Javier Milei no tiene un sucesor para Luis “Toto” Caputo, pero está armando las listas para 2025. Ni Federico Sturzenegger ni Demian Reibel, ahora nombrado su jefe de asesores económicos, están capacitados para sacarlo de la trampa en la que se metió con su programa de hiper recesión sin dólares. El presidente se encomienda a las fuerzas del cielo y no da indicios de cómo hará para resistir la presión devaluatoria que desatan sus aliados naturales, los agitadores del mercado y el FMI. Sin embargo, Milei es el centro de la política argentina y hoy no tiene una oposición con capacidad de lastimarlo. El mesianismo de mercado, su religión, es su principal enemigo.
A un año del cierre de listas para las elecciones legislativas que La Libertad Avanza sueña como el momento de su consagración, la actividad económica se derrumba, la indigencia se duplica, la desigualdad se exacerba y la crisis del sistema de partidos que le permitió a Milei acceder al poder en tiempo récord está intacta. La confrontación entre Mauricio Macri y Patricia Bullrich, que tiene por estas horas nuevos episodios, ilumina el costado tal vez inesperado de ascenso de Milei. Después de quedar afuera del ballotage, Bullrich cree haber encontrado una vez más su verdadera identidad y la abraza con la misma pasión que antes se aferró a otras, antagónicas: quiere sepultar a Macri y ofrendarle a Milei lo que queda del PRO. El ex presidente no está dispuesto y reclama cobrar lo que le corresponde por el Pacto de Acassuso, un acuerdo escrito en el agua que los Milei olvidaron al día siguiente de asumir el poder.
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Como en un ejercicio de autoafirmación a contramano de los tiempos, Macri y su primo repiten que el PRO todavía retiene un votante republicano que se diferencia de la ultraderecha explosiva. ¿Hay alguien con vida en ese universo? El ingeniero no puede verse en ese espejo, pero tiene similitudes con dirigentes que están en sus antípodas. Fue abuelo hace unos meses y como Cristina, tampoco quiere dedicarse a cuidar sus nietos. Es dueño de una fortuna incalculable y, como Sergio Massa, su archirrival, tiene tiempo y plata para sentarse a esperar.
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Bullrich, en cambio, pretende aprovechar el cuarto de hora de Milei: postergó a los macristas que la soportaron en campaña y se convirtió al mileismo. Por eso deja que se especule con que pueda ser candidata en la Ciudad el año próximo, donde hasta se piensa que podría chocar con Macri. Como los cráneos de La Libertad Avanza, la ministra de Seguridad se aferra al manual del optimismo y dice que Milei encarna una tendencia irreversible, que lleva a la extinción al partido que fundó Macri. Por eso, sostiene, hay que reunir a todas las fuerzas de la derecha para enfrentar unidos al peronismo kirchnerista en las legislativas del año que viene. La hipotética fusión del PRO y LLA implica el reconocimiento de un nuevo liderazgo que ubicaría a Milei como jefe de Macri.
Lo que alguna vez fue el ala política del macrismo, los radicales no libertarios como Facundo Manes o Martín Lousteau y el peronismo centrista pueden confluir tal vez en algún nuevo intento por fuera de la polarización, pero hoy arrancan desde muy atrás en relación a los dos bloques que se están conformando.
Del lado del peronismo, también Milei es el que organiza la escena y la dirigencia se imagina una pelea entre los que apoyan al ex panelista y los que lo rechazan. En la entrevista con Pedro Rosemblat, Cristina acaba de confirmar que si en algo no piensa es en el retiro. Trabajo para los psicoanalistas del peronismo que no la quiere y lleva una vida subordinado a su figura.
Como el peronista que ejerce el cargo más importante a nivel nacional, Axel Kicillof da muestras inéditas de perfilarse como candidato a único heredero, pero en las cercanías de La Cámpora le recomiendan a su modo que no se apure y hasta invocan el fantasma de Horacio Rodríguez Larreta, el sucesor que parecía ser y no fue. Massa, el otro candidato eterno, dilata su aparición y el lanzamiento de un libro que empieza a tener sus hojas amarillentas porque quiere que Milei lo emparde en fracasos antes de aparecer. Según algunos de sus aliados, eso lo lleva a ausentarse del debate en un contexto de una violenta transferencia de ingresos y perder oportunidades como la del debate del Impuesto a las Ganancias.
La ex presidenta tiene un radio de acción que va de Kicillof a Massa, pero su representación la ejerce muchas veces Máximo Kirchner. El gobernador bonaerense y el ex ministro de Economía tal vez coincidan en algo: aunque no lo digan, los dos piensan que la madre debe controlar al hijo. Después del fracaso del Frente de Todos, en el peronismo aparecen ex kirchneristas que quieren salir a cazar camporistas. Cosecharás tu siembra, dicen. Para algunos que buscan sobrevolar las tensiones internas, hay una novedad: por primera vez, el anticamporismo puede convivir en el interior de la unidad peronista y no está obligado a emigrar, como pasó siempre.
Por debilidad propia o estrategia de dudosa eficacia, Cristina y su grupo eligieron a tres cuerpos extraños como candidatos a presidente en 2015, 2019 y 2023. Ese modo de conducción, afirman los que no quieren romper con CFK, es el que está en cuestión. Por eso, mientras Milei gobierna y una parte del peronismo parece más cómodo en la oposición que en el Ejecutivo, se escuchan los que se animan a anunciar, una vez más, un cambio de época.
En un año pueden pasar mil cosas. Que lo diga si no Raúl Jalil, que en 2023 vino a Buenos Aires para lanzar el operativo “Los gobernadores quieren a Massa” y hoy es junto con Osvaldo Jaldo el peronista más funcional a Milei. El Karina-menemismo avanza ya con las listas en todo el país y espera tener su sello nacional en agosto. Pero acaba de iniciar la cuenta regresiva: tiene que mostrar resultados y los libertarados que maldice el presidente se están vengando del destrato, potenciando la inestabilidad de fondo, nunca despejada. Le anuncian el apocalipsis si no devalúa y le advierten, si no lo haces ahora, después va a ser mucho peor. Milei es el eje de un sistema político en ruinas y su campaña de proyección global tiene un problema gigantesco: ganó las elecciones y le toca gobernar. Falta una eternidad y nadie, ni siquiera él, sabe qué puede pasar mañana.