La apuesta de Larreta es temeraria. Su finalidad es totalmente transparente: busca poner en crisis la política sanitaria del gobierno nacional y simultáneamente convertirlo en el responsable principal de los daños que produce la pandemia. La producción de sentido que hacen los medios del establishment podía descontarse: manipulan la información de modo que en cualquier escena posible siempre la culpa de todo el mal la tiene el gobierno. Eso es un aspecto crucial de la coyuntura política argentina: la derecha política, los medios de comunicación oligopólicos y un importante sector del poder judicial actúan de modo sincronizado en el desgaste del gobierno, tal como lo hicieran durante la experiencia kirchnerista, a partir de comienzos del año 2007.
Ahora bien, la jugada de permitir un eventual agravamiento de la crisis sanitaria de la “segunda ola” -que además tendría a la ciudad de Buenos Aires como su epicentro- para usarlo en contra del gobierno es una apuesta de nuevo tipo. Consiste ni más ni menos que en prepararse para disputar el sentido de la muerte innecesaria de mucha gente en la ciudad donde gobierna Larreta. Con cierta simpleza se suele adjudicar a la cuestión un sentido “electoral”, dirigido a ganar espacio en la próxima contienda legislativa. Si esto fuera así y la jugada tuviera éxito, entonces sería el triunfo electoral de la barbarie, ni más ni menos.
¿Pero es tan decisiva la capacidad que tiene el aparato mediático para imponer una interpretación del mundo como para embarcarse en tamaña aventura? En situaciones “normales” se podría decir que sí. Porque la propaganda tiene lugar en el terreno de las creencias automáticas que alimentan el funcionamiento del capitalismo. Los mensajes políticos se armonizan sin demasiado problema con los de la publicidad, la cotidianeidad y todos los registros que constituyen la trama de la vida: consumismo, presente perpetuo, individualismo posesivo…todo lo que alimenta la máquina. Lo que esta estructura de poder no logra controlar son las situaciones críticas, que son tales porque instalan preguntas diferentes, cuestionan lo aparentemente incuestionable.
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La historia argentina registra en los últimos cuarenta años varios episodios en los que la normalidad de la vida capitalista se vio arrastrada a crisis de alta intensidad. El 14 de junio de 1982, la tapa de Clarín informaba en su título principal de tapa acerca de un “ataque de las fuerzas argentinas a las avanzadas inglesas”; a la tarde de ese mismo día se producía la rendición argentina. “La batalla de Puerto Obligado ha concluido” fue la forma demencial en la que se informó la derrota. Después empezó la cuenta regresiva del régimen que mandaba a sangre y fuego (y con el apoyo y el protagonismo de los más grandes empresarios y medios de comunicación) en Argentina. En otro ciclo histórico, en diciembre de 2001, las tapas de los matutinos estaban saturadas de la presencia del ministro Cavallo y su propaganda a favor de la convertibilidad, con frases tales que releídas hoy mueven al espanto y/o la risa. Antes del final de ese mismo mes los estallidos populares marcarían el final de la convertibilidad, del ministro y del gobierno de De la Rúa.
La maniobra del jefe de gobierno en estos días es del tipo “piloto automático”: se decide cuál es el problema político que hay que resolver y se ve la forma en que puede movilizarse el aparato político-cultural del establishment. Y nadie puede asegurar, en este caso, la deriva de las decisiones tomadas. Se sabe que el número de muertos por coronavirus será mayor que en el caso de haberse activado el cuidado en la ciudad. Se sabe que los medios de comunicación seguirán ayudando a Larreta. Pero más no se sabe. Porque, a diferencia del caso de las dos experiencias comentadas, en el país funciona un antagonismo político (mal llamado “grieta”) que hará completamente imposible el funcionamiento de una explicación única de lo que ocurra. Y el antagonismo no es el de dos listas electorales adversarias, es de dos ideas de país. Claro que no se trata de dos ideas cerradas, coherentes ni absolutas. Hablando el lenguaje de Maquiavelo, hay dos “humores” en nuestra patria. Que recorren todos los ámbitos de la política desde la distribución de la riqueza hasta las relaciones exteriores. Y en estos tiempos el núcleo de sentido de la confrontación tiene el nombre de “cuidado”. ¿Tiene sentido el cuidado? Si de todas maneras nos vamos a morir. Aquí sí que quien escribe no conoce antecedentes históricos nacionales ni mundiales de un tipo de controversia política formulada en esos términos. Y completada con la apelación entusiasta y hasta rabiosa a la “libertad” por parte de grupos pequeños pero muy intensos.
Imposible, entonces, establecer pronósticos sobre el futuro próximo de la comunidad política argentina. Pero sí se puede decir que lo que está en entredicho en esta puja es justamente eso: la comunidad política. Ya se han ido insinuando voces influyentes de la coalición opositora a favor de la segregación de la provincia de Mendoza. En Córdoba también se acentúa la prédica del cordobesismo que constituye otra fórmula que cuestiona la existencia de una comunidad nacional superior a sus componentes regionales o provinciales. Ya durante la crisis de fines de 2001 circulaban papers que proponían declarar la “quiebra” de nuestro país, igual que si fuera una sociedad anónima.
En estos días hemos vuelto a tener noticias de la mirada del Departamento de Estado de Estados Unidos sobre nuestro país. Sabemos ahora de su preocupación por nuestras relaciones con China y con Rusia. ¿Es muy conspirativo pensar que detrás de ciertos discursos claramente desmoralizadores y carentes de sentido nacional que circulan en el interior de nuestro sistema político está también el interés de la principal potencia mundial de no perder posiciones en la región y en el país?