial del Conicet.
“Hay todavía mucho por investigar –dice Gaetano–. Una de las cosas interesantes es que cuando analizamos las tomografías de neutrones, pudimos inferir el recorrido de algunos nervios del hocico. En estudios previos, colegas sudafricanos y argentinos (uno de ellos es el segundo autor de este trabajo) relacionan el recorrido de estos nervios con la presencia de pelos sensoriales (bigotes) en el hocico de los mamíferos, como los perros”.
Entre los autores del trabajo figuran colegas alemanes, que aportaron el equipo de tomografía y uno de los técnicos del Conicet, Eugenio Steimbach, que puso a punto los programas para poder procesar las imágenes obtenidas, demasiado pesadas para ser procesadas por una computadora normal.
La “cosecha” de esta campaña es promisoria. Según destaca Gaetano, ésta es la primera de las publicaciones, pero encontraron otros cuatro especímenes que están a la espera de publicación para el futuro cercano.
El frío de la muerte
El otro especimen, llamado Maip, fue descubierto en El Calafate por un equipo multidisciplinario liderado por Fernando Novas, jefe del Laboratorio de Anatomía Comparada del Museo Argentino de Ciencias Naturales (MACN), que incluyó a colegas japoneses y hasta protagonizó una historia “de película” al registrarse los primeros casos locales de Covid-19 y declararse el aislamiento obligatorio.
“El descubrimiento de Leandro [Gaetano] y Fernando Abdala en este lugar tan espectacular, tan lindo, pero difícil de caminar, es excelente –explica Novas, maestro de generaciones de paleontólogos argentinos, refiriéndose al trabajo de sus colegas–. Indaga en el origen de los mamíferos. Es una cuestión sobre la que durante años la pelota la tuvieron los sudafricanos, los norteamericanos. De repente, empieza a haber descubrimientos cada vez más y más interesantes en Brasil y, luego, también en la Argentina. Hoy, diría que la pelota para hacer los goles está del lado de acá. Nos remonta a hace 240 millones en la zona de lo que hoy es La Rioja. En contraste, con Maip, avanzamos casi al final de la era de los dinosaurios. Estamos hablando de hace unos 70 millones de años y del sur de la Argentina, más precisamente a unos 30 kilómetros al suroeste del Calafate. Allí hay un yacimiento extraordinario, detrás de la estancia La Anita, donde en unas barrancas que miden más o menos unos 500 metros de altura, conformadas por rocas del período Cretácico sumamente prolíficas, se encuentra una profusión de restos fósiles que incluyen no solo huesos de dinosaurios gigantes, sino también de aves, dientes de mamíferos, restos de peces, caracoles, plantas, polen. Provoca un sentimiento que en mi vida profesional no lo tuve nunca, es un sitio de una riqueza inusual que nos permite reconstruir un ecosistema completo. Es casi único, por lo menos en Patagonia, por lo que nos obligó a reunir un grupo de trabajo multidisciplinario en el cual no solamente está mi equipo del laboratorio, sino que tuvimos que invitar (y lo hicimos con gusto, porque se genera un ambiente extraordinario de trabajo) a colegas que se dedican a la paleobotánica, a estudiar el polen de esas plantas, a geólogos, a paleoentomólogos, especialistas en paleoinvertebrados…” En suma, alrededor de treinta especialistas.
En marzo de 2019, Mauro Aranciaga Rolando, becario del Conicet y hoy primer autor del trabajo de Scientific Reports, se encontró allí con un hueso y, al levantarlo, se dio cuenta de que pertenecía a un integrante de la familia de los megaraptores, que en el Cretácico prosperaron en la Patagonia, pero también fueron hallados en Australia, Tailandia y Japón.
“Teníamos parte del esqueleto, pero como la roca era muy dura, había que volver al lugar con herramientas especiales, mazas, martillos. Y eso hicimos –recuerda Novas– al año siguiente, en marzo de 2020. Justo cuando se desató la pandemia”.
En el grupo participaban cinco científicos del Museo de Historia Natural y Ciencias de Tokio. Estaban haciendo descubrimientos extraordinarios cuando, más o menos por el 20 de ese mes, empezaron a registrarse casos de Covid, una infección desconocida en ese momento, en el país y también en El Calafate. Al bajar del campo, alrededor del 25 de marzo, los científicos se encontraron con una ciudad despoblada. “No había gente en la calle y tuvimos que cumplir un aislamiento obligatorio de 10 días en cabañas –cuenta Novas–. Fue gracias a la intervención de Roberto Salvarezza, en aquel momento Ministro de Ciencia, y de Ana Franchi, presidenta del Conicet, que nos brindaron todo su apoyo logístico y hablaron con los funcionarios de las provincias que teníamos que atravesar (cada una con sus propias disposiciones), que pudimos volver a Buenos Aires”.
“Fue un momento de gran angustia –sigue Novas–, porque sabíamos que el virus estaba en El Calafate, pero había un gran desconocimiento, podíamos habernos contagiado, desarrollar un cuadro grave, necesitar internación… Nuestras familias estaban preocupadas. Por suerte, no pasó nada de eso. Una senadora nacional, la señora Ana María Ianni, logró que parte del plantel viajara en avión y los 20 restantes pudimos ir atravesando todas las fronteras, a lo largo de 2700 km en camionetas, sin mayor inconveniente, porque ya la presidenta del Conicet se había comunicado con los distintos gobernadores para que nos permitieran regresar”.
Pero allí no termina la historia. Superada esa contingencia, debieron enfrentar otro inusitado desafío: el procesamiento de las piezas. “Con el técnico de mi equipo, Marcelo Isasi, nos preguntamos cómo hacer, si no podíamos ir a trabajar al Museo? –rememora el científico–. Entonces dije: distribuyamos los martillos neumáticos que tenemos en el laboratorio, repartamos compresores y herramientas, y que cada uno trabaje en su casa. Mauro Aranciaga Rolando, se llevó su domicilio los fósiles del Maip y los preparó con gran profesionalismo para que los materiales terminaran impecables. Así pudimos estudiarlos y publicar hoy los resultados. Es decir, le ganamos a la pandemia”.
Un colectivo de cinco toneladas
El nuevo dinosaurio, una especie desconocida hasta ahora, tenía entre nueve y diez metros de largo (como un colectivo) y pesaba alrededor de cinco toneladas (aproximadamente lo mismo que un elefante). A diferencia del tiranosaurio, grande y pesado, creen que era ligero y se erguía sobre sus patas traseras para caminar y correr. También pudieron constatar que tenía brazos terminados en garras de hasta cuarenta centímetros de largo.
“Eran curvadas, afiladas, muy comprimidas transversalmente, no chatas como nuestras uñas, sino como una hoz en el extremo del dedo –describe Novas– con la que deben haber despedazado a sus víctimas. Por eso el nombre que Mauro eligió para bautizarlo: Maip, que en la mitología aborigen alude al ‘frío que mata, que baja de las montañas o de los Andes’. Era un ser maligno de la mitología Tehuelche que habitaba en la cordillera y mataba usando el frío”. El término macrothorax, por su parte, hace referencia a la enorme cavidad torácica que poseía este dinosaurio
Los paleontólogos ya tenían información sobre la familia de los megaraptores: el primero de los hallazgos de este grupo de dinosaurios fue Megaraptor namunhuaiiquii, descubierto en 1996 precisamente por Novas en la provincia de Neuquén. El científico recuerda que “fue un impacto grande, porque se trataba de un enorme carnívoro nunca antes visto. Después, se descubrieron parientes más pequeños de esta especie en Australia. Ahora tenemos a uno de los más grandes, robustos y de los últimos que vivieron en la zona antes de la extinción masiva de fines del Cretácico”, destaca.
Aunque hoy el sitio del hallazgo está rodeado de montañas, glaciares, lagos, hace millones de años la cordillera de los Andes todavía no se había elevado y era un ecosistema cálido en el que había caracoles acuáticos y terrestres, plantas de distinta filiación, casi una selva, con charcos, lagos, arroyos, y diversas criaturas como ranas, tortugas, peces, aves pequeñas y mamíferos. “De todos esos organismos que vivían en ese entonces fuimos colectando restos fósiles, y ahora, con Maip, agregamos a un super depredador, lo que nos permite ir completando la pirámide alimenticia”, subraya Novas.
Pero quedan preguntas sin respuesta. “Aún desconocemos varias partes del esqueleto de este animal, como el cráneo y los brazos, por eso pensamos volver al lugar para buscar más fósiles”, adelanta Novas en un comunicado del Museo. Para contestarlas, los paleontólogos ya están planificando una próxima expedición que esperan concretar a comienzos de 2023.
1) Gaetano, L.C., Abdala, F., Seoane, F.D. et al. "A new cynodont from the Upper Triassic Los Colorados Formation (Argentina, South America) reveals a novel paleobiogeographic context for mammalian ancestors” (https://doi.org/10.1038/s41598-022-10486-4)
2) Mauro Aranciaga Rolando, Matías Motta, Federico Agnolín, Fernando Novas, Makoto Manabe y Takanobu Tsuihiji "A large Megaraptoridae (Theropoda: Coelurosauria) from Upper Cretaceous (Maastrichtian) of Patagonia, Argentina" (https://doi.org/10.1038/s41598-022-09272-z)