La historia de Pablo, el hijo de un genocida que escuchó a su padre hablar sobre las torturas: "La manipulación también era puertas adentro"

Su historia está atravesada por los secretos familiares que salieron a la luz a cuentagotas, gracias a su insistencia. Cómo es ser hijo de un genocida y transformar todo ese dolor en lucha a favor de la Memoria, la Verdad y la Justicia.

24 de marzo, 2023 | 00.05

Pablo Verna es abogado e hijo del genocida Julio Alejandro Verna, excapitán y médico traumatólogo del Hospital de Campo de Mayo durante la última dictadura cívico-militar. Luego de una juventud cargada de dudas, en 2013 confirmó que su padre había participado de los conocidos “Vuelos de la Muerte”, aplicando anestesia a las víctimas que luego eran arrojadas, con vida, al Río de la Plata.

Cuando dio con las respuestas a sus preguntas, Verna decidió poner a disposición de la justicia lo que su padre había confesado. De esa manera, logró declarar en el juicio oral por la Contraofensiva de militantes montoneros y denunció a su padre por los crímenes ocurridos durante la dictadura. Además, forma parte de la agrupación “Asamblea Desobediente”, que reúne a otros familiares de genocidas que comparten sus historias, reflexionan y trabajan para ampliar las respuestas de un momento histórico que marcó de tristeza a nuestro país.



¿Cuánto influyó en tu vida estudiar Derecho y cuánto consideras que fue una elección por la vida que tuviste?

Estudiar abogacía me ayudó a reflexionar sobre un montón de cosas que yo no tenía conocimiento. Desde la cursada se me potenciaron esas ganas de preguntar y repreguntar sobre cosas que había visto y escuchado de chico. En 2006 se me despertó aún más las ganas de saber cosas, sobre las cuales yo ya tenía mis dudas. De chico había escuchado justificaciones absurdas, negaciones que nunca me cerraban y desde el Derecho llegué a reflexiones que me abrieron la puerta a muchas respuestas.

Hoy que resolviste muchas de tus dudas, ¿cómo recordás tu infancia?

Más allá de todas mis dudas, considero que tuve una infancia y una adolescencia normal, a diferencia de otros compañeros y compañeras. Mi familia estaba conformada por mis padres y dos hermanas. En un principio vivimos en un barrio militar del sur del país. En el 76 nos vinimos a vivir a Liniers y en el 78 nos mudamos a San Fernando, cuando a mi padre lo designan en el Hospital de Campo de Mayo. Ese fue un poco el recorrido que hicimos.

Algo diferente de mi infancia, quizás, es haber entendido que los militares aplicaban la acción psicológica, incluso en sus propias casas. Recuerdo que una vez mi padre, para una Navidad, quiso moldear mi pensamiento diciendo que si los subversivos tomaban el poder, no íbamos a tener más Navidad, porque los comunistas eran todos ateos y de esa forma no había más fiestas. Usaban esas manipulaciones, incluso con los más chicos de sus familias. La manipulación y extorsión, no era solo hacia afuera, sino también puertas adentro.

¿Recordás esa primera charla que tuviste con él, donde le planteaste tus dudas?

Siempre hice mis preguntas, porque sentía que había cosas que no me cerraban. Yo venía preguntando, averiguando, haciendo conexiones sobre cosas que había escuchado en el pasado. Pero recuerdo una charla que tuvimos en 2009, fue una charla telefónica donde yo le estaba preguntando sobre mis dudas y él me dijo no le preguntara más nada, porque no me iba a dar ningún dato, aunque lo torturen o lo maten. En ese momento pensé: “Con respuestas así, no hay muchas más dudas de que había participado de algo”, pero todavía no sabía en qué. Ese mismo día, más tranquilo, me acuerdo de que me volvió a llamar para convencerme de que lo que había pasado en nuestro país había sido una guerra y en ese momento supe que sí, él había estado implicado en el genocidio y yo le aclaré que ya no tenía dudas de su participación durante la dictadura.

¿Cómo confirmaste que tus dudas no estaban erradas?

Para 2013, una persona de la familia me cuenta que mi madre le había contado que mi padre había participado de los conocidos “Vuelos de la Muerte”, inyectando a las víctimas y en el secuestro de los compañeros y compañeras militantes. Unos meses después, mi padre le confiesa a esta misma persona otra participación: él había participado del homicidio de 4 personas que fueron secuestradas, anestesiadas y una vez ingresadas en un auto, arrojados en un riacho, cerca de la zona de Escobar. Aunque suene duro, me quedó la explicación de por qué habían hecho eso: lo hicieron de esa manera porque al estar anestesiados, seguían respirando e iban a morir ahogados. De esa manera iba a figurar en la autopsia.

Un tiempo después, en 2013, hablé con él sobre eso que le había confesado a un familiar, pero nunca a mí. Fue una charla de tres horas, en la que, primero, negó todo. Entre tantas preguntas y repreguntas que le hice esa vez, después ya no me refutaba nada y me quería manipular, para que esto quedara entre nosotros dos. 

¿Qué hiciste en ese momento? 

Cuando terminé de confirmar mis sospechas, me pasaron muchas cosas. Estuve dos años muy alterado y tenso. Pero, a la vez, sentí mucha satisfacción al saber una verdad que estuve buscando mucho. Sé que suena fuerte, pero fue aliviador saber tantas verdades.

Lo primero que hice fue contactarme con Pablo Llonto, que es el querellante de la causa “Contraofensiva Montonera”, con quien puse toda esta información a su disposición y a fines de 2013 hice la denuncia contra mi padre, en la secretaría de Derechos Humanos, y esa denuncia fue remitida a la causa donde se investigan estos hechos de 1979 y 1980, que coincide con el año que mi padre fue designado al Hospital de Campo de Mayo. Si bien la decisión fue difícil, haberme quedado en silencio hubiese sido una complicidad a nivel humano y hubiera afectado mi dignidad. Hoy yo me siento más militante de derechos humanos, que hijo de un genocida.

¿Cómo era tu vínculo con tus padres y qué cambió cuando supiste la verdad?

Siempre fue un vínculo distante, más que nada porque siempre hubo cosas que no entendía o no me cerraban y de las cuales nunca me brindaban una respuesta a mis preguntas. Sin embargo, cuando las sospechas eran cada vez más claras y las verdades se iban acercando cada vez más, mi distancia con mis padres iba progresando. La relación se iba desmoronando y el afecto iba desapareciendo de a poco. Podría decirte que desde el 2009 ya había mucha distancia, pero finalmente, en 2013 rompí el vínculo por completo.

Pese a la denuncia que realizaste, la justicia no te permite declarar en contra de tu padre ¿cómo viviste ese impedimento?

En términos legales, el Código que se aplica tiene prohibiciones de denunciar y atestiguar para el familiar, salvo que el delito haya sido cometido en perjuicio del denunciante o de otra persona de igual grado de relación. Si tomamos esos artículos, sí, está prohibido, pero considero que no se puede aplicar, porque el Derecho Internacional de los Derechos Humanos tiene establecido que no puede haber obstáculos para que los Estados cumplan con su obligación de investigar, juzgar, sancionar y prevenir los crímenes contra la humanidad. Entonces, si el orden jurídico interno tiene este obstáculo, el Estado está incumpliendo con las obligaciones internacionales. Por eso, considero que mi testimonio, como el de otros compañeros y compañeras, deben ser incluidos en las causas. Incluso en 2017, con familiares de otros genocidas, presentamos un proyecto de ley donde pedimos reformar el Código Procesal Penal, para poder denunciar y también declarar como testigos en contra de nuestros padres en los juicios de Lesa Humanidad.

¿Cuál es la situación judicial actual de tu padre?

Mi padre aún no fue juzgado ni imputado por esos casos. En la instrucción, mi padre solo está imputado por la querella. Espero que en algún momento se avance con la investigación y con su imputación, pero por el momento está en una instancia de investigación, a requerimiento de la querella.

¿Cómo es tu vínculo con los miembros de Historias Desobedientes?

Actualmente hay dos agrupaciones en Argentina, de familiares de genocidas: Historias Desobedientes, y Asamblea Desobediente, al que pertenezco yo. Hay dos agrupaciones porque, como en todos lados, pueden surgir diferencias tiene que ver con cómo, qué y por qué hacer las cosas. Nos reunimos por primera vez en 2017 y el colectivo se fue configurando grupalmente. Participamos en movilizaciones sociales vinculadas a derechos humanos, así como organizamos actividades en escuelas, centros culturales y asociaciones comprometidas con estas causas. Con “Asamblea Desobediente”, realizamos un cine-debate desde hace casi 3 años, coordinado por la compañera Lili Furió y que ha sido un encuentro muy valioso con muchas y muchos militantes.

¿Cuánto creés que se ha logrado desde la militancia de los grupos de derechos humanos?

Yo creo que el movimiento de derechos humanos en nuestro país viene, desde hace años, logrando desmentir y desenmascarar a los genocidas, a sus cómplices y beneficiarios. Hay un enorme trabajo por la Memoria, la Verdad y la Justicia, con más de mil condenados. Sin dudas, hay siempre mucho más por hacer, no sólo en cuanto a las causas. A pesar de eso, desde el 2017, y con el degradante fallo de la Corte Suprema que se conoció como “2x1”, el Poder Judicial comenzó a otorgar cantidades de prisiones domiciliarias, salidas transitorias y demás beneficios a los genocidas. Son muchísimos los casos en que es evidente que las y los jueces, que conceden estos beneficios, no han tomado conciencia del exterminio del que fue objeto nuestro pueblo. Los genocidas hoy buscan estar en sus casas y no presos mediante beneficios, que no son más que impunidad disfrazada de cualquier otra cosa. Por eso, creo que hay que mantener viva la Memoria, la Verdad y la Justicia, en todos lados y todos los días.