El derrumbe de Macri y nuestro futuro político

10 de julio, 2021 | 18.18

Asistimos a una intensa aceleración del derrumbe político de Macri. Al trámite exprés de la reconfiguración del PRO en torno de la candidatura presidencial de Rodríguez Larreta y a las malas noticias judiciales -que incluyen nada menos que la declaración de quiebra del Correo Argentino- se suma la denuncia del gobierno boliviano sobre el involucramiento del gobierno de Cambiemos en apoyo del golpismo en ese país, en 2019; un apoyo que habría consistido en la provisión al régimen golpista de armas y municiones para reprimir movilizaciones populares. Acaso su estadía en Europa se extienda por tiempo indeterminado.

¿Cuál sería el impacto probable de este importante giro político en la cumbre de la coalición opositora? Hay quienes depositan expectativas en algo así como la “desbolsonarización” de Juntos por el Cambio. Es decir de un viraje desde una oposición sistemática e intensa -que llega hasta la deslegitimación sistemática del gobierno- a otra dispuesta al diálogo y a la negociación. A su favor, quienes en el interior de la coalición abogan por ese rumbo sostienen la necesidad de atraer a sectores de la sociedad que no están contentas con el gobierno pero no participan de una visión extrema del conflicto. De hecho, el jefe de gobierno de la ciudad autónoma se ha movido -especialmente en el comienzo de la actual gestión nacional- con ese guion.  La larga etapa de alto nivel de conflictividad política produce cansancio en sectores de la sociedad que no participan de modo intenso en esa pugna y podrían ver con simpatía el intento de atenuarla.

En la mirada esquemática de algunos consultores de opinión pública, quien cultive mejor su relación con ese sector, terminará desnivelando a su favor las elecciones. El problema de ese sentido común “opinológico” es que los “intermedios” no viven en una burbuja aislados del resto; por el contrario, conversan e interactúan con quienes están claramente definidos. Por eso es que el estado de ánimo de estos últimos, su entusiasmo o su apatía es una variable emotiva que no se agota en la opinión que recogen los sondeos, sino que suele expresarse en diferentes modos de acercarse a una posición militante.

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Veamos los acontecimientos de estas horas: la manifestación de sectores del agro y la que se desarrolló en la ciudad capital. El tono de esas movilizaciones es de la máxima intensidad y dramatismo; el marco de situación en la que se incluyen es el de la urgencia. Urgencia de evitar la conversión del país en “Venezuela”, es decir del país imaginario en el que no rige ninguna libertad democrática y que se nombra del mismo modo que el país sudamericano-caribeño. Patricia Bullrich es la referente más fiel de estos grupos intensos de la derecha porteña y aspira a serlo con alcance nacional según sus propias declaraciones después de aceptar su desplazamiento de la principal candidatura de la ciudad en la próxima elección. La ex jefa de los gendarmes que siempre fue referente de los “halcones” lo será, seguramente, más después de su provisorio desplazamiento y de las penurias políticas de aquel a quien reconoce como principal referente. Su base de operaciones está en los sectores medios y medios altos de la ciudad y en la masa de chacareros que claman a viva voz por el retorno al 2008 (el año de la rebelión de las patronales agrarias, de su triunfo parlamentario y del nivel más alto de desestabilización del gobierno kirchnerista que pudo ser alcanzado.

Por otro lado, ¿cómo sería una oposición moderada? Sería seguramente una oposición leal, dialoguista, respetuosa de los pronunciamientos populares eventualmente mayoritarios…En las actuales condiciones políticas esa es una tierra de nadie. Y curiosamente lo seguirá siendo si no surge un liderazgo conservador capaz de asumir ese discurso que no promete éxitos a corto plazo. Entonces, muy probablemente el proceso que se abre estará caracterizado por la tensión y la polarización: solamente asumiendo de manera realista el antagonismo argentino puede construirse un discurso político con pretensiones de canalizarlo por vías pacíficas y contrarias a la descalificación del adversario.

Y ese lugar es el que se abrió paso con el Frente de Todos y la candidatura de Alberto Fernández. ¿Cómo fue tomado el discurso presidencial por los halcones del establishment (los medios de comunicación oligopólicos, los grandes grupos empresarios y financieros, los clanes políticos y judiciales conservadores)? Sin excepciones, este polo de la política argentina se mantuvo inflexible. Frente al discurso conciliador del presidente, construyeron la tesis que dice que Cristina es quien manda en las sombras. Y, como se sabe, “Cristina” no es la persona real que porta ese nombre junto al apellido de su compañero. Es la construcción ficcional que corporiza todo el odio de los sectores poderosos del país, de los que creen que el país les pertenece por razones de linaje histórico.

¿Significa entonces que la idea de un contrato social que sostuvo y sostiene la vicepresidenta es un simple juego verbal, intransitable en la realidad? ¿Quiere decir que el antagonismo debe resolverse -como por otra parte se intentó varias veces en nuestra historia cercana- es decir por la vía de la violencia estatal autoritaria de los poderosos? Esas fueron épocas de dolor y frustración colectiva a las que no deberíamos volver. La elaboración amplia y democrática de un proyecto de país que nos contenga a todos es también un viejo sueño de la democracia argentina. Perón, en su regreso definitivo al país lo llamaría “modelo argentino para el proyecto nacional” y lo enunciaría ante el Congreso con el propósito declarado de abrir un profundo debate nacional que culminara en una nueva constitución. Alfonsín formuló en el congreso radical de Parque Norte en diciembre de 1985 su propio proyecto en esa dirección a la que nombró como modernización y ética de la solidaridad.

No se trata de la añoranza de tiempos pasados. Se trata de la conciencia colectiva de que sin un acuerdo de amplios y generosos alcances es muy problemático el futuro argentino. Y, tal como en los dos ejemplos mencionados, no se trata de un acuerdo “neutral” y mucho menos “conservador”. Es el acuerdo político de las más amplias mayorías populares que le dé sustento a un nuevo pacto constitucional argentino. Un acuerdo por la soberanía, la paz interior, la democracia, la igualdad y el desarrollo social. No es el patrimonio de un partido sino el de un pueblo.

 

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