Perdidos en una maraña de controversias, especulaciones e informaciones -las más de las veces de dudosa veracidad- que nos confunden, recurrir a nuestra historia personal y como país haciendo más terrenal el sentido de esos debates ayuda a entender la realidad en la que estamos inmersos.
Es fácil perderse en las alturas
Los análisis macroeconómicos son necesarios, aunque no brindan en general elementos suficientes para comprender exactamente lo que implican o las señales -positivas o negativas- que ofrecen los datos y las magnitudes que representan.
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Más próximo a nosotros, al común de la gente que no posee conocimientos específicos en temas tan vastos como complejos, es lo que podemos observar en el día a día con sólo detenernos a ver a nuestro alrededor o hacer un simple ejercicio de memoria.
Los debates políticos con frecuencia incursionan en el campo económico enunciando diferentes variables que se presentan en sustento de los postulados en pugna, con discursos que suelen ser difíciles de inteligir por su marcada abstracción.
Las corrientes liberales, ya hace mucho “neoliberales”, presentan a la Economía como el núcleo de sus preocupaciones y le otorgan una absoluta centralidad para el desenvolvimiento de la Sociedad en todos los ámbitos.
La “libertad” con un elevado grado de generalización, con especial predicamento en lo individual, se plantea en tanto principio fundante y objetivo excluyente de esas teorías, cuyo antagonista natural es el Estado en la medida que ponga en riesgo el libre juego de las fuerzas del Mercado y los supuestos beneficios comunitarios que depararía.
Partiendo de esas concepciones, sin identificación ni dimensionamiento concreto de los agentes que actúan en el Mercado, se formulan las más variadas consignas libertarias sintetizadas en un “dejar hacer” (en la economía, en la producción, en la contratación y discrecionalidad laboral, en la oferta de bienes o servicios, en la fijación de precios) y que, como contrapartida, conlleva a la menor -en lo posible nula- intervención gubernamental que pueda poner límite a esas libertades o imponga cargas (tributarias, por ejemplo) que conspiren contra aquel propósito.
Engañosas formulaciones
Las propuestas de esa índole pueden aparecer seductoras al ser presentadas como paradigmas de la libertad, una libertad sin anclaje concreto en orden a sus efectos y sin consideración de las profundas desigualdades que la preceden.
Menos impuestos, menos regulaciones al trabajo, menos injerencia en las negociaciones entre propietarios e inquilinos, menos empleados públicos, menos gasto social que impacte en el déficit fiscal, menos controles de cambio y circulación financiera, menos presencia y arbitraje estatal.
Las argumentaciones discursivas que le dan soporte suelen estar cargadas de dogmatismos, de frases altisonantes, de omisiones deliberadas acerca de las consecuencias ya experimentadas y, especialmente, de los intereses particulares -muy lejanos al bien común- a los que responden.
Descifrar esos planteos en el plano que nos proponen se torna difícil como distante a nuestro diario vivir y ese es, en definitiva, el objetivo que se persigue. Que nos quedemos en los márgenes de los problemas que nos aquejan, por fuera de las soluciones factibles que no son las que pregonan, que no alcancemos a reflexionar sobre hechos y acontecimientos cotidianos que dan cuenta de la trascendencia que tienen para nuestra existencia personal, social y como Nación.
Bajando a tierra
Se dice que la inflación es un fenómeno multicausal, y sin lugar a dudas lo es. Sin embargo, reconocer esa caracterización no resta relevancia a la conducta antisocial de ciertos agentes económicos que fuerzan -con especulaciones animadas por un desmedido afán de lucro- aumentos de precios absolutamente desproporcionados e injustificados.
Tal como se verificó en numerosos productos, en particular alimenticios, apenas el Gobierno anticipara el anuncio de medidas dirigidas, justamente, a combatir la inflación.
La concentración oligopólica en la provisión de telefonía móvil, internet y televisión por cable u otras plataformas, deja inerme a los clientes frente a la deficiente prestación de esos servicios y a las arbitrarias imposiciones de condiciones y constantes aumentos de los precios.
Algo parecido encontramos en el campo de la salud, con relación a las empresas de medicina prepaga, que denotan una estructura y funcionamiento del mismo signo como una capacidad de doblegar cualquier cuestionamiento o reclamo de quienes recurren a ese sistema.
Esto que nos sucede hoy en donde el Mercado prevalece o encuentra resquicios para eludir regulaciones necesarias para la protección del conjunto de la sociedad, y toda vez que puede hacer efectivo el predominio de sus intereses sectoriales, ya nos ha ocurrido y responde a una misma matriz.
El desmantelamiento de la red ferroviaria que comenzó en el primer ciclo neoliberal con la dictadura instaurada en 1976, luego profundizada en el segundo ciclo en los años ’90, produjo con el cierre de estaciones la virtual desaparición de poblaciones, la inviabilidad de actividades comerciales y de servicios estrechamente ligadas al ferrocarril y la pérdida de cientos de miles de puestos de trabajo.
Otro tanto ocurrió con la apertura indiscriminada de la importación de los más variados productos, que impulsó el proceso de desindustrialización y acarreó el cierre de miles de medianas y pequeñas empresas.
Esas mismas políticas aplicadas en el ámbito laboral provocaron un deterioro mayúsculo de las condiciones de trabajo, la precarización del empleo, niveles de desocupación cercanos al 20% y un aumento de la informalidad que iría cimentando una pobreza estructural sin precedentes en la Argentina.
Todas estas cuestiones, que forman parte de nuestro presente y de nuestro pasado reciente, constituyen derivaciones constatables del funcionalismo del “libre mercado” así como ponen de manifiesto lo indispensable de regulaciones y controles eficaces por parte del Estado, cuya acción es imprescindible para poner equilibrio en relaciones de poder tan disímiles y para alcanzar crecientes niveles de equidad en la sociedad.
Donde anidan los “libertarios”
El plan maestro de transformación neoliberal diseñado por Martínez de Hoz en 1976, implementado a “sangre y fuego”, demostró en qué consiste la “libertad” que proponen desde esas usinas de pensamiento y en favor de quienes son las reformas estructurales que propician.
En su libro “Bases para una Argentina Moderna: 1976-1980” (publicado en 1981), con total desparpajo afirmaba:
“El saneamiento y sinceramiento de la economía argentina que se intentó, con la consiguiente exigencia de un cambio de mentalidad, hábitos y actitudes para realizar transformaciones profundas, sólo tiene justificación en nuestra más íntima convicción de que ello era en favor del interés general de la Nación por encima de los intereses particulares o sectoriales. Los beneficiarios del programa eran los hombres y las mujeres de la Argentina, o sea todos los habitantes del país.”
En el Prólogo, el genocida Jorge Rafael Videla daba muestras de un cinismo equiparable al del autor del libro, señalando de quien fuera su Ministro de Economía:
“(…) el Dr. Martínez de Hoz tiene la autoridad moral para dar a publicidad este trabajo que, por encima de sus aspectos técnicos que no entro a considerar, no constituye un simple catálogo de realizaciones, ni mucho menos una autodefensa de su gestión. Por el contrario, esta obra es un aporte, para quien lo lea, de la rica experiencia aquilatada a través de cinco años en la aplicación de principios que, más allá de los aciertos y errores habidos en su implementación práctica, mantienen su total vigencia, pues están inspirados en la defensa de la libertad que es el bien más preciado que Dios ha conferido al hombre.”
En 1991 Martínez de Hoz, alentado por la impunidad de que entonces gozaba y por el contexto del nuevo ciclo neoliberal, publica otro libro (cuyo título es: “15 años después”) que él mismo prologa y, haciendo gala de una total desfachatez, afirma:
“Han transcurrido algo más de quince años desde que, como Ministro de Economía de la Nación, me tocó poner en marcha y conducir un ambicioso programa de reforma estructural de la economía argentina, que se desarrolló entre el 29 de marzo de 1976 y el 29 de marzo de 1981. Su finalidad era romper el estancamiento y asumir el esfuerzo de la modernización y el progreso. Su realización quedó trunca por la resistencia al cambio en diversos sectores clave. Al terminar la gestión de cinco años al frente del Ministerio, en los diez años posteriores tanto yo como varios de mis colaboradores debimos soportar una persistente persecución política, traducida en acusaciones judiciales, parlamentarias y de toda índole en muy diversos círculos y medios. En procura de la reversión de nuestros principios y medidas de gobierno, se intentó desprestigiar nuestras personas y las ideas que representábamos, tratando de hacer aparecer como delitos sancionados por el Código Penal lo que eran simplemente decisiones de política económico-financiera.”
En efecto, se trató de “decisiones de política económico-financiera”, tanto como nítidamente criminales por sus motivaciones, los propósitos que perseguían y, fundamentalmente, por la metodología genocida adoptada para llevarlas a cabo.
El último ciclo neoliberal (2015/2019) respondió a esa misma matriz generando daños que mucho costará reparar, quienes gobernaron entonces como otros que comulgan con ese ideario coinciden en retomar esas políticas para profundizarlas de acceder a un nuevo gobierno y replican lemas libertarios igualmente engañosos e hipócritas.
No es esa clase de libertad ni de transformaciones a las que debamos aspirar, ni podamos legitimar. Una vez más la ciudadanía enfrenta discursos de odio con ropajes libertarios, propuestas de salvación individual que nunca resultaron para la mayoría, fragmentaciones sociales plenas de iniquidades. Resolver el curso de acción personal es crucial, medir las consecuencias de las decisiones que adoptemos es responsabilidad de cada uno.