Adiós "Grupo de Lima", hola Patria Grande

27 de marzo, 2021 | 19.00

¿A qué le llama “libre mercado” el periodismo neocolonial? ¿Cuáles son los logros de los tratados de “libre comercio”? Nada puede ser más ilustrativo que la emergencia civilizatoria en la que estamos para hacer un balance al respecto: el 10% de los países tienen el 80% de las vacunas. No hay un balance más perfecto de la época globalista del capitalismo que ese dato, que tiene el dramatismo de que lo que se concentra en este caso no son solamente dólares sino expectativas de supervivencia. 

En estos días se ha revuelto el avispero de la política internacional argentina. Cristina aludió a la cuestión de la deuda en términos críticos; el gobierno retiró su participación en el grupo de Lima y el presidente desarrolló en la reunión de Mercosur una posición diferente que la de los otros tres países fundadores, partidarios estos últimos de activar tratados de libre comercio con países del mundo desarrollado. Es decir, estamos defendiendo la autodeterminación de los pueblos -en este caso Venezuela-, sosteniendo una posición digna y coherente respecto del saqueo que constituyó la deuda que Macri consiguió para su campaña electoral y defendiendo una posición nacional de defensa de nuestros productores y trabajadores, en el marco de la idea fundacional del Mercosur. 

Los periodistas obedientes de la doctrina nacional norteamericana llaman a eso, aislamiento, atraso, populismo y otras formas de la descalificación que suelen acompañar la escasez de sus argumentos. En el principio de los años noventa los que introducían en el debate político la cuestión de la soberanía nacional y la justicia social eran colocados en el lugar del pasado: “los que se quedaron en el 45”. Este es un momento para hacer un balance del recorrido del capitalismo global desde entonces. Se ha agudizado la desigualdad social y se han debilitado todavía más los estados débiles. No se conoce ningún caso de “derrame” hacia abajo  de la riqueza acumulada en la cima del poder económico. Por el contrario, como suele decir el papa Francisco “esta economía mata”. Y ahora lo hace asociada a la pandemia.

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La experiencia del Covid, mientras tanto, ha vuelto a poner en el centro de la escena a los estados nacionales, esas maquinarias torpes y corruptas cuyo fin pronosticaba cierto globalismo neoliberal particularmente miope. Los estados y las naciones han regresado. Y lo han hecho de la mano de la cuestión, política como pocas, del cuidado por la vida de sus habitantes.  ¿Significa esto que el futuro mundial tendrá en su centro excluyente a los estados nacionales, es decir el regreso al mundo inmediatamente posterior a la segunda guerra? Claramente no. La economía globalizada no tiene regreso hacia atrás, salvo el que pueda ser provocado por guerras de amplia escala y poder destructivo, por la crisis medioambiental que madura o por el ciclo pandémico que algunos investigadores dan por descontado hacia el futuro. 

Por eso, la política internacional será un área clave en el futuro de las naciones, particularmente de las regiones menos desarrolladas. Argentina viene de cuatro años que no deberían ser caracterizados como de “mala política” sino de ausencia de política internacional. No ejercimos ningún rol autónomo, la cancillería se limitó a reproducir las líneas y los giros de la política exterior de Estados Unidos. Para los voceros del establishment esa ausencia de política equivale a una línea internacional responsable y moderna. La articulación entre políticas internas y externas tiende a crecer cada vez más: los tiempos de retrocesos sociales son asimismo tiempos de obediencia al imperio. Ni los gobiernos de Menem y De la Rúa, ni el de Macri dejan ninguna duda al respecto. 

Una política exterior independiente necesita estar concentrada en la unidad regional, bien llamada la “patria grande”. Nuestra región tiene enormes recursos naturales, entre ellos aquellos escasos y decisivos en la etapa tecnológica en la que entramos, como es el caso del litio boliviano y argentino. Es una región de regímenes democráticos, más allá de límites evidentes en lo que concierne al ejercicio de la soberanía popular. Sus recursos humanos son altamente competitivos. Y vive en paz. No agrede a ninguna nación ni está atravesada por conflictos internos que amenacen la convivencia entre las naciones; la agresión norteamericana a Venezuela no comporta una excepción, especialmente porque la Casa Blanca no logró alinear a ningún país del sur en sus planes militares contra el estado bolivariano. Por el momento, todo lo que ha conseguido es el “grupo Lima”, cuya única importancia consiste en amplificar la descripción yanqui de lo que ocurre en ese país y provocar a su gobierno, con el reconocimiento de un “presidente” autoproclamado y absolutamente aislado. Es muy importante que Argentina haya abandonado a ese grupo; significa ni más ni menos que la recuperación de la tradición argentina de respeto por la autodeterminación de los estados y de solidaridad con los pueblos de la “patria grande”.

El futuro que se insinúa es el de las regiones. Y la integración regional no es exclusivamente económica. Es, ante todo, política. Es decir, incluye en su centro una agenda compartida en lo social, en lo infraestructural, en el fortalecimiento de las democracias, en la defensa común contra cualquier agresión externa. La integración debe ser gobernada por la política porque su desarrollo no puede ser neutral a la hora de fijar posiciones globales. Está claro que ese tipo de construcción política de una región necesita un piso de acuerdo estratégico que hoy aparece como un objetivo inalcanzable. Pero la integración es un proceso de largo aliento en el que se van estableciendo acuerdos y se va construyendo una agenda hegemónica en cuanto contempla el interés de todos sus países.  La integración, como sostenía el recordado Marco Aurelio García no es un “destino” sino una construcción política.

La regla central de un proceso de integración es que la región no es el “patio trasero” de nadie. No acude a ningún árbitro imperial para terciar en sus diferencias. No adopta como propias las guerras comerciales o de otro tipo en la que se compromete la principal potencia del mundo. Quiere ampliar su radio de colaboración a todas las otras regiones y países sobre la base del respeto mutuo por la diversidad. 

Por eso, la última semana ha traído muy buenas noticias en estas cuestiones. Solamente nos haría falta a lxs argentinxs imaginarnos cuánto más sólida sería nuestra posición en la discusión con el FMI si contáramos con un actor regional guiado por la defensa de la soberanía y por la mutua defensa frente a ataques externos, como en última instancia son las pretensiones de imponernos “planes económicos” desde afuera.