El Atlas Mundial de la Obesidad, que acaba de publicar la federación mundial de esta patología predice que para 2035 los costos del sobrepeso y la obesidad serán equivalentes al 3% PBI global, una cifra comparable con el impacto económico de la pandemia de Covid-19 en 2020.
Si no se hace algo, para esa fecha más de 4000 millones de personas vivirán con sobrepeso (51% de la humanidad vs. el 38% actual), y uno de cada cuatro tendrá obesidad. En la niñez podría duplicarse en comparación con 2020, especialmente en las chicas, ya que esta condición está aumentando más rápido entre los más jóvenes que entre los adultos. Y los más afectados son los países de ingresos bajos y medios. De los 10 con peores expectativas, nueve pertenecen a este grupo, y están ubicados en Asia o África.
En la Argentina, 12 asociaciones de pacientes también dieron a conocer un documento en el que intentan hacer visible su impacto y proponen mejoras para su abordaje. El Manifiesto de Obesidad, elaborado a partir de dos foros con especialistas, recomienda que se tracen programas de prevención y políticas públicas que promuevan hábitos saludables basados en evidencia científica, educación para adoptar hábitos saludables y disminuir el estigma social, abordaje integral, acceso a una atención multidisciplinaria, gratuita y de calidad centrada en la persona, con especial énfasis en la salud mental, y campañas de comunicación en el nivel comunitario para concientizar sobre su prevención.
“La obesidad constituye un problema global de salud pública –afirma Emilia Arrighi, doctora en Psicología de la Salud, especialista en psiconcología y directora general de la Universidad del Paciente y la Familia, y una de las firmantes–. El aporte principal de este documento es que refleja las necesidades de los propios pacientes de enfermedades crónicas de mayor prevalencia en nuestro país, como cáncer, diabetes, enfermedades endocrinas poco frecuentes, enfermedades reumáticas como lupus eritematoso sistémico, fibromialgia y artritis reumatoidea; esclerosis múltiple y hemofilia. Entre las medidas que se proponen se hace especial hincapié en la necesidad de implementar políticas públicas que establezcan programas de prevención y promoción de la salud a través de la educación a lo largo de la vida, y especialmente desde edades tempranas. Por otro lado, que el Estado ponga a disposición dispositivos de salud de fácil acceso para que las personas que conviven con obesidad puedan recibir un tratamiento integral que incluya no solo los aspectos clínicos, sino además el seguimiento por parte de un nutricionista especializado y de profesionales de la salud mental. Las organizaciones trabajan día a día para ofrecer actividades educativas y de concientizacion a la población, pero no son suficientes si no se realizan acciones coordinadas con el Estado”.
La obesidad se considera una enfermedad crónica no transmisible que responde a múltiples factores, y aumenta el riesgo de desarrollar o empeora el curso de centenares de patologías. “En las próximas décadas podría superar al tabaquismo como principal factor de riesgo prevenible de cáncer”, afirma el Manifiesto.
Se estima que está vinculada con por lo menos 2,8 millones de muertes anuales en el continente. En nuestro país, 6 de cada 10 adultos tienen sobrepeso u obesidad, lo que representa un aumento del 74% desde 2005. Pero si bien en ningún momento de la vida es inocua, preocupa especialmente su prevalencia en la niñez.
Un chico obeso tiene cuatro veces más riesgo de serlo en su adultez y su tasa de curación o remisión completa libre de enfermedad es menor que en muchos cánceres.
"Aunque ahora tenemos medicamentos a largo plazo que pueden mejorar mucho el exceso de peso y la enfermedad metabólica que la acompaña en la mayoría de los casos, nos queda mucho por hacer en la prevención, ya que los niños presentan un panorama muy oscuro con respecto a los índices de obesidad y enfermedades que la acompañan –dice Rosa Labanca, docente de la UBA y miembro de la Sociedad Argentina de Obesidad y Trastornos Alimentarios (Saota)–. Lo importante es no engordar, porque después es muy difícil volver a bajar”.
Aquí, el 24% de los preescolares, el 37% de los escolares y el 27% de los adolescentes están excedidos de peso. Por su parte, la obesidad afecta al 10% de los preescolares y adolescentes, y al 18% de los escolares. Según múltiples estudios, los chicos que nacen con desnutrición y luego engordan a los diez u once años tienen hasta seis veces más riesgo de presentar diabetes tipo 2 e hipertensión.
En las mujeres, los especialistas destacan que la prevención debe comenzar antes del embarazo, ya que genera mayor riesgo de complicaciones durante este proceso y el parto, mayor tasa de cesáreas, mayor dificultad para iniciar y continuar la lactancia, que es precisamente un recurso contra la obesidad…
Los fármacos contra la diabetes y la obesidad (como la liraglutida, la semaglutida y la tirzepatida) que ayudan a lograr pérdidas de peso de hasta el 20%, si bien no serían una “panacea”, porque están indicados para un cierto tipo de pacientes y su costo es elevado (en Europa, entre 150 y 250 euros mensuales), ofrecen nuevas herramientas.
"Tenemos mejores expectativas, porque están apareciendo productos que son más específicos y permiten un mejor abordaje de los cambios alimentarios, con menor sufrimiento y resistencia al cambio de alimentación –explica Julio Montero, presidente de la Saota–. Son medicamentos que controlan el apetito, pero no lo hacen en forma directa (como la terapia convencional que actuaba directamente sobre las neuronas), sino a través de vías reguladas por el mismo organismo; son algo así como análogos de hormonas, con lo cual la acción es más específica".
Un punto importante es que, si no se hace prevención primaria y secundaria, estos medicamentos deberán utilizarse en forma crónica. "En ausencia de políticas alimentarias globales, la modificación del comportamiento alimentario implica un esfuerzo individual sostenido –dice Montero–. Cada persona pertenece a un grupo, un núcleo de convivientes que generalmente tienen los mismos hábitos, entonces es muy difícil despegarla de su vida alimentaria previa, a menos que uno tenga un medicamento que actúe como un anestésico de esas necesidades. O sea, que la farmacopea tiene que ir acompañada de políticas públicas y del surgimiento de instituciones, organizaciones de salud que sean referentes".
“No hay duda de que la obesidad es una enfermedad crónica y recurrente, no se soluciona con fuerza de voluntad y esa idea hizo mucho daño porque estigmatiza. El problema empieza con la epigenética durante el embarazo, luego con la genética, el cerebro… La comida es un factor entre todas las causas”, explicó la endocrinóloga y coordinadora de la Unidad de Obesidad del Hospital Vall d’Hebron de Barcelona, Andreea Ciudin, en una sesión organizada por Science Media Centre España.
Para el investigador en epidemiología social y cardiovascular de la Universidad de Alcalá, Luis Cereijo, que participó en el mismo encuentro, no son tanto la actividad física y la dieta, sino los determinantes sociales los que hacen que unas poblaciones puedan hacer más actividad física y comer mejor que otras. “Hay que ir a la raíz de los problemas para conseguir grandes cambios poblacionales”, destacó.
En ese sentido, una de las principales estrategias que se implementó en la Argentina es la Ley de Promoción de la Alimentación Saludable, que establece un sistema de advertencia nutricional con octógonos negros que llevan leyendas en mayúscula con los mensajes “Exceso en azúcares”, “Exceso en sodio”, “Exceso en grasas totales”, “Exceso en grasas saturadas”, “Exceso en calorías”. También “prohíbe el ofrecimiento, comercialización, publicidad, promoción o patrocinio en los establecimientos educativos de nivel inicial, primario y secundario del Sistema Educativo Nacional de alimentos y bebidas analcohólicas que contengan al menos un sello de advertencia o leyenda precautoria” y contempla la regulación de la publicidad tanto en medios de comunicación masiva como en los envases dirigidos especialmente a los chicos”. De este modo, se ofrece mejor información sobre el contenido nutricional de los llamados “multiprocesados”, identificados por la OMS como una de las principales causas del aumento de obesidad en el mundo.
“La obesidad es una enfermedad transmisible. ¿Cómo se transmite? Por la publicidad. Las personas no comen alimentos, comen marcas –subrayó Guido Girardi, ex senador de la República de Chile en ocasión de una jornada organizada por la Fundación Interamericana del Corazón en torno de la implementación de leyes de este tipo en la región–. Tenemos que volver a consumir alimentos, no marcas. Solo en mi país, los chicos ven 8.544 spots de publicidad de comestibles por año. Por la epigenética [los mecanismos que regulan la expresión de los genes en diálogo con el ambiente], no solo se están comprometiendo a sí mismos, sino también a otras generaciones”.
No basta con decir “‘coma menos y muévase más’ –agregó la endocrinóloga–: hay que entender que comer mucho no es la causa, sino un síntoma. Los fármacos nos ayudan a hacer algo sobre ese síntoma, pero no se pueden usar solos” y también aclaró que todavía no hay suficientes evidencias sobre cuánto tiempo deben tomarse y por ahora es ensayo y error.
Ambos especialistas españoles subrayaron que la culpabilización y la estigmatización no ayudan a detener la enfermedad. “Dile a una persona que trabaja demasiadas horas que a las ocho de la tarde saque la energía para ir a correr sola al parque –destacó Cereijo–. Decimos que no pain, no gain, [sin dolor no hay recompensa], pero es que hay gente que vive su día a día en el pain y no gain [esfuerzo sin recompensa]. (…) La dieta y el ejercicio están asociados con la obesidad, pero también con la desigualdad”. Y hay muchas personas que no tienen ni el dinero, ni la educación, ni el tiempo, ni las condiciones familiares y sociales como para adoptar hábitos saludables.