A 45 años de su lanzamiento, las naves Voyager envían noticias del océano cósmico

Fueron lanzadas el 20 de agosto y el 5 de septiembre de 1977, y hoy llevan sus discos con testimonios del planeta Tierra a miles de millones de km de distancia

05 de septiembre, 2022 | 08.31

Corría 1977, el año de la muerte de Charles Chaplin, el mismo en que un grupo de investigadores identificó una bacteria que causaba neumonía en los legionarios (la bautizaron Legionella: sí, la misma que acaba de causar un brote en Tucumán) y en que se había realizado el vuelo de bautismo del transbordador Enterprise montado sobre un Boeing 747. Ese mismo año se lanzaron dos naves espaciales extraordinarias. Mañana, 5 de septiembre, se cumplen exactamente 45 del despegue de la Voyager 1. Su hermana melliza (la Voyager 2) había partido 15 días antes, el 20 de agosto.

Visión artística de las Voyager

Las pequeñas viajeras de alrededor de 800 kg (incluyendo unos 100 kg de instrumentos científicos) fueron planeadas para realizar entre 1979 y 1986 una exploración detallada del sistema solar exterior, desde Júpiter hasta Urano. Después, se internarían en el gélido vacío cósmico, vagando por regiones remotas, y se convertirían en emisarias de la Tierra al reino de las estrellas llevando un mensaje para posibles civilizaciones extraterrestres en lugares y tiempos distantes: un disco con 118 fotografías de nuestro planeta, de nosotros mismos y de nuestra civilización, casi 90 minutos de música, un ensayo en audio sobre “Los sonidos de la Tierra” y saludos en casi sesenta idiomas humanos (y en un lenguaje de ballenas).

“Para mí, son las naves más extraordinarias de la historia –comenta el astrónomo Diego Bagú, exdirector del Planetario de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP)–. Con ellas completamos el primer gran viaje por el Sistema Solar”. Y coincide Mariano Ribas, Jefe del Área de Divulgación Científica del Planetario de la Ciudad de Buenos Aires Galileo Galilei: "Fue la única que visitó cuatro planetas. En el caso de Urano y Neptuno, la única que llegó hasta allí". 

Neptuno, fotografiado por la nave Voyagerr

“En abril de 1977 yo había tenido mi primera clase de astronomía en la entonces Escuela Superior de Astronomía de la UNLP –cuenta la astrónoma Beatriz García, directora del Proyecto Pierre Auger–. La Voyager 1 se convirtió en ese objeto para seguir en busca de los fascinantes datos que seguramente iba a obtener y enviar a la Tierra, tal como sucedió. Un impacto similar al producido por el [telescopio espacial] Hubble o por el James Webb, que entonces eran inimaginables. Los medios de comunicación eran otros, las noticias no circulaban como ahora y sus maravillosos descubrimientos tardaban en hacerse públicos. Sin embargo, estas naves realizaron cosas tan espectaculares que todas las imágenes de libros y revistas hasta bastante después del Hubble, seguían siendo las de las Voyager: los planetas gigantes y sus lunas, Júpiter y la primera imagen de sus anillos, o sus helados satélites (Europa, Ganímedes, Calisto y el súper volcánico Io) o la luna gigante de Saturno, Titán. Maravilla tras maravilla que fueron tomadas por Carl Sagan y usadas de manera tan magistral en su serie Cosmos que el año en que se transmitió en la Argentina la matrícula del Observatorio de La Plata ¡se multiplicó por diez!”.

Saturno

Los responsables de esta cápsula del tiempo que sigue viajando a la deriva en las inmensidades cósmicas fueron Carl Sagan, Frank Drake, el pionero del programa SETI de búsqueda de inteligencia extraterrestre (autor de la ecuación que lleva su nombre para estimar el número de civilizaciones extraterrestres que podrían existir en el universo, que acaba de morir a los 92 años), Ann Druyan, Timothy Ferris, Jon Lomberg y Linda Salzman Sagan.

Para tiempos y seres futuros

Las hermanas viajeras abrieron nuestros ojos al universo. Enviaron imágenes con un nivel de detalle sin precedente de los mundos más lejanos del Sistema Solar y primeros planos increíbles de nuestro vecindario cósmico,

Pero además, abrieron caminos insospechados en la exploración espacial, ya que su recorrido fue posible por una afortunada conjunción de dinámica planetaria y visión científica. A finales de los años setenta, los planetas exteriores del Sistema Solar se alinearon como no lo hacían desde 1801. Esto no hubiera sido mucho más que una curiosidad astronómica, si Gay Flandro, un posgraduado del Laboratorio de Propulsión a Chorro (JPL, según sus siglas en inglés), no hubiera advertido que una sonda lanzada entre 1976 y 1978 podría aprovechar la “asistencia gravitatoria” que recibiría al pasar por las cercanías de esos cuerpos celestes para acelerarse.

La gran mancha roja de Júpiter

Los ingenieros que planearon su trayectoria calcularon su rumbo con mucha precisión para condensar en doce años un recorrido que por medios normales hubiera durado 30. Desde entonces, muchos aprovecharon esta técnica (que también se utilizará en la próxima misión Artemis a la Luna) para ahorrar combustible y reducir el tiempo de viaje.

Se estima que las Voyager visitaron más planetas, descubrieron más lunas y tomaron imágenes de más lugares desconocidos que ninguna otra nave de la historia. Enviaron las primeras fotos cercanas de Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno, y de sus lunas, aunque solo disponían de capacidad para guardar unas cien fotos de máxima resolución.

Fueron las primeras en acercarse a los anillos de Júpiter, Urano y Neptuno. También las primeras en descubrir volcanes activos más allá de la Tierra (en Io) y múltiples lunas de los cuatro planetas exteriores: tres nuevas lunas en Júpiter, cuatro en Saturno, 11 en Urano y cinco en Neptuno.

También fueron testigos de relámpagos en un planeta distinto de la Tierra (en Júpiter) y las primeras que detectaron rastros de un océano debajo de la cubierta helada de la luna Europa, y en hacer acercamientos extremos a otros cuerpos celestes.

Visión artística de las Voyager

Pero las Voyager también son los primeros objetos humanos en ingresar al vacío interestelar, la primera misión en dejar atrás la heliosfera (Voyager 1, 2012); la primera que midió la intensidad total de los rayos cósmicos sin la protección del Sol y la densidad del medio interestelar (Voyager 1), y la primera que midió el shock de la finalización del viento solar (Voyager 2).

“Las dos naves siguen firmes en su trabajo científico, incluso después de tantos años, ¡cuarenta y cinco! –destaca el astrofísico Alejandro Gangui, del Instituto de Astronomía y Física del Espacio (IAFE)–. El año pasado la NASA informó acerca de la medición continua, por primera vez, de la densidad de la materia en el espacio interestelar a partir de datos de la Voyager 1 y también reportó la primera detección de sonidos interestelares”.

Cápsulas del tiempo

Según informó la agencia espacial norteamericana, “Hasta no hace mucho, todas las naves espaciales de la historia habían realizado sus mediciones dentro de nuestra heliosfera, la burbuja magnética inflada por nuestro Sol. Pero el 25 de agosto de 2012, la Voyager 1 cambió eso (…) Ahora, una década después, una escucha atenta de los datos está arrojando nuevos conocimientos sobre cómo es esa frontera”.

Y continúa: “Si nuestra heliosfera es un barco que navega por aguas interestelares, la Voyager 1 es una balsa salvavidas que acaba de caer de la cubierta, decidida a estudiar las corrientes. Por ahora, cualquier agua turbulenta que sienta proviene principalmente de la estela de nuestra heliosfera. Pero más lejos, sentirá los movimientos de fuentes más profundas y eventualmente esta se desvanecerá por completo”.

El disco con los "Murmullos de la Tierra"

Resulta que, como el océano, el medio interestelar es agitado por olas turbulentas. Las más grandes provienen de la rotación de nuestra galaxia. Otras surgen de las explosiones de supernovas y se extienden miles de millones de kilómetros entre cresta y cresta. Las ondas más pequeñas suelen provenir de nuestro propio Sol, ya que las erupciones solares envían ondas de choque a través del espacio que impregnan el revestimiento de nuestra heliosfera.

Estas olas revelan pistas sobre la densidad del medio interestelar, cómo se forman las estrellas e incluso nuestra propia ubicación en la galaxia y dos antenas de la Voyager fueron diseñadas para escucharlas.

Lo sobresaliente de estas naves es justamente que luego de cuatro décadas aún estén enviando información –se admira Bagú–. Cuesta creerlo. Es más: hace unos días, los controladores habían encontrado un error en la transmisión. Le enviaron una orden a la computadora desde la cual llegaba la señal ¡y lograron subsanarlo!”.

Hoy, la Voyager I se encuentra a una distancia seis veces mayor que la que existe entre la Tierra y Neptuno, el planeta más alejado de la familia solar. A más de 23 mil millones de kilómetros, necesitará 40 mil años o más para acercarse a la estrella más cercana, Ross 248, en la constelación de Andrómeda. Tras 11 meses sin ningún contacto, el año pasado la Voyager 2 volvió a comunicarse desde una distancia de más de 18.000 millones de kilómetros (https://voyager.jpl.nasa.gov/mission/status/).

Los responsables de mantener vivas a las pequeñas viajeras interestelares son un puñado de ingenieros, algunos de los cuales trabajan en esta misión desde la década del 80. Ellos logran que sigan funcionando con computadoras que tienen menos memoria que un celular de 16 gigas, y permanecen atentos a sus débiles murmullos que llegan desde miles de millones de kilómetros de distancia.

“Mandan sus mensajes, reciben respuestas... cumplieron con todos los objetivos que se plantearon –dice García–. Marcaron a una generación, de la misma manera en que lo hizo la llegada a la Luna, en 1969. Cuando pienso en las Voyager siempre recuerdo la película de 1979, Star Trek, en la que la tripulación de la Enterprise se encuentra con una nave alienígena comandada por alguien que se hace llamar V’Ger, que resulta ser una máquina viviente. En el corazón de la nave, V'Ger revela ser la sonda espacial no tripulada Voyager 6, lanzada en el siglo XX desde la Tierra. En su viaje de regreso, la sonda obtuvo tanto conocimiento que logró formar una conciencia, y se siente vacía y sin propósito. Solo a través de su creador, V'Ger podrá explorar las cosas ilógicas, como los universos paralelos... Y su creadora es precisamente la especie humana. Descubrimos hacia el final que V’Ger es lo que queda del nombre completo escrito en la nave: Voyager 6. Ficción o realidad, la Voyager 1 sigue aún en el espacio explorando nuevas fronteras. La última imagen que envió, ese "punto azul pálido”,  según palabras del mismo Sagan, es fuente de inspiración para muchos y cada 14 de febrero se celebra en todo el planeta el proyecto de ciencia ciudadana  que nos lleva a repetir:  ‘Mira de nuevo ese punto, eso es aquí, es nuestro hogar’”.

Para Gangui, ambas naves entraron en el imaginario popular por ser una suerte de cápsulas del tiempo. “No olvidemos que transportan esos discos cubiertos de oro con imágenes y sonidos de la Tierra [y nuestra ubicación en el espacio] para que cualquier civilización extraterrestre que los halle y tenga la capacidad tecnológica de reproducirlos pueda comprender que existe vida inteligente en el Universo”, subraya.

Como sintetizó el propio Sagan: “Dentro de miles de millones de años, nuestro Sol habrá reducido la Tierra a la condición de ceniza chamuscada. Pero el disco Voyager estará casi intacto, en otra región remota de la Vía Láctea”.