El escrache fue una herramienta política que agrupaciones ligadas al proceso de memoria, verdad y justicia crearon en un momento histórico para mostrar la inacción o complicidad del Estado con los represores de la última dictadura cívico-militar. Cuando llegó Néstor Kirchner a la presidencia, y saldó esa deuda al poner en marcha los procesos de juicio a los genocidas, el dispositivo dejó de utilizarse. Años más tarde, las redes sociales impulsaron prácticas relacionadas a la cancelación o al punitivismo, entre ellos el feminismo que, ante la ausencia del aparato judicial y la pasividad de las fuerzas de seguridad para proteger a las mujeres, también usó este recurso para señalar a acusados de violencia de género, de abuso o de femicidio.
Hoy, seis años después del Ni Una Menos y luego de una efervescencia de denuncias, el dispositivo se pone en debate. Algunas voces dentro del mismo movimiento señalan que se produjeron casos en los que fue aplicado sobre personas inocentes con resultados fatales, y apuntan a las consecuencias de los escraches virtuales en los sujetos señalados por la maquinaria de la cancelación, el papel de los medios de comunicación, el funcionamiento de la Justicia y la responsabilidad de los usuarios de las redes sociales en este tipo de hechos.
Uno de estos casos fue el de Javier Messina, alias Dios Punk, un artista callejero de Rosario que fue acusado mediante un audio viral de WhatsApp de intentar drogar a una chica en un colectivo con burundanga, y los medios de comunicación mostraron su cara aún sin siquiera estar imputado. A pesar de que los análisis de sangre y los testigos lo desincriminaron, la continuación de agresiones físicas por la calle, la lentitud para cerrar el proceso judicial y el agravamiento de un padecimiento mental terminaron con su suicidio un año después del escrache. Esta historia es relatada en el podcast La Segunda Muerte del Dios Punk, de reciente aparición en Spotify y producido por Erre Podcast con apoyo de Radio Universidad Nacional de Rosario.
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Ausencia y violencia
"Estas manifestaciones son consecuencia de la ausencia de respuesta efectiva, rápida o accesible del Estado ante situaciones de violencia de género. Durante el proceso de identificación de los genocidas, fue necesario utilizar el escrache como herramienta política contundente, hasta fue posible que se institucionalice. Pero claramente se ha avanzado, y desde nuestro punto de vista hay que ser muy cuidadosas de no reproducir mecanismos que tienen un borde violento y preocupante para el tipo de sociedad y democracia que pretendemos", dijo a El Destape Gabriela Sosa, directora ejecutiva de la Mesa Federal de Mumalá (Mujeres de la Matria Latinoamericana).
En ese sentido, la dirigente feminista advirtió que "la política de justicia por mano propia o linchamiento son propuestas de las usinas ideológicas más conservadoras o de centroderecha que tenemos en este momento en Argentina y otros países de Latinoamérica". Desde Mumalá, aclaró, no se promueve esa mirada punitivista, ya que "no es esta sanción lo que reduce la violencia de género". Y continuó: "No es con el aumento de penas que vamos a resolver un problema cultural y social de siglos. Queremos un Estado fuerte, no reemplazarlo. Y hay que hacer un gran trabajo con los varones, esto no se termina con una multa ni con la invitación a un festival", destacó.
Por su parte, el psicoanalista y docente universitario Mauro Ontanilla marca que "los escraches son actos reactivos que tienen un efecto allí donde la Justicia no está presente para señalizar algo sin pruebas, por mano propia, y tienen efectos catastróficos para los cuales no estamos preparados". Por casos que conoce por su profesión, observa que "continuar después de recibirlo es muy complicado, porque se suma la cuestión de la estigmatización, que produce una herida muy fuerte".
Sin embargo, subraya que no es una problemática que solamente exista dentro de las esferas feministas, ya que de ella participan todos los grupos sociales. "El mundo se configura entre los unos y los otros, y ese bloque binómico se repite en todos los órdenes: el otro es el enemigo, el que me roba, el que me amenaza. Los sectores de la sociedad donde cae ese estigma de la peligrosidad han sido muchos a lo largo de la historia argentina: los inmigrantes, los gauchos, los locos, los subversivos, los pibes con gorra. Se responde a ellos con una violencia en espejo imaginaria que produce efectos devastadores a niveles subjetivos", analizó.
Un camino que propone para enfrentarla es "propiciar legalidades o terceridades", ya que "cuando no operan los contratos o pactos sociales, aparece un desnudo y un vacío que propicia una violencia desmesurada y despiadada". A eso se le suma "un escenario digital donde parece que todo es posible, donde el anonimato hace muy simple poner cualquier cosa en una red social, que parece que no hace daño pero tiene consecuencias muy graves". Al respecto, advirtió que "si el punto de partida es que el otro es una amenaza, no va a haber ningún tipo de construcción colectiva más que destruir a un supuesto enemigo. En la nueva derecha, lo que prima es el individualismo y se apunta a romper el lazo social, el otro es una amenaza a mis libertades. Y el estigma cala como anillo al dedo".
Redes y viralización
"Esto nos interpela por varios lugares, no se puede reducir a escrache sí o no. Hay que pensar el contexto en el cual estamos, qué tipo de feminismos queremos y qué sentidos se disputan hacia adentro, porque como movimiento social son sumamente heterogéneos", reflexiona Virginia Giacosa, comunicadora social y militante feminista. Personalmente, aclara que si bien los escraches tienen un origen con la agrupación HIJOS en medio de un contexto muy distinto, no está a favor de la práctica "porque trae generalmente una reproducción de la violencia". Por eso, entiende que "es al Estado en sus tres poderes al que hay que seguirle reclamando, y el escrache no es la solución ni la salida, porque es más punitivismo", y en cambio se declara "a favor de las garantías y de las salidas creativas, por una gestión de los conflictos diferente".
En cuanto a los linchamientos virtuales, entiende que las nuevas generaciones "hacen un uso diferente de las redes sociales, con el recurso de lo viral y del celular para expresarse", pero considera que "siempre el camino, más allá de las falencias o de la temporalidad de la Justicia, es ir por la denuncia judicial antes de usar las redes, sobre todo teniendo en cuenta cómo queda expuesta la víctima, que queda sola cuando baja la ebullición de la denuncia". Y opinó, consultada por El Destape: "Vivimos en una sociedad violenta y atravesada por el machismo, y el castigo no es la forma de resolverlo sino trabajar en las estructuras que habilitan estas violencias, pensando en una reparación".
Desde el punto de vista de la comunicación, el profesor de Epistemología de la UNR Sebastián Stra aportó que el fenómeno "tiene que ver con la naturaleza de estas plataformas, que acrecentaron un poco e hicieron más complejo el ecosistema mediático", al correr el control de la información pública de las normativas institucionales. "Hace años existía la figura del gate keeping del medio de comunicación, que es quien manejaba el switch de qué se publica y qué no. Pero ahora todos somos potenciales comunicadores que podemos introducir en la agenda pública algún tema, evento y objeto. Somos homo mobilis que portamos sistemas de comunicación que nos permite registrar, grabar, documentar y fotografiar, y eso ha roto el umbral de la comunicación de lo que se hacía público".
En los casos de los escraches virtuales, para Stra, lo que sucede es que "se llevan al paroxismo las consecuencias de algunas prácticas que tienen que ver con ese cambio de escala del conjunto de medios tradicionales a las plataformas sociales, y sobre todo la vinculación a un régimen escópico de visibilidad absoluta, que es lo que construye la matriz subjetiva contemporánea" ya que "hoy tenemos acceso a casi la totalidad de las prácticas humanas, tanto privadas como públicas". En esa línea, los seres humanos "nos constituimos como sujetos digitales, que construyen un cinismo digital. Nos autoeditamos, nos autodiseñamos, y cuando aquello que queremos presentar como público se ve de alguna forma intervenido, eso constituye cierto malestar y afectación a los sujetos".
En este contexto, en el cual la disputa sobre el sentido y la apelación a las emociones más violentas del ser humano por parte de las nuevas derechas están a la orden del día, el campo está abierto para re-debatir la pertinencia del uso de estas alternativas sancionatorias, una vez introducida la variable del impacto en la persona que se convierte en blanco de una campaña de cancelación, pero también atentos a posibles consecuencias sobre la víctima.