Los desafíos del feminismo

A cinco años de la primera movilización del Ni una menos, la ministra de la Mujer escribe sobre el futuro del feminismo.

03 de junio, 2020 | 08.02

1. En primer lugar, es inevitable hacer un poco de historia para pensar los desafíos que tenemos por delante. Hace 5 años logramos poner en agenda pública las violencias por motivos de género. Era parte de una pelea histórica, como cuando discutíamos que no eran crímenes pasionales, sino que eran femicidios. Luego de esa masividad que inundó todas las calles del país se abrió lugar a otras preguntas que, como movimiento veníamos haciendo hace mucho tiempo, y que tienen un mismo objetivo: visibilizar que hay desigualdades estructurales que nos ubican según nuestro género, nuestra identidad, nuestro deseo, en un lugar de opresión, de sumisión, de vulneración de derechos. Evidenciar que las violencias por motivos de género son la contracara de las desigualdades estructurales en términos de géneros.

Hoy, en este contexto que nos toca vivir, es muy difícil no hacer referencia a esas desigualdades estructurales, porque es claro que en esta pandemia no todes tenemos las mismas condiciones materiales para garantizar las medidas de prevención, que no todes tenemos lugares seguros donde realizar la cuarentena, que no todes tenemos donde estar bajo cuidado, que no tenemos los mismos privilegios. Y es claro que como Estado tenemos la responsabilidad de diseñar y ejecutar políticas orientadas hoy a mejorar esas condiciones para pasar esta situación y, hacia adelante, orientadas a desandar esas desigualdades estructurales y garantizar derechos.

2. En segundo lugar, los feminismos hoy tienen mucho que aportar en cómo construimos esa mirada de mediano y largo plazo para desandar las desigualdades estructurales. Por un lado, la necesidad de atravesar nuestras prácticas por una mirada decolonial, que nos permita romper con la herencia colonial que produce hablar de un feminismo blanco, de clase media, profesional que si bien en su momento planteó reivindicaciones importantes, lo hizo -sin dudas- dejando de lado, y hasta desconociendo las existencias de otras mujeres y colectivos que también eran y son sometidos por un orden hetero-cis-patriarcal feroz.

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En este sentido, la presencia de feminismos populares y feminismos comunitarios, así como los movimientos feministas de mujeres y diversidades originarias; migrantes; afrodescendientes dan cuenta de cómo el patriarcado imprime sus lógicas sobre todes pero que, al mismo tiempo, lo hace con particularidades sobre cada colectivo. Por eso, es fundamental que el feminismo sea contra hegemónico, que se pare desde lo popular y desde los territorios, para desarmar y visibilizar las múltiples opresiones, cuestionar los privilegios, y construir materialmente otros modos de vida.

3. Por último, pero no menos importante, creo que la transversalización del feminismo en la política es un desafío enorme que venimos transitando hace ya mucho tiempo pero que va tomando nuevas formas y nos va planteando nuevos desafíos. Hoy es innegable que se ha dado un salto en la Argentina al haber creado un Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad, fruto de la voluntad política de este gobierno pero también de un movimiento feminista muy fuerte que existe en nuestro país. Desde ese lugar tenemos el desafío de no compartimentar esta política sino más bien empujar y acompañar toda la política pública que se pueda generar en materia de género y diversidad. Es decir, dejar de ser “la oficina de género” dentro de una maquinaria enorme como lo es el Estado, las organizaciones internacionales y las entidades financieras. Y lograr que la perspectiva de género y diversidad sea considerada realmente como una herramienta política que habilita cambios estructurales profundos.

Nosotras decimos que el feminismo es una forma de ver y de pensar el mundo, y hay que entender que a eso nos referimos cuando hablamos de transversalizar la política de género. Sabemos muy bien que esto no se logra sólo ocupando determinados lugares históricamente reservados para los varones cis  y alcanzando paridad en los cargos jerárquicos y de toma de decisión, sino también garantizando que las compañeras y compañeres del colectivo de la diversidad puedan hacer los recorridos institucionales, de formación y/o políticos para llegar a esos espacios. En este sentido, debemos atender a lo que sucede “más abajo” para mejorar o modificar esas lógicas que nos impiden ocupar determinados lugares, que nos cierran puertas y que nos ponen techos y paredes de cristal. Que ocupar un cargo jerárquico no se vuelva algo meritocrático, una “suerte para unas pocas”, y un lugar para la foto. Por eso pensamos en Ley Micaela, en ESI, en un Plan Nacional de Acción contra las violencias por motivos de género, en políticas de Igualdad y de Cuidados. Y esto no significa que quienes ocupan el poder tradicionalmente, nos “den permiso”, sino que se trata de disputar el poder y de ejercerlo en clave feminista.