Este lunes vence el plazo para pagar 2400 millones de dólares de la deuda con el Club de París y la Argentina no va a desembolsar ese dinero, pero eso no causará nerviosismo ni tendrá consecuencias de ninguno de los dos lados del Atlántico. Aunque resta la comunicación formal del organismo, que llegará en los primeros días de junio, luego de que el directorio tenga su cita mensual (a distancia), en la Casa Rosada descuentan que habrá una respuesta positiva a la proposición que hizo Martín Guzmán, por escrito, a principios de abril, que consiste en suspender el pago, sin que eso genere más intereses o implique la aplicación de multas o penalidades, hasta tanto el país no haya resuelto su situación respecto al FMI, la madre de todas las negociaciones. Un paréntesis o un puente, en palabras del propio Guzmán, pensado para durar pocos meses, apostando a un acuerdo rápido con el Fondo que termine de ordenar el frente externo y le preste al gobierno poder de fuego para abocarse a los urgentes problemas de la economía doméstica.
Para el ministro, además, la confirmación del salvoconducto parisino, primero, y luego la culminación de un acuerdo con el acreedor privilegiado significarán dos misiones cumplidas que pueden darle aire en el marco de una interna política en la que está sumergido junto a peces más grandes y que llevan mucho más tiempo que él en la pecera. (Aunque, dicen, aprende rápido). La gira europea con Alberto Fernández sirvió como un potente espaldarazo presidencial, pero al regreso tuvo que aceptar su traspié. Eso quedó plasmado en la continuidad del subsecretario de Energía, Federico Basualdo, a quien Guzmán había querido desplazar, y sobre todo en la confirmación oficial de que este año habrá un solo aumento de tarifas del 9 por ciento, lejos del 15 propuesto por la cartera. El Presidente había dado en un primer momento el visto bueno a la pauta que diseñó su ministro, incluso a pesar de la desaprobación de Cristina Fernández de Kirchner; el nivel de inflación de los primeros meses del año fue lo que hizo que cambie de idea.
La política le pone andariveles al savoir faire del profesor de Columbia, es cierto, aunque muchas veces su posición no difiere tanto de la mediana del Frente de Todos como lo pintan, adentro y afuera de la coalición. La Proclama del 25 de mayo, por caso, firmada por referentes del kirchnerismo (pero también por albertistas como el titular de la CGT, Héctor Daer, o el asesor presidencial Ricardo Forster, y por ningún miembro de La Cámpora), fue presentada como un desafío que interfiere en las negociaciones con los organismos multilaterales en un momento clave. Sin embargo de su lectura se desprende un respaldo casi textual a la posición argentina que consiguió el apoyo unánime de los líderes europeos: suspender los pagos por capital e intereses con el FMI y el Club de París mientras dure la pandemia, reprogramar los vencimientos para amoldarlos a un calendario cumplible, negociar una reducción de intereses y utilizar la cuota de los derechos especiales de giro que va a desembolsar el Fondo en agosto para hacer frente a la crisis por la pandemia.
Esa línea, que algunos describen como nestorista porque no rechaza el compromiso sino que lo pospone hasta que sea afrontable, y de la que el propio Guzmán es uno de los autores intelectuales en esta coyuntura, propone cambiar el eje del debate y se muestra como una bisectriz con viabilidad entre el impracticable repudio de la deuda contraída por Mauricio Macri y el insostenible cuento de la buena pipa al que lleva el libreto habitual del organismo. Y, a pesar de cierta resistencia inicial, ha sido adoptada, con reservas en algunos casos, por el Frente de Todos de punta a punta. El propio Sergio Massa, al que se suele ubicar en el vértice derecho del arco oficialista y cuyo vínculo con el establishment de Washington es públicamente notorio, este viernes, en un acto por la puesta en marcha de un tren sanitario, habló de que “pagar servicios de deuda sin mirar la realidad de la Argentina es pagar deuda afuera dejando una enorme deuda adentro" y dijo que “hay que cuidar la relación que tenemos como país con los acreedores pero pagando la enorme deuda interna”.
Allí donde las coincidencias en el frente externo empujan para alcanzar, tarde o temprano, una renegociación satisfactoria con los acreedores en términos muy cercanos a los que plantea el país, las importantes diferencias respecto a los problemas internos de la economía, que comienzan a la hora de decidir cómo, cuánto, cuándo y a través de qué mecanismos el Estado hará la inversión social y económica que se necesita para acelerar la reactivación y mejorar el maltratado estándar de vida de los argentinos, ponen en riesgo el éxito de una de las dos patas de la maniobra de pinzas planificada en el primer piso de la Casa Rosada: bolsillo y salud, asado y vacunas. La segunda parte del plan marcha sobre ruedas: esta semana llegaron y se distribuyeron 2.684.600 dosis, el lunes llegará un vuelo récord con más de dos millones de AstraZeneca, se firmaron nuevos acuerdos con Cansino, por una cantidad no definida, y con Sinopharm por seis millones más en los próximos dos meses, avanza el proceso para tener desde junio o principios de julio Sputnik producidas en el país.
La primera parte, la del bolsillo, es donde surgen las dificultades y también comienzan las desavenencias al interior del Frente de Todos. Mientras las metas de reducción del déficit se sobrecumplen, la inflación rompe los pronósticos todos los meses. El compromiso de los sindicatos a la pauta de negociación que puso sobre la mesa el gobierno llegó hasta acá: la semana que empieza, Camioneros hará la presentación para comenzar su paritaria, que tradicionalmente se empieza a negociar en esta época del año. Pablo Moyano ya advirtió que la cifra estará por encima del tope de 35 por ciento que se manejaba hasta ahora. Es posible que el reclamo supere el 40 por ciento. Se trata del primer gremio en apartarse de la hoja de ruta, ante el incumplimiento de las patronales de su porción del trato. No va a ser el último. Después de cinco años de pérdida de poder adquisitivo, no hay margen social para nada que no implique una mejora sensible e inmediata. Hoy, todas las encuestas señalan que la preocupación principal de los argentinos está en el precio de los alimentos.
El argumento de las cámaras exportadoras de carne de que el precio del asado en la Argentina no es alto sino que los salarios argentinos son demasiados bajos queda descalificado toda vez que el precio de los cortes populares se duplicó en los últimos doce meses, pero no deja de poner el foco en un asunto sensible: el poder de compra de un sueldo en este país está destruido. Hacen falta casi tres salarios mínimos de 23.544 pesos para comprar una canasta básica de 62.958. El problema atraviesa toda la escala, desde el primer al último decil. Hace tres semanas, justo antes de iniciar la gira europea, un diario publicó una nota revelando un recibo de sueldo del Presidente: 256.207 pesos de bolsillo, algo más de 1600 dólares al cambio financiero, menos de lo que percibe por un mes de su trabajo un cajero de supermercado en cualquiera de los países que visitó. Desde diciembre de 2015, el valor del dólar se multiplicó diez veces, los precios entre cinco y seis veces y los salarios apenas cuatro. Lo que vale poco es el trabajo de los argentinos.
Un interesante trabajo de investigación que culminó a finales del año pasado un equipo técnico vinculado a Massa y encabezado por Diego Bossio señala con precisión el nudo que compromete el desarrollo del país: “el nivel de tipo de cambio real que requiere la economía para funcionar sin problemas de balanza de pagos pareciera ser mayor al que satisface las demandas sociales”. Continúa: “La expansión sostenida de la oferta exportable permitiría evitar las interrupciones del crecimiento y así un aumento sostenido del salario y de las ganancias empresarias. Sin embargo, para que ello ocurra, es necesario un nivel de tipo de cambio que, en principio, no parece ser aceptable por la sociedad. Por otra parte, la sociedad no puede esperar a los beneficios del crecimiento económico. Tiene urgencias impostergables”. Resulta tan difícil estar en desacuerdo con la premisa como imaginar una salida posible a ese laberinto que sea compartida por todos los actores que forman parte del oficialismo.