El juego de Macri y Carrió para marcar territorio en Cambiemos

La Coalición Cívica no quiere perder poder de negociación en el armado de las listas del año que viene y el ex presidente apuesta por seguir marcando el espíritu antiperonista de la alianza. 

14 de agosto, 2022 | 00.05

Una táctica, dos estrategias. La táctica, tensionar las relaciones en Juntos por el Cambio. Las estrategias, de poder y de disciplinamiento. A Elisa Carrió, el torbellino desatado en las entrañas mismas de la alianza la ubicó en el lugar de referente imparable, de peso. Aunque eso no le dejará el camino allanado a su partido para la disputa de lugares en las listas del año que viene. A Mauricio Macri la crisis le fue funcional para marcar la cancha y ciertos límites a la contaminación de Cambiemos propiciada por otros referentes que también están en el fixture del campeonato por el liderazgo.

Cuando Carrió señaló que ella y Macri son “los líderes de Juntos por el Cambio, del PRO y la Coalición Cívica” porque “armamos” las fuerzas y la alianza primigenia del 2015, dijo muchas cosas. Por un lado, relegó al resto de la dirigencia en la toma de decisiones. Por otro, ninguneó a Ernesto Sanz, el radical que también formó parte del armado y, junto a los otros dos, disputó la PASO de ese año que dio al macrismo por vencedor. Pero, además, Lilita también se autoadjudicó, junto a Mauricio, la potestad de definir qué es la coalición y cómo debería ser conformada. Una sensación de propiedad privada.

La disputa por la tenencia de Cambiemos todavía no encontró eco. Ninguno se paró a pelear el liderazgo de la alianza ni de su propio partido. Horacio Rodríguez Larreta, semi confiado de que será el candidato PRO el año que viene y que podría ser el próximo presidente de la Nación, postergó la pelea porque una victoria en las urnas lo llevaría, sin esfuerzos extra, a ocupar la silla de referente de JxC. Pero, por ahora, Mauricio marcó la cancha.

El torbellino nació, según la versión de la Coalición Cívica, casi como daño colateral. Carrió quiso hacer un desfile mediático para promocionar una serie de charlas junto a Fernán Quirós, ministro de Salud de la Ciudad y su candidato para intentar disputar la conducción de la CABA el año que viene. Buscó, ante la debilidad frente a otros armados, pasear por los canales de televisión para mostrar las bondades del funcionario de Larreta. Pero le preguntaron por Sergio Massa, a quien ella no quiere, y estalló la bomba. 

Lo que dijo, lo venía diciendo. Hace tiempo. No lo denunció ante la Justicia porque no habló puntualmente de negociados sino de relaciones amistosas y pactos políticos. Esa fue la respuesta a una de las preguntas que se hicieron dentro de la propia coalición ante las acusaciones. Y nada tomó por sorpresa al otro líder de la alianza. Macri, un día antes, se autoinvitó a un asado y conversaron la necesidad de dirigir a Cambiemos por el camino del panrepublicanismo, lejos del panperonismo. Coincidieron en eso y por eso Lilita salió a hablar.

Mauricio, entonces, inauguró y cerró el debate. Le dio el visto bueno al análisis de Carrió, lo compartió, lo apoyó post escándalo y, después de un almuerzo con los referentes PRO el viernes, lo dio por terminado. Frenó, así, la oleada de críticas contra la dirigente de la Coalición Cívica. El vocero fue Fernando de Andreis, ex secretario general de la Presidencia durante la gestión Macri. Como mano derecha del dirigente amarillo, no sólo hizo explícita la banca a Lilita sino que comunicó que el macrismo dio “por finalizado el tema” porque “todo lo que teníamos para decir, ya lo dijimos”.

Macri sembró la semilla, la tapó, la regó, la germinó y cultivó sus frutos en pocas horas. El cierre abrupto del debate pareció ir a contramano del enojo de los socios PRO. Bastante lejos del “no vale eso de que porque es Carrió nadie la enfrenta”, frase de Patricia Bullrich en medio del momento de bronca. Mauricio ordenó el desorden que hizo porque su mensaje llegó. 

Quienes lo conocen, aseguran que el ex presidente se cree dueño y señor de todo lo que toca, de cada habitación a la que entra e, incluso, de las personas que se encuentran en ella. El avance de cierta cosmovisión de consenso ampliado dentro de las filas de Juntos por el Cambio generó la intranquilidad. Con la misión de ser todo lo que no es el peronismo, Macri no quiere peronistas. Aunque su compañero de fórmula en 2019 haya sido Miguel Ángel Pichetto. Y la llegada de Massa al Gabinete profundizó el temor de la contaminación de la pureza con la que nació la alianza. Una contaminación populista.

Todos saben que Gerardo Morales es amigo de Massa. Todos saben que Larreta también lo es, lo ha dicho públicamente. También todos saben que Sergio Tomás no será invitado a participar de Juntos por el Cambio. Lo de Massa no existe, el mirado con cierto deseo es el peronismo no kirchnerista. Y en las filas de Cambiemos repiten que los integrantes de la alianza tienen muy en claro qué es Juntos por el Cambio, quiénes pueden entrar y quiénes no. Por lo tanto, no habría mensaje para comprender.

Pero Mauricio lo mandó. Aprovechó el ímpetu de Carrió, esta suerte de impunidad por default que tiene, para que llegue la advertencia. Dos veces, por si no quedó lo suficientemente claro. Una en TN y otra en LN+. A Macri le sirvió y a Lilita también. A la Coalición Cívica no le resulta fácil la disputa de lugares en las listas. El momento de la negociación es un momento complejo. El PRO absorbe espacios, pero el radicalismo está en todos lados. Sin una referencia de peso, imparable, inabarcable, que siente una posición hacia adentro, es imposible. 

Esa referencia es Carrió. El juego mediático funcionó para eso, para ser imparable. Lo que no es seguro es hasta dónde podría derramar su influencia, porque ella no puede ser candidata en todos lados. Para otros sectores de la oposición, la CC no tiene demasiado para negociar y Lilita se transformó en una figura mediática, acotada a los títulos rimbombantes. 

Frente a los crecimientos del PRO y de la UCR, la Coalición Cívica quedó, ante algunos ojos, empequeñecida. El macrismo, un partido porteño, fue ganando en territorialidad con el correr de los años. Un trabajo arduo que se desplegó con fuerza en el último año y que ahora buscarán transformar en votos efectivos. De la unidad básica a la boleta. Y el radicalismo, con mayor estructura, afiliados e historia, volvió a tener su posibilidad de disputar espacios de poder.

La PASO del 2015 fue simbólica. Todos sabían que Macri iba a ganar, por lo tanto fue puro show. En 2019 no hubo internas porque la contienda se había presentado compleja y el 2023 apunta a un escenario de primarias donde la UCR buscará su candidato. En lista pura o lista mixta, pero hará lo posible por estar en la primera plana. Valentía que recuperó post elecciones legislativas del año pasado.

En ese esquema, la Coalición Cívica parece haber quedado relegada. Cuando se habla de fórmulas cruzadas para tener la representación de toda la alianza, los dos partidos implicados son el PRO y la UCR, no los lilitos. Ambos espacios con llegada nacional, volumen y generación de múltiples liderazgos. Algo que le reconocen a Macri es que formó un espacio de la nada y dejó crecer a muchas figuras para lograr cierto recambio. El radicalimo había perdido eso pero lo recuperó con la aparición de nombres como el de Facundo Manes, Carolina Losada o Martín Tetaz. Ahora el que dejó de ver nuevas semillas es el macrismo. Y eso preocupa.

Pero la Coalición Cívica tiene menos visibilidad aún. En sus filas hay muchos jóvenes, incluso son el grueso. Atraídos por el discurso de la moral y la ética, elijen creer y creen. Pero, cuestionan dentro de la alianza, ninguno ocupa aún la primera plana. De todos modos, el espacio optó por generar Caravanas Cívicas para recorrer el país, dejar los medios, hacer a un lado las encuestas y ver, de primera mano, lo que pasa. El próximo 27, la parada será Córdoba. En principio, la movida fue pensada para los dirigentes más de “abajo”, no para que vaya Carrió. Pero no se descarta.

Con ese panorama de crecimiento de los socios y de supuesto estancamiento Cívico, la aparición fuerte de Carrió en los medios es un llamado de atención. Incluso de temor o advertencia. Pero los aliados decidieron que ya no habrá más lugar para el “dejarlo pasar”. La gran pregunta, aún sin respuesta, es por qué ahora y no antes.

En medio de la lluvia de esquirlas, hubo llamados. La unidad no se puso en tela de juicio pero llegó a la instancia de la sospecha. Las conversaciones fueron laborales pero se habló del escándalo. Larreta también habló con Carrió post comunicado del jefe de Gobierno. Aún se cree que su salida fue casi bajo presión, porque tenía que decir algo. Ambos son muy cercanos en la Ciudad de Buenos Aires y su relación es fluida. La charla dejó en óptimas condiciones esos vínculos.

El martes iba a haber una reunión de mesa nacional, pactada de antemano, en Salta al 1200, en la CABA. Después del escándalo, habría quedado suspendida, según consignaron dos fuentes. El fin de semana largo y los viajes, sobre todo de los dirigentes del interior, complicaron el encuentro. La interna quedará pendiente de resolución, pero esta instancia tampoco será pública. No se discutirá la unidad de Cambiemos o el futuro de sus aliados en una convocatoria comunicada a la prensa, sino de manera reservada. Pero, para Macri, taza taza cada uno pa´ su casa, tema terminado.

Más allá de eso, en el aire aún flota la convicción de que nadie puede decirle a Carrió qué hacer. Que es incontrolable y, por lo tanto, imposible coordinar una jugada maestra con ella. Que su vómito contra dirigentes cambiemitas, aprovechado y orquestado con Macri, es una estrategia demasiado sofisticada para alguien indomable. Se habrá terminado eso de “porque es Carrió nadie la enfrenta”, pero no se terminó el “es Lilita”.