Elecciones 2023: otro cuento del tío

El análisis después de los resultados definitivos de las PASO en las elecciones 2023. Cómo leer a MIlei y las nuevas derechas. Las oportunidades de un progresismo en criss. 

04 de septiembre, 2023 | 00.05

Con este nombre, u otros similares, el “cuento del tío” representa el aprovechamiento, inescrupuloso, de la ingenuidad, de la buena fe o de la codicia de la víctima de maniobras defraudatorias que en cualquier caso son reprochables, aunque, cobran mayor gravedad y dimensión cuando es la fe pública la que se compromete.

No es hablar de utopías

La política es un campo fértil para sembrar ideales, para plantear transformaciones, para ilusionar con mejoras en el vivir a partir de esfuerzos personales y comunitarios, pero, también para desplegar elucubraciones propias del cuento del tío.

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Las ideologías, en general, y las fuerzas políticas que las representan o se identifican de alguna manera con aquéllas, inexorablemente alientan utopías.

Como el horizonte, siempre inalcanzable, son necesarias para marcar un rumbo, advertir si estamos desviando el camino, orientar nuestros pasos y dotar de certezas indispensables para alentarnos a continuar avanzando. A pesar de ser, por definición, muy improbable de concretarse o incluso siendo imposible su realización cuando se formula ese ideal, lo utópico no es engaño, en todo caso, podrá consistir en una ensoñación o en un objetivo demasiado ambicioso en el momento en que se propone.

Por el contrario, la desmesura discursiva deliberada y a sabiendas de su sinrazón, el ocultamiento o enmascaramiento de los móviles verdaderos que animan esas prédicas, los reacomodamientos ficcionales para disfrazar los propósitos y previsibles consecuencias de los postulados formulados, nada tienen en común con las utopías, sino que consisten simplemente en acciones de mala fe dirigidas a confundir y a defraudar.

Nadie está exento de ser presa de ese tipo de manipulaciones y, seguramente, todos hemos estado expuestos, tentados o, efectivamente, caído en situaciones de esa índole, ni es requisito para ello ser tonto, ignorante o desprevenido. Las circunstancias -individuales o colectivas- que atravesamos suelen ser condicionantes de una mayor exposición a creer en propuestas que, en apariencia, facilitan salir airosos de una encrucijada, tanto sea para bien de todos o para bien de uno.

Una máxima que se enseña a quienes practican el buceo y se enfrentan a un imponderable cuando se está sumergido a cierta profundidad, generando un lógico temor y al consiguiente riesgo de entrar en pánico, es: parar, pensar y, recién luego, actuar.

Quizás sea una directriz que nos sea útil en otros muchos aspectos de la vida y que, en estos tiempos, bien podría aplicar a las disyuntivas electorales que se nos presentan.

Un progresismo en crisis

Si en una más que apretada síntesis, sin pretensiones de categorizaciones absolutas, nos representamos al “progresismo” en Occidente como la expresión de voluntades animadas por la ampliación de derechos ciudadanos, que comprenden cuestiones sociales, culturales, económicas, laborales, ambientales, de género, de libertades ligadas a igualdad de oportunidades o a compensaciones (discriminaciones positivas) que las posibiliten, forzoso será advertir que esa tendencia viene mermando y cediendo paso a corrientes de signo contrario que impulsan negacionismos de distinta naturaleza.

El crecimiento de los sectores reaccionarios más duros, de conservadurismos que llegan a extremos que resultarían hasta no hace mucho claramente “anacrónicos” y, particularmente, la adhesión que obtienen de capas medias y bajas de la población influenciadas por una campaña de la “antipolítica” que agitan, precisamente, referentes que son claros emergentes de la política, de una política que paradójicamente no es “nueva” sino que forma parte de la “vieja política” elitista remozada cosméticamente, supone una verificación empírica insoslayable.

Lo que puede llamar la atención, pero no se trata de un fenómeno que carezca de precedentes como lo acredita el surgimiento de manifestaciones totalitarias una centuria atrás en Europa, es que quienes se alzan contra derechos como los abrazados por el “progresismo” y proponen un recorte drástico de los márgenes de una democracia social, accedan a posiciones electorales relevantes o al gobierno por vías institucionales republicanas que, finalmente, se muestran dispuestos a arrasar o que ya han venido corroyendo con el cooptamiento o el bloqueo paralizante de los Poderes del Estado, tal como se advierte en Argentina con el Judicial y el Legislativo, respectivamente.

Terminado el escrutinio de las PASO a nivel nacional, se obtuvo una más exacta definición de cuales fueron los posicionamientos de las tres coaliciones principales y las escasas diferencias menores a un 3% que, como tales, exhiben conforme los votos obtenidos por La Libertad Avanza (7.352.244, el 29,86%), Juntos por el Cambio (6.895.941, el 28%) y Unión por la Patria (6.719.040 el 27,28%).

En las distintas etapas marcadas por un claro bipartidismo en que, más allá de contingentes denominaciones aliancistas o frentistas, confrontaban centralmente entre dos partidos hegemónicos, ha sido común en las encuestas y estimaciones preelectorales atribuir un 70% o 75% de intención de voto distribuido entre aquéllos dos y, el remanente, ubicarlo en una franja de electores indecisos o menos politizados, potencialmente, inclinables hacia uno u otro.

Si a los votos obtenidos en las PASO pretendiéramos aplicarles esa lógica, en buena medida corroborable en un rápido repaso histórico, cabría pensar que ese 25 o 30% de impredecible intención de voto, en esta ocasión, se habría inclinado masivamente hacia La Libertad Avanza (LLA), sumando a otros votantes detraídos del tradicional bipartidismo, hoy expresado por Juntos por el Cambio (JxC) y Unión por la Patria (UP).

Ahora bien, esa interpretación adolecería de una omisión particularmente relevante, el no considerar otra cifra que surge del escrutinio definitivo a nivel nacional y que aparece como una anomalía en orden a la elevada participación electoral que históricamente ha destacado al pueblo argentino, pero que ya se venía evidenciando en los comicios provinciales y municipales.

En efecto, lo omitido sería el alto nivel de ausentismo y cuánto representan, porcentual (más del 30%) y cuantitativamente (10.400.000 votos), los empadronados que no asistieron a los comicios.

Completado, entonces, el cuadro electoral de las PASO podría concluirse que, si bien en votos positivos se advertiría la disrupción de una tercera fuerza al tradicional bipartidismo, ello resultaría en determinada medida del desgajamiento de Juntos por el Cambio y Unión por la Patria que derivó en una elección en tercios.

Desde esa perspectiva, sin embargo, sería legítimo plantearse que sigue vigente aquella recurrente apelación a casi un tercio de potenciales votantes que no estarían comprendidos dentro de los votos positivos y que, por tanto, constituyen una masa de electores que terminan definiendo una elección.

Las proclamas antisistema

En el núcleo duro de las proclamas formuladas por LLA y JxC se pone énfasis en una suerte de “rebeldía antisistema” que incluso se propone como “revolucionaria”, con especial identificación del Estado como el enemigo y representado por la “casta política” o el “populismo peronista/kirchnerista” que definirían al “sistema” contra el cual dicen arremeter.

Perforada la primera capa discursiva, despejando la virulencia de sus denuncias seriales e hipócritas acerca de las corrupciones que vendrían a suprimir y de las cuales hacen también único responsable al Estado, se percibe una base dogmática común y tributaria del sistema imperante en Occidente, el Capitalismo salvaje neoliberal centrado en la financiarización de la Economía y la expoliación de los recursos naturales transformados en commodities.

En realidad, nada tienen de “antisistema”, sino que se pronuncian ostensiblemente contra “un régimen” afincado entre nosotros y del que las mayorías -a veces sin detenerse a valorarlo suficientemente- son beneficiarias, el régimen democrático con vocación de pluralidad y diversidad apto para permear nuevas concepciones en procura de una continua ampliación de derechos.

Entre Bullrich y Milei, violentos y autoritarios sin disimulos, venían disputándose la imagen de mayor dureza e intolerancia hacia el adversario “populista” concebido como enemigo al que había que destruir no simplemente vencer en los comicios y, de acceder al gobierno, hacer desaparecer de toda escena y espacio público impidiendo toda protesta.

Ahora, en este primer tramo de cara a las elecciones de octubre necesitan bajar el tono, mostrarse menos drásticos en torno a su desaprensión por los efectos de las políticas que postulan, acercarse a una parte del electorado menos belicoso y más moderado, con la complejidad que implica no perder en la competencia por ser quien mayor denota una impronta de mano dura en todos los ámbitos de una futura gestión. 

En Bullrich aparece una mano tendida hacia el larretismo y los radicales, que Jorge Macri, su álter ego porteño por adopción, no acompaña -por lo visto- con la limpieza que ya viene realizando de funcionarios del Gobierno de la CABA;  a la vez que trata de dar consistencia a sus planteos económicos, en los que suele hacer papelones cuando le reclaman alguna precisión que supere el mero consignismo, incorporando a Melconián como su virtual Ministro del ramo e invocando un gradualismo que no está en sus planes, ni se compadece con su lema: “si no es todo, es nada”.

En Milei se aprecia a simple vista una nueva estética, que recuerda el transformismo de Carlos S. Menem entre 1989 y 1993 (de querer reflejarse en un cuadro del mítico caudillo riojano a hacerlo en la foto de un acomodado personaje de la City porteña), cambiando el negro de sus camperas de cuero y demás atuendos por el azul de sus trajes y corbatas, hasta un reacomodamiento de su cabellera más al gusto de sus anfitriones empresarios nativos y norteamericanos. También replantea los tiempos que importará la concreción de su revolución libertaria -no productiva-, ampliando a plazos que hacen suponer una gran confianza de continuar en el gobierno por diez o más años a despecho de los límites constitucionales, que tampoco pareciera registrarlos cuando sostiene que eliminará inmediatamente los derechos sociales y otros “detalles” en materia de bienes o valores tutelados en nuestra Carta Magna. 

En su caso, particularmente, las formulaciones engañosas están plasmadas en la propia Plataforma/Programa electoral de LLA, en donde se afirman cosas tales como:

“… impulsar políticas liberales que coadyuven al despegue económico, político. cultural y social que los argentinos necesitamos para volver a ser el país pujante que éramos a comienzos del año 1900 (…)

Desde La Libertad Avanza promovemos la eficiencia, la transparencia. la meritocracia, el esfuerzo personal, la defensa del derecho a la vida desde la concepción (…) A principios del siglo pasado la matriz productiva de la Argentina se mantenía gracias al esfuerzo, trabajo y motivaciones de ascenso social de su clase media trabajadora (envidiada en el resto del mundo) quienes producto del sacrificio personal y colectivo encontraban en esta ‘tierra prometida’ el lugar para crecer que les era negado en sus países de origen.

Los gobiernos populistas y totalitarios que marcaron el cambio de época de mediados del siglo pasado, coadyuvaron para la relajación de esa metodología de vida y trabajo. La intromisión del Estado paternalista, que proveía de bienes de capital a sus habitantes, inhibió la iniciativa privada de crecimiento de esa clase media y de las clases más bajas y necesitadas, y llevó a la relajación de los esfuerzos que nos han colocado en el estado de situación actual.”

Algo más anacrónico que proponer como futuro venturoso el volver a comienzos del año 1900, es difícil de imaginar; pero cabe sí reconocerles, un esfuerzo por profundizar en un relato de ciencia ficción hablando de una “clase media” a principios de ese siglo que nutría la inmigración, cuando por entonces ese sector social prácticamente no existía y los inmigrantes se hallaban sumidos en la mayor miseria a la que eran empujados por una oligarquía que era la única beneficiaria de las riquezas de un país sometido al coloniaje.  

Obviamente, elegido al Estado como enemigo ninguna virtud podría atribuírsele, aunque es de un cinismo superlativo ocultar que los fantasiosos logros situados en 1900 (matriz productiva sustentable, ascenso social, consolidación de una clase media en expansión, oportunidades para el crecimiento y realización personal) se hicieron realidad efectiva, justamente, a mediados del siglo pasado y en base a una decidida acción estatal.

¿A cuánto estamos dispuestos a renunciar?

Las propuestas de la oposición que, hoy por hoy, podrían considerarse con el respaldo de casi un 60% de quienes votaron en las PASO, si nos apegáramos a una homogeneización de ese electorado y a una simple aritmética a la que no suele responder la política, importan un Estado mínimo sin capacidad regulatoria en ningún ámbito (economía, finanzas, moneda, educación, salud, trabajo, ciencia, cultura) y una libertad libertaria, o sea, despojada de todo condicionamiento en razón de las desigualdades existentes, librada a la suerte de cada cual y en función de los “méritos” que asigne o reconozca el Mercado.

Al respecto es oportuno citar algunos datos y reflexiones de Alfredo Zaiat (Página 12, edición del 9/7/23, Grandes corporaciones tienen ganancias inesperadas al aplicar fuertes aumentos de precios y, además, al beneficiarse por la policrisis):

“El dato es impactante: las 722 corporaciones más grandes del mundo sumaron 1,1 billón de dólares en ganancias inesperadas cada año durante los últimos dos años, pese al contexto económico crítico por una inflación en ascenso y tasas de interés elevadas. El cálculo fue realizado por las prestigiosas ONG Oxfam y ActionAid en base al ranking "Global 2000" de Forbes.

Por si la rápida lectura provoca alguna distracción, el estudio no se concentra en la tendencia creciente de las utilidades de las empresas dominantes del capitalismo global. Revela las ganancias adicionales (inesperadas) contabilizadas en 2021 y 2022, años de la salida de la pandemia y del estallido de la guerra Ucrania (OTAN)-Rusia.

Mientras gran parte de la población mundial ha estado padeciendo recortes de ingresos y deterioro en la calidad de vida en este bienio, estas compañías han aumentado en 89 por ciento las ganancias totales en comparación a las registradas en promedio en el período 2017-2020.

Son ganancias que no se explican por incremento de productividad, de inversiones oportunas que permitieron concentrar mercados ni por el desarrollo de una innovación que revolucionó sus actividades. Estas fortunas corporativas se originaron en acontecimientos globales inesperados que derivaron en rentas extraordinarias.

Para definirla se estiman cuando superan las ganancias promedio en más del 10 por ciento. En línea con esta investigación, estudios del Banco Central Europeo y del FMI explican que el actual ciclo de inflación elevada tiene en parte su origen en el comportamiento de las corporaciones para acumular ganancias extraordinarias.”

No hace falta abundar en ejemplos para constatar, que en el mundo -ni en nuestro país- la mayor rentabilidad como tampoco las ganancias extraordinarias han redundado en beneficio alguno para la población en general, ni se ha derramado una sola gota de la copa de los enriquecidos que saciara algo de las crecientes necesidades de la mayoría del pueblo.

Por el contrario, las respuestas paliativas en esas u otras emergencias siempre han provenido del Estado cuando ha implementado políticas activas progresivas, compensatorias y distributivas, fundadas en una concepción elemental de justicia social que los representantes del Mercado insisten en erradicar definitivamente.

Una prueba acabada de esa contradicción ideológica principal entre la oposición y el oficialismo actual, son las reacciones frente a la presión devaluatoria del FMI, no sólo en cuanto a la resistencia del Gobierno a la devaluación del 100% reclamada sino a la decisión de brindar paliativos por los efectos producidos por la finalmente operada (del 22%), abarcando un abanico de medidas en favor de los sectores más afectados. La diferencia opositora -en su conjunto- es notoria, tanto en las críticas o rechazos que manifestaron a lo actuado por el Gobierno, como en orden a la disciplinada aceptación de las recetas recesivas del Fondo y a su disposición de llevar a cabo enormes ajustes fiscales en desmedro de la estructura del Estado, así como, con gran impacto predatorio en la economía doméstica.

Se hace camino al andar … también al desandar

La marcha de la Historia da cuenta de una serie de avances y retrocesos, en una dinámica que depende de múltiples factores y en los cuales el nivel de incidencia ciudadana es proporcional al grado de participación que se proponga y del que disponga.

La Democracia es un régimen social imperfecto, aunque hasta el momento ha resultado ser el que permite dotar a la sociedad de mayores posibilidades de un desarrollo equilibrado, con equidad y justicia distributiva.

En cualquier orden de la vida construir siempre es más complejo que destruir, pero todavía lo es más reconstruir, como muestran tantas experiencias nefastas padecidas en la vida institucional de Argentina.

Sin menoscabo ni subestimación de las diferentes posiciones reveladas en las últimas elecciones, pareciera imprescindible alertar sobre la exigencia de un obrar responsable y comprometido cuya mínima expresión consiste en concurrir a votar, así como en lo aconsejable de darse el tiempo suficiente en parar, pensar y actuar en los próximos comicios.

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Álvaro Ruiz

Abogado laboralista, profesor titular de derecho del Trabajo de Grado y Posgrado (UBA, UNLZ y UMSA). Autor de numerosos libros y publicaciones nacionales e internacionales. Columnista en medios de comunicación nacionales. Apasionado futbolero y destacado mediocampista.