En la mañana del 9 de abril de 1953 hallaron sin vida a Juan Duarte, el hermano de Evita. Inajuro Hashimi, su mayordomo, encontró el cadáver en su habitación de la calle Callao arrodillado frente a su cama con un orificio de bala en la sien y rodeado de un charco de sangre. Los peritos dijeron “muerte dudosa”.
En ese momento tenía lugar el segundo mandato del peronismo en el poder y Duarte se desempeñaba como Secretario Privado del General. Un dato que resulta tan ineludible como destacado con frecuencia en cada crónica que repasa el hecho es que, por esos días, Duarte estaba por declarar ante la Comisión de Control del Estado que lo estaba investigando, a cargo del general Justo León Bengoa y con el aval de Perón, por corrupción. Más precisamente por enriquecimiento ilícito, vinculado con el monopolio de exportación de carnes.
Juan Duarte era un blanco al que se dirigía con frecuencia el arco político y militar opositor, encabezado por el radicalismo, para esmerilar la imagen pública del gobierno, que venía de ser reelecto en elecciones libres poco más de un año atrás y avanzaba con firmeza en su ciclo redistributivo y atento a las demandas de las mayorías trabajadoras. El apoyo o, en jerga peronista, la lealtad de estos resultaba inconmovible.
No así en las clases medias profesionales que, pese a haber disfrutado de las políticas del Estado de Bienestar con características criollas, resultaban particularmente permeables al rumor y la infamia personal. Duarte era un habitué de las páginas de sociedad, dada su ligazón al mundo del espectáculo por su carácter de propietario del 25% de la productora cinematógrafica Argentina Sono Film, una de las principales de la época dorada del cine argentino, en la que las inversiones estatales eran clave. El propio Duarte fue una pieza importante en la gestión del Fondo de Fomento Cinematográfico. Además, la prensa del corazón lo tenía entre sus favoritos gracias a relaciones sentimentales con importantes figuras del cine de divas como Fanny Navarro o María Miterloi Hernández, con quien amaneció el día de su muerte.
Como cuenta la periodista Catalina de Elía en su libro “Maten a Duarte”, las definiciones de la justicia en la dilucidación del caso son contradictorias entre si y, desde ya, fuertemente vinculadas al carácter del proceso político de turno, ya sean el peronismo, el antiperonismo de los militares golpistas o el radicalismo del desarrollismo frondizista.
En los años subsiguientes a su muerte, que fueron los últimos del inconcluso segundo mandato de Perón, la justicia indicó suicidio, aunque sin haber pedido orden de autopsia, pericias balísticas, ni tampoco caligráficas para dictaminar la veracidad de una supuesta carta diriga a Perón hallada en su cuarto. La autora antes mencionada cita que el Jefe de la Policía de entonces dijo que “cierren el expediente sin tanta alharaca”.
Tras el golpe militar de 1955, la historia se torna ominosa y macabra, dado que, así como hicieron con su hermana, su cuerpo fue manipulado. Fue desenterrado, decapitado y paseado por dependencias del Estado, mientras en su carácter público, los militares de la autodenominada Revolución Libertadora citaban a declarar a sus vecinos y el entorno político, entre los que estaban figuras de la talla de Héctor Cámpora. Una oportunidad que los usurpadores del poder y furibundos antiperonistas no podían desaprovechar en su carácter de eliminar a la fuerza política mayoritaria. A través de una comisión de la Policía Federal presidida por los capitanes Gandhi y Molinari también fueron expropiados bienes personales supuestamente malhabidos. El objetivo era inculpar al propio Perón y relacionarlo para el imaginario colectivo con la corrupción y el crímen organizado. El resultado: no pudieron comprobar qué sucedió, así como tampoco autores, ni lugares.
Increíblemente, el expediente de su causa fue encontrado en la caja fuerte de un juzgado, tras 50 años de la última etapa de investigación cuando, bajo la administración radical de Arturo Frondizi, a cargo del Juez Julián Franklin Kent, fue cerrado bajo la conclusión del suicidio. En el libro antes citado, se critica que la causa fue cerrada sin efectuar pericias ni atención a los testimonios que indicaron presencias sospechosas en la noche del hecho. Así como también son ciertos algunos indicios de allegados que se enfocaron en que su estado anímico no estaba pasando por un buen momento, tras la muerte de Evita, con quien mantenía una relación muy estrecha.
El soplido de los vientos de la Historia seguirán haciendo su trabajo para seguir echando luz sobre aquellos episodios célebres, entre los que se encuentra la muerte de Duarte, que fueron utilizados al placer de los movimientos de tablero de la disputa política del momento.