Género y violencia laboral: Antonio Laje es solo la punta del iceberg

11 de diciembre, 2021 | 00.05

El periodista y figura televisiva Antonio Laje fue denunciado por maltrato por varias ex mujeres compañeras de trabajo. La información se conoció a partir de las repercusiones de la salida intempestiva de María Belén Ludueña del programa Buenos Días América. Luego un tuit del conductor Ángel De Brito donde lo acusó de ser un maltratador y estar protegido “por mucha gente con poder que lo apoya”, logró romper el cerco protector de la figura de Laje. Inmediatamente se hicieron públicos varios testimonios de otras periodistas y trabajadoras de canal América y A24 que lo denunciaron públicamente por violencia laboral, maltrato y acoso sexual.

La periodista Eugenia Morea contó sus vivencias y calificó al conductor como un “depredador psicópata”. “Fue un año con maltrato, un año con acoso, no solo de él, de su productora también. Me decía que era una inútil, que no aportaba nada al programa. Cuando me llamaba a la oficina para retarme, iba temblando. Entre nosotros no era malo, pero delante de todos me gritaba, me humillaba” , relató la columnista que hoy forma parte de Crónica y radio Continental.  “El problema no éramos nosotras, el problema eras vos Laje que me maltratabas delante de la gente, pero por WhatsApp me decías que estabas enamorado de mí”, dijo.

Por su parte Maite Pistiner, comunicadora que hizo un reemplazo con él en el noticiero matutino de América TV, manifestó que luego de compartir aire volvía a su casa llorando y terminó internada con un problema en el cuello. Agregó que en ese momento “sacrificó su bienestar” por el prestigio que le daba el programa y durante mucho tiempo en su cabeza llegó a pensar  “estás exagerando, mejor cállate, te vas a quedar sin laburo en los medios, no te conviene hablar si estás justamente buscando laburo”. Y agregó: "Sé que el silencio es complicidad, pero también tengo miedo. No sé. Estoy en una puja interna del cambio social que quiero y el pánico individual".

Algo similar expresó la nutricionista Fiorella Vitelli, quien trabajó como columnista en el programa de Laje y fue desvinculada de un momento para otro sin explicación: “Había empezado a naturalizar ciertas conductas de violencia. Eso es muy importante para tener en cuenta. Cuando echaban personal, compañeras me decían 'cuidate, estate atenta'. Una no se empieza a dar cuenta o dice 'debe ser así' porque no conozco otra cosa. Es importante saber que cuando hay una situación de violencia laboral no es de una sola la persona responsable. Capaz uno piensa que es la persona que está enfrente de cámara, pero no podría hacerlo si no hubiese todo una estructura atrás" .  

Luego de estos testimonios se sumaron otras ex compañeras de América TV como Alexis Puig, quien se expresó en Twitter y escribió "¡No te cree nadie, psicópata!", y Sandra Igelka que relató que Mauro Viale la llamaba para ir al programa y Laje se lo prohibía. Y sumó: “De las reuniones se iba pateando la puerta y diciéndome: ‘Vos eso no lo hacés’, ‘Vos estás loca’. Me costó terapia, enfermarme mal. Fui a abogados, pero no había opción, si hacía la denuncia judicial me quedaba sin trabajo. Además, quedás como el problemático para los medios”.

Desde la organización Periodistas Argentinas se difundió un comunicado donde se convoca a "terminar con la violencia laboral YA". En el documento público se pide a las empresas de comunicación que “cumplan con el marco legal vigente que tipifica y sanciona el maltrato laboral“ y al Poder Ejecutivo que “reglamente en forma urgente la Ley de Equidad en Medios, que es la herramienta que garantiza la erradicación de estas conductas". El colectivo señala que los testimonios de las colegas dan cuenta de las diferentes formas de violencia que se vienen denunciando desde hace varios años como “Insultos, humillaciones, acosos, negación y ninguneo de la palabra, degradación o pérdida de puestos de trabajo al regresar de la licencia por maternidad constituyen, entre otras conductas inadmisibles, prácticas que forman parte del paradigma de producción de noticieros y programas de tevé, diarios, radios, portales web a lo largo y ancho de nuestro país, tanto en medios públicos como privados”.

El problema no es solo de Argentina. En el marco del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, que es el 25 de noviembre, la Federación Internacional de Periodistas (FIP) informó que casi dos de cada tres mujeres que trabajan en medios de comunicación fueron víctimas de amenazas, abusos o intimidaciones en relación con su trabajo, situaciones que afectaron su desarrollo profesional, bienestar y vida privada. Estos hechos pueden provenir de colegas y compañeros, superiores, fuentes de información, personas con poder o usuarios anónimos en redes sociales.

El dispositivo del miedo a hablar

“Si hablaba no trabajaba más. Estuve un año sin laburo, un año de terapia, de no poder hablarlo. Salté ahora porque no puede seguir pasando. Vi lo de Fiorella y me animé a hablar. Fue muy frustrante para mi carrera. Todavía tengo la espina. Laje nos destruyó a nosotras”. Esto es lo que respondió Morea cuando la consultaron por qué no había denunciado previamente a Laje. Maite Pistiner también se refirió a lo mismo: “Es difícil hablar de estos temas porque hay muchas cosas que en los medios no se dicen y se saben. No se dicen porque el que las dice después se queda sin trabajo, es así”.

En los relatos el rasgo que se identifica como común es la sensación de miedo a denunciar por la posibilidad de perder el trabajo. Lo que llamamos “cultura del silencio” se produce a partir de dos grandes mecanismos de disciplinamiento: el de las víctimas al no poder denunciar por miedo a perder el trabajo y no conseguir otra cosa; y la complicidad machista entre varones que deciden ocultar, silenciar o minimizar el maltrato hacia sus compañeras, los abusos sexuales, el acoso sexual y los diferentes tipos de violencia. Este circulo vicioso habilita a los agresores a reproducir las violencias a diario con la impunidad de saber que no corren ningún tipo de peligro.

No poder renunciar o irse de un trabajo es también producto de la brecha de género que existe con respecto al empleo,  las posibilidades de crecimiento profesional y la independencia económica. En el mundo en general a las mujeres y disidencias les resulta mucho más difícil conseguir empleo que a los hombres. En Argentina según mediciones del INDEC cada vez se amplía más la brecha de género laboral. El último año el desempleo en el universo femenino fue 8 décimas mayor al nivel general, cuando para los varones fue 6 décimas menor. Como todo sistema, el patriarcal resulta de un engranaje multidimensional cuyas piezas se combinan para asegurar su reproducción permanente y eliminar los agentes que lo ponen en peligro. Por eso la violencia no es solo verbal, sino también económica.

En el caso de los medios de comunicación la brecha se potencia dado el bajo nivel de participación y las pocas oportunidades profesionales que tenemos las mujeres. Según la investigación “¿Quién figura en las noticias?” de 2020 del Proyecto de Monitoreo Global de Medios (GMMP) en Argentina las mujeres ocupan solo el 26% de los puestos de trabajo en prensa, radio y televisión. La cantidad de ofertas de puestos trabajo es muy baja con respecto a la alta demanda, y esto funciona como un claro mecanismo de disciplinamiento social.  Además se identifica que las áreas de trabajo donde hay mayor participación de mujeres son la sección de Género y lo que se conoce como áreas blandas (cultura, educación, espectáculos, etc.) que tienen menos reconocimiento o prestigio profesional, en comparación con los espacios más masculinizados como la economía o la política, más cercanas al poder. Esta situación también potencia la brecha de género en lo que tiene que ver con una promoción o el crecimiento en la escala jerárquica de la organización.

En los puestos de toma de decisiones el problema es aún mayor. El estudio “Situación del periodismo local en la Argentina” desarrollado por el Foro de Periodismo Argentino (FOPEA) con el apoyo de Google News Initiative, mostró que solo el 14% de los puestos jerárquicos en medios de comunicación del país están ocupados por mujeres. Las directoras mujeres están a la cabeza de solamente 354 de los 2.464 medios encuestados. La mayoría de mujeres profesionales en los medios ocupa roles en los departamentos administrativos o en la redacción, y su presencia se reduce en los departamentos técnicos y en las esferas de dirección.  Y si finalmente las mujeres logran llegar a puestos directivos lo hacen solas, sin el suficiente poder para modificar los criterios gerenciales y los hombres siguen tomando la mayoría de las decisiones. La distribución es plenamente inequitativa y desequilibrada, y tiene que ver con el hecho de que el mapa de medios esta híper concentrado en pocas manos y manos masculinas. La falta de acceso al poder significa la imposibilidad de debatir, tomar decisiones, proponer cambios, incidir sobre una línea editorial o los contenidos,  y modificar las políticas laborales de las empresas.

El límite de las denuncias virtuales en la realidad cotidiana

La década que vivimos pareciera estar marcada por el peso y el impacto de las denuncias y la información que circula en redes sociales: por casos de violencia de género, acoso, discriminación, maltrato laboral, etc. El formato de comunicación sin intermediarios burocráticos y la repercusión que garantizan las redes sociales hacen que las denuncia se vuelvan rápidamente virales, algo que no sucede en general en las Instituciones donde se tiende a relativizar las experiencias y muchas veces se pone en duda la voz de las mujeres. No casualmente la práctica de la revictimización es moneda corriente. Las redes tienen el poder de pinchar la agenda espontáneamente, y sobre todo cuando de trata de un tema que involucra a personas conocidas, celebridades, famosos, etc.

La denuncia de Laje escaló rápidamente. Además de la indignación generalizada y la condena social es probable que suscite alguna medida ejemplificadora y políticamente correcta en la empresa de comunicación.  Pero me pregunto: ¿qué más? ¿Acaso genera un cambio por fuera del mundo de las redes y las celebridades? ¿Qué pasa con la indignación afuera del estudio y los medios de comunicación? ¿Llegan estos acontecimientos a impactar y transformar la realidad de millones de mujeres sin twitter, sin voz legítima, y sin los recursos económicos, culturales y sociales necesarios? ¿Qué debería pasar para que se instale una necesidad real y genuina de modificar la matriz cultural y económica patriarcal? ¿Acaso se traslada la demanda a otros sectores de la economía?

Un ejemplo de este fenómeno fue el famoso #MeToo en Estados Unidos. Dicha campaña de 2017  tuvo origen en una serie de denuncias de actrices y artistas de acoso sexual en contra del famoso productor de Hollywood Harvey Weinstein. Durante el primer día, solo en Facebook casi 5 millones de personas se pronunciaron al respecto. Gracias a la movilización social y la articulación colectiva entre celebridades de renombre como Ashley Judd, Gwyneth Paltrow, Angelina Jolie, Lady Gaga o Ema Thompson, el productor fue condenado a 23 años en una prisión de Nueva York, y se logró sentar en el banquillo de los acusados a otros hombres poderosos como Dustin Hoffman, el expresidente de Costa Rica, Óscar Arias Sánchez; Kevin Spacey; el cantante Ryan Adams; Woody Allen; el director Mark Sachwahn; o el comediante Louis C. K. Si bien se trata de un gran paso y representa la búsqueda de justicia para las actrices de Hollywood, en el mundo exterior, en el mundo de lxs nadies, no generó grandes cambios.

Aquí es cuando hace falta detenerse en un punto clave que señaló Vitelli: “Cuando hay una situación de violencia laboral no es una sola persona la responsable”. Hoy es Laje, pero mañana será otro. Y es necesario remarcarlo dado que en la era de las denuncias suelen transcender los nombres, se repiten hasta el cansancio y hasta se ha instalado la práctica de la cancelación como una resolución posible del problema. Pues lamentablemente no lo es. La atomización de un caso, la centralización de una problemática social compleja en una sola dimensión,  o su  reducción a un nombre, funciona como fusible. La construcción mediática de una figura culpabilizable solo contribuye a mirar el árbol y no el bosque.

La búsqueda de la culpabilidad es un punto necesario y justo para reparar el daño sobre las víctimas puntuales. En caso de incorporarse una denuncia formal será tema de la justicia determinar la pena o el castigo, y también cada institución decidirá cuál es la mejor medida disciplinaria a tomar según la gravedad del caso. Sin embargo a la hora de pensar cómo resolver una problemática social y cultural es necesario empezar a desarmar lo que sucede por atrás de los nombres: los roles sociales y las maneras de vincularse que configuran las relaciones de poder.

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