El principal problema que tiene Cristina Fernández de Kirchner es que no la entienden. Prácticamente nadie, entre todos los interlocutores que ofrece la política argentina, responde a los estímulos que viene hilvanando en cada mensaje público desde hace más de seis años, cuando en una madrugada fría y lluviosa en Comodoro Py habló por primera vez desde que terminó su segundo mandato, y hasta el viernes pasado en El Calafate.
En todo este tiempo habló como opositora y como oficialista, como expresidenta, como candidata a la cámara alta, como senadora, como candidata a vicepresidenta y luego ya como vice, en actos, videoconferencias y por carta, en la calle, en universidades, en teatros, en estudios de televisión, en estadios de fútbol, en capital y en el interior. Pero en cada una de esas apariciones fue enhebrando un discurso consistente, propositivo y que, por ahora, pasó desapercibido.
Se trata de una suerte de actualización doctrinaria que plantea cómo debe ser el kirchnerismo en esta época, que ya no es el 2003, ni el 2011, ni el 2015 y que nunca volverá a ser como entonces. Nuevos objetivos. Nuevas estrategias. Y, hete aquí la sorpresa, es un programa conciliador con un discurso dialoguista que hace eje en el consenso y toma una posición casi de centro, al menos en lo que hace a las herramientas necesarias para afrontar problemas a la vez estructurales y urgentes.
Una moderación instrumental, una transversalidad pragmática que reconoce, como ya hizo el kirchnerismo tantas veces a lo largo de sus veinte años de historia, la necesidad de establecer alianzas con socios subóptimos para garantizar primacía política. Duhalde, Scioli, Cobos, Scioli de nuevo, Alberto Fernández, Massa. Elija su propia aventura. Ya aquella mañana gris de abril del 16 CFK comenzó su discurso recordando que “el primer presidente perseguido fue Hipólito Yrigoyen”.
Ese día habló “no solamente por el 49 por ciento” de votantes del Frente para la Victoria sino “por el 51 que lo votó” a Mauricio Macri. “No se enojen ni con su amigo, ni con su vecino, ni con su pariente por cómo votó, porque eso nos divide y no nos sirve. Yo creo que tenemos que estar unidos”, agregó antes de llamar por primera vez a la conformación de “un gran frente ciudadano” en el que “habrá gente que nunca será kirchnerista” porque “el chango lo tienen que llenar igual los k, los anti-k y todos”.
En julio del 16 Fernández de Kirchner volvió a aparecer en un plenario de estudiantes secundarios en la localidad de avellaneda, donde planteó: “Si para hacer algo tenemos que estar de acuerdo desde el punto A hasta el Z no vamos a hacer nada. Hagamos una cosa: fijemos como método de construcción que si hay 20 puntos y estamos de acuerdo en 2, vamos por esos 2, y cuando consigamos esos 2 vamos por más. De eso se trata en definitiva la construcción política”.
Dos meses más tarde participó de un acto de la Federación Universitaria de La Plata donde dijo cosas que resuenan con mucha actualidad. “La tarea y el desafío de todos ustedes es persuadir y convencer, este es el desafío de todo militante y todo cuadro político”, aseguró. También dijo que “la democracia es por definición heterogénea” y por tanto “la construcción política no puede dejar de ser heterogénea” porque “si no, no es popular, nacional y mucho menos democrática.”
El 17 de octubre participó por vía remota de un acto en la UMET por el día de la Lealtad y dejó otras definiciones que permiten seguir reconstruyendo el mapa. “Yo no creo que si uno indaga en las grandes mayorías nacionales tengamos ideas tan diferentes acerca de la Nación”, arriesgó. También llamó a reconstruir “una nueva gran mayoría, que no alcanza con los peronistas, ni con los que son kirchneristas y no son peronistas, ni alcanza tampoco con los amigos radicales”.
Salto a agosto de 2017, a pocos días de las primarias en las que competiría para ser candidata a senadora por la provincia de Buenos Aires. En el Club Merlo hizo uno de sus últimos actos de esa campaña. “Los problemas que afrontamos no son problemas de partidos ni partidarios. El tema de la comida, de los chicos en los comedores, no es un tema partidario, tienen hambre todos los pibes, los hijos de padres que votaron a uno o al otro”, dijo.
“Siempre hay problemas, pero cuando en una sociedad el problema es el trabajo porque no hay, la comida porque falta, los servicios públicos porque no se pueden pagar, o los remedios porque no se pueden comprar, ahí estamos en lo que yo denomino el piso democrático, algo previo a cualquier partido político, porque ¿qué fuerza política puede no conmoverse frente a la falta de trabajo, de comida, de plata para los remedios o de no pagar los servicios?”, agregó.
Cinco días más tarde, en la madrugada del 14 de agosto, cerca de las cuatro de la mañana y luego de un largo recuento cargado de tensiones, siguió hilando su doctrina: “Un país no se puede gobernar enfrentando a unos con otros. Esto no significa no discutir, no hay que tenerle temor a la discusión, al debate, es parte de la democracia, hace que uno se sienta vivo, no hablo de eso, estoy hablando del enfrentamiento, el odio, la estigmatización del otro”.
Ya como senadora, intervino por primera vez en el recinto el 27 de diciembre de 2017, en la sesión en la que se discutía el presupuesto del año siguiente y la reforma tributaria. Allí hizo referencia a “cosas que hay que discutir en serio en la República Argentina”, entre ellas “el tema de la restricción externa, el tema del dólar, de una economía bimonetaria, que además está vinculada directamente con otro problema estructural de la Argentina en materia económica, que es la inflación”.
Casi un año más tarde, intervino en otra discusión presupuestaria, trajo a cuento a Perón en su etapa de “león herbívoro” para comentar que “la yegua también es un animal herbívoro” y decir que “para acabar con la cultura bimonetaria va a ser necesario un gran acuerdo político nacional, de derecha a izquierda, porque el problema de la escasez de dólares no es un problema ideológico” sino que “es un problema de sostenimiento de la actividad económica”.
En la sorpresiva presentación de su libro Sinceramente en la Feria del Libro, en mayo del 19, CFK rescató la figura del exministro de Economía de esa época de peronismo herbívoro, José Ber Gelbard, autor de un proyecto de pacto social (no casualmente mencionado esta semana por la flamante ministra de Economía, Silvina Batakis, como uno de sus principales referentes en esa actividad) y propuso nuevamente la necesidad de un acuerdo de ese tipo.
Durante toda la gira que hizo con la excusa editorial, machacó con los mismos conceptos, casi siempre en los momentos cúlmines de cada presentación:
- “Vamos a tener que hacer un nuevo contrato social de ciudadanía responsable donde nos pongamos de acuerdo. Estamos a tiempo para construir una mirada común, que no quiere decir pensar igual pero sí llegar a acuerdos básicos sobre las cosas que nos permitan volver a pensarnos como un país con futuro” (Santiago del Estero).
- “El espíritu de unidad nacional debe volver también porque los problemas son muy graves, muy serios y muy profundos y se va a requerir un gran proceso de unidad nacional para poder afrontar los mismos. Tenemos que decidir los argentinos y argentinas si somos capaces de sentarnos a discutir y debatir los problemas que tenemos” (Rosario).
- “Aspiro a que los debates los podamos dar civilizadamente, que podamos escuchar sin decir vos sos tal cosa o tal otran y que prime en esas discusiones y en esos debates las razones y no los insultos ni tampoco los prejuicios, porque también tenemos que bajar todos un poquito la guardia de los preconceptos que tenemos” (Resistencia).
- “Yo soy mucho más capitalista, conmigo había capitalismo en la Argentina, no me jodan más con eso del capitalismo, que no me jodan más con lo del capitalismo, por favor, conmigo había capitalismo” (Río Gallegos).
- “Esto va a requerir de todos un gran espíritu de unidad nacional, de convocar a una unidad nacional, independientemente de lo que digan o hagan los dirigentes, tenemos que convocar a todos los argentinos y a todas las argentinas a una tarea que todos sabemos que no va ser fácil, pero con la certeza sí que lo vamos a hacer defendiendo los intereses de la gente” (Malvinas Argentinas).
- “Un acuerdo estratégico para armar un modelo de sociedad que necesariamente tiene que ser de perfil industrial, que es el gran generador de trabajo, que también tiene que ser de ciencia y tecnología. Tiene que ser virtuoso, tiene que ser articulado y yo creo que estamos ante una oportunidad histórica, dadas las circunstancias de poder hacerlo. Pero tiene que haber voluntad y tiene que haber reconocimiento” (La Plata).
- “Un nuevo orden y un nuevo contrato social, en el cual aporten todos en la medida de sus responsabilidades porque cuánto más tenés, más responsabilidad se tiene” (Misiones).
- “Tengo fe en la construcción política, creo que vamos a iniciar una etapa política diferente. Alberto es una persona de mucho diálogo, de mucho hablar, de mucho conciliar, es capaz de hablar una, dos, tres, cuatro, cinco, veinte, bueno… Pero yo quiero que también los sectores que más se han beneficiado y quienes pueden seguir comiendo, estudiando, viajando, viviendo, le presten un poco de atención a los que ya apenas pueden sobrevivir” (La Matanza).
- “Tenemos que intentar ser todos un poco diferentes, poner lo mejor que podamos poner. Todos tenemos dificultades, todos tenemos problemas. Siempre, obviamente, estoy hablando en lo que hace a acordar, no estoy hablando del esfuerzo monetario, el esfuerzo monetario lo tendrán que hacer los que más tienen, porque no se les puede seguir pidiendo nada a los que menos tienen. Pero me refiero a actitudes. Debemos tener, por ahí, actitudes diferentes” (Calafate).
- Ya como vicepresidenta, volvió a la carga con una serie de cartas críticas al gobierno y la oposición. En la primera escribió: “El problema de la economía bimonetaria es, sin dudas, el más grave que tiene nuestro país, y es de imposible solución sin un acuerdo que abarque al conjunto de los sectores políticos, económicos, mediáticos y sociales de la República Argentina. Nos guste o no nos guste, esa es la realidad y con ella se puede hacer cualquier cosa menos ignorarla”.
En julio del año pasado, en una de las pocas participaciones que tuvo en la campaña, en Lomas de Zamora, planteó que “cuando esta pandemia termine los poderosos van a ser más poderosos y los débiles más débiles y los ricos van a ser más ricos y los pobres van a ser más pobres” y pidió “por responsabilidad histórica, por convicción personal y por representación popular abordar este debate con todos los argentinos piensen como piensen y estén donde estén”.
Después de otro período de silencio, sólo interrumpido por su actividad epistolar, CFK volvió hace algunas semanas a recobrar protagonismo con una serie de disertaciones con excusas diversas en las que, entre diatribas contra el equipo económico y cuestionamientos políticos al presidente, volvió a insistir en el mismo sentido, esta vez con mayor urgencia a causa de que la delicada situación económica y social que atraviesa el país se acerca peligrosamente al abismo.
“El capitalismo está claro que ya no es un sistema político, ni ideológico. Yo creo que el capitalismo se ha independizado de la ideología. Y hoy, el capitalismo es un sistema de producción de bienes y servicios, desde proteínas hasta celulares, a escala global y el más eficiente”, dijo. Pero los límites que hace falta poner son una “discusión que tienen que tener todos los argentinos, todos los partidos políticos porque todos se van a tropezar con el esquema de la política bimonetaria”.
Por último, la semana que pasó, en Ensenada, la vice abundó: No hay posibilidad si no hay un gran acuerdo respecto de determinadas normas. Tenemos que encontrar un instrumento que vuelva a colocar una unidad de cuenta, una moneda de reserva y una moneda de transacción en la República Argentina, si no hacemos esto, estamos sonados, sonados, venga quién venga. Tenemos que encontrar un punto de coincidencia común porque si no, no va a haber Argentina para nadie”.
A pesar de que sostiene esa línea desde hace seis años, prácticamente toda la oposición ve en CFK una dirigente extremista, ultraideologizada, intransigente y que no busca dialogar ni negociar sino imponer su punto de vista. No sería preocupante que la caracterizaran así en público para sacar ventajas electorales. Sí es motivo de alarma que en privado se comporten de la misma forma, lo cual obtura cualquier posibilidad de salir de esta parálisis política insoportable.
Lo que resulta más preocupante es que también dentro del Frente de Todos existen muchos que operan bajo esa misma premisa, entre ellos algunos dirigentes muy cercano a Alberto Fernández y, durante un tiempo, el propio presidente. Pero también otra parte importante del peronismo, principalmente entre la militancia kirchnerista, también se proyecta una líder cuyos contornos no se desprenden de sus palabras, la figura rupturista que fue en otro momento, en otras circunstancias.
Cuando plantea hay que hablar con todos, ella no está traicionando, ni se vendió, ni piensa distinto, ni se dio vuelta respecto a lo que decía y hacía hace diez años. Son las circunstancias las que ahora la llevan a evaluar que la alternativa es tan mala que la necesidad de retener el gobierno, de que no caiga en manos de quienes ya demostraron lo que son capaces de hacerle al país, y también a ella, es tan acuciante que hace que todo lo demás sea subsidiario a ese objetivo.
No es muy distinto lo que decidió Lula, que hoy está encabezando una coalición mucho más amplia que la que lo llevó a gobernar hace veinte años. En este Brasil de Bolsonaro fue relativamente sencillo trazar una línea que divide las aguas entre los que quieren garantizar la democracia y los que la desprecian. Muchas figuras centrales de este armado apoyaron el golpe institucional contra Dilma Rousseff en 2016. Algunos, incluso, llegaron a apoyar a Bolsonario.
En este sentido, el problema que tiene Cristina, que tiene el peronismo y que tiene el Frente de Todos a un año y medio de las elecciones presidenciales es que la línea que define el escenario político en la Argentina está trazada de tal forma que deja aislado al oficialismo contra todo Juntos por el Cambio más lo que está creciendo a su derecha. Eso resulta sumamente inconveniente en caso de tener que enfrentar un ballotage y tabica el camino a un triunfo electoral.
La pregunta es cómo salir de ese laberinto, cuál es la forma de modificar esa configuración que a priori parece condenar al país a una nueva restauración conservadora, probablemente la más extrema que se haya visto desde 1983. Una respuesta posible, parece decirnos Fernández de Kirchner en cada uno de sus mensajes, es cambiar el eje de la discusión. Patear el tablero. Obligar al adversario a jugar otro juego, que le resulte más incómodo.
En otras palabras: mientras el punto de quiebre en la preferencia pública sea izquierda o derecha, populismo o antipopulismo, peronismo o antiperonismo, mercado o Estado, Cristina si o no, todo va a ser siempre cuesta arriba y con exiguas chances de éxito. El peronismo se encontrará nuevamente en el lado equivocado de la ecuación electoral, como en 2015, cuando el eje era kirchnerismo o no kirchnerismo y en el ballotage los votos se fueron con Macri.
Si, en cambio, el eje que articula la discusión durante la campaña del año que viene (que en realidad ya empezó) es otro, si el debate se reagrupa en torno a otros dos polos, quienes postulan la necesidad un diálogo amplio y que incluya a todos los sectores para encontrar una salida al estado de crisis permanente, por un lado, y por el otro los que creen que la solución pasa por suprimir a una de las partes, se habrá dado entonces un paso enorme para zafarse de la encerrona.
Eso no significa éxito garantizado. Pero al menos debería permitir márgenes un poco más amplios de maniobra pensando en articular una nueva mayoría para que el peronismo siga siendo gobierno en 2023. Incluso si no alcanzara con eso, porque si no hay plata en el bolsillo no hay política que alcance para ganar, también sería un éxito parcial si se consigue que un sector de la oposición se diferencie de la línea durísima impuesta por Macri, Bullrich y algunos medios de comunicación.
Por supuesto, si lleva seis años planteando este diálogo y no encuentra el eco esperado, ni en sus interlocutores ni entre su propia tropa, deberá replantear algunas aristas de su discurso y de su praxis para hacerlos más elocuentes. Si lo hace, quizás esté aún a tiempo de evitar que la falta de alternativas la obligue a asumir, una vez más, la candidatura presidencial. Si tiene éxito, acaso el país pueda dejar, de una vez por todas, de seguir discutiendo en círculos como desde 2015.