La difícil reeducación de Milei y el futuro de la democracia argentina

La “irrealidad” del candidato- sus exabruptos, sus pánicos, sus violencias verbales, sus inconsistencias argumentales, la dudosa moralidad de su conducta política-constituyen la única verdad del personaje.

05 de noviembre, 2023 | 00.05

Dice Borges en su texto Anotación al 23 de agosto de 1944: “el nazismo adolece de irrealidad…Es inhabitable: los hombres sólo pueden morir por él, mentir por él, matar y ensangrentar por él. Nadie, en la soledad central de su yo, puede anhelar que triunfe. Arriesgo esta conjetura: Hitler quiere ser derrotado”. La recepción literal de estas palabras llevaría a múltiples malentendidos; pero puede arriesgarse que hay algo del actual pasaje político argentino que aparece un poco menos inverosímil si se atiende a este párrafo irónico de Borges: el deslumbramiento de un importante segmento de nuestra sociedad (particularmente intenso en sus capas más jóvenes) no parece deberse a la letra misma de lo que dice (o vocifera) Milei. Claro es que hay muchas personas entre nosotros que creen en las políticas económicas neoliberales (no exclusivamente situados en sus sectores más acomodados en lo económico); que muchas de esas personas creen en el valor de las políticas represivas del estado y sostienen que todo debe ser librado al buen gusto del “mercado”. Ni qué decir que una motosierra colocada en el lugar de símbolo y de “épica” de una campaña electoral está señalando el anhelo de un estado autoritario y tendencialmente represivo. El círculo se cierra virtuosamente (de modo asombroso) con el hecho de que muchos de los más fervorosos adherentes del personaje serían -en el caso de su triunfo- sus víctimas primeras. Ninguna de estas constancias puede considerarse “nueva”: a quienes vivimos la dictadura cívico-militar instalada en 1976 no puede olvidársenos el “reclamo” de sectores medios e incluso de muchas personas de clase popular hacia las fuerzas armadas para que vinieran a poner fin al “caos” del gobierno de María Estela Martínez.

Hay cansancio en la sociedad argentina. Cansancio que dejó la pandemia. Que se agudizó con la inflación y la caída brusca del poder de compra de los salarios y las jubilaciones y con la impotencia de la política para torcer un presente que se vive con incertidumbre. La tan vilipendiada “clase política” se negó, en este caso, a repetir conductas desestabilizadoras puestas en marcha en otros momentos no lejanos. Y de un modo “casi natural” apareció un personaje que percibió a fondo el malestar y lo interpretó en clave furiosa y extrema “contra la clase política”. No dijo nada importante que los voceros del establishment económico no vinieran agitando desde hace mucho. No inventó nada. Simplemente construyó (o es) un personaje llamativo, histriónico, desaforado. Y colocó a las viejas, gastadas y fracasadas fórmulas neoliberales en el lugar de la solución histórica. Fusionó, además, ese descubrimiento con la convocatoria a una “guerra contra la casta”. La operación consistió en una guerra desde adentro. El hombre es diputado, condición que está fuertemente atada a la imagen de quienes viven sin trabajar a costa del estado; ¡pero resolvió ese problema instituyendo un sorteo popular mensual en el que su propia dieta en el Congreso constituye el premio! Ese conjunto de circunstancias enmarcadas en una primera etapa de presencia intensa en los medios de comunicación cuyos principales operadores lo convirtieron rápidamente en una figura estelar. Cuando su papeleta fue la más votada en las primarias parecía que se consumaba sin obstáculos su paso de animador de televisión a presidente de la república.

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Lo dicho es una especie de prólogo al pasaje en el que estamos hoy. “Hoy” es el tiempo posterior a la primera vuelta electoral, en la que Milei fracasó en su proyecto de ser ungido presidente en primera vuelta y, además perdió la primera posición. Inmediatamente después del suceso, apareció la solidaridad activa de Macri con el ilusionista. Una aparición que adquiere un sentido muy preciso: dotar al individuo de equilibrio y sensatez política, ardua tarea. El político multi empresario pasó así de ser un desplazado del centro de la política argentina (se retiró de la competencia reconociendo el fracaso de sus libros y sus operaciones internacionales) a ser el hombre que puede reparar al candidato estrella, superar lo que Borges en el párrafo citado llama “irrealidad”. Pero el problema consiste en que la “irrealidad” del candidato- sus exabruptos, sus pánicos, sus violencias verbales, sus inconsistencias argumentales, la dudosa moralidad de su conducta política-constituyen la única verdad del personaje. En estos días asistimos al despliegue del operativo “rescatando al candidato Milei”, un inesperado giro de la situación. Pero más inesperado -y más bien insólito- es el manager que dirige el operativo, un ex presidente que perdió ruidosamente en su intento de reelección y que hoy asiste a la virtual desaparición de la fuerza que lo proyectó al gobierno. Las malas lenguas dicen que Macri necesita estar cerca del poder para defender su situación judicial perlada de todo tipo de delitos que, por ahora, ninguna operación judicial terminó de enderezar.

Lo más interesante -acaso lo único interesante- de esta saga es el brusco viraje que sufrió el mapa político argentino después de la primera vuelta electoral. Desapareció Juntos por el Cambio. Y no se trata de un hecho corriente ni de un simple reordenamiento del sistema de partidos: lo que acaba de ser barrido de modo vertiginoso es la primera agrupación política de la derecha argentina que consiguió ganar la presidencia en comicios libres, sin proscripciones y sin recostarse en la hegemonía de los así llamados “partidos tradicionales” (peronismo y radicalismo) desde la ley Sáenz Peña. La convención radical de Gualeguaychú de 2015 habilitó la incorporación de la UCR a la coalición que entonces se llamó “Cambiemos”. Esa incorporación fue un aporte al triunfo de Macri ese año. Pero en todo momento, el radicalismo estuvo fuera de la escena central del gobierno y de la política argentina. ¿Qué hará el radicalismo después de la actual explosión del sistema de partidos argentino? ¿Revisará sus pasos no solamente desde el punto de vista electoral sino también desde su lugar en la lucha política argentina? ¿Podrá ocupar en el sistema de partidos el lugar de una suerte de “liberalismo democrático” capaz de incidir en la puja por el tipo de país al que aspira? Entre los firmantes de la reciente carta de intelectuales en apoyo a la candidatura de Massa hay muchas personalidades históricamente cercanas al partido radical y su disposición a hacer público un apoyo al candidato peronista -más allá del peso político específico que alcance la iniciativa, puede estar señalando un nuevo punto de partida.

El hecho es que se puso en marcha un proceso de reconfiguración política en la Argentina: rupturas y realineaciones respecto de la etapa abierta con el triunfo electoral de Néstor Kirchner en 2003. Está claro que hay en marcha una recomposición del peronismo. Pero los ritmos y el contenido de esa recomposición dependerán mucho del resultado electoral. El triunfo de Massa instalaría un nuevo liderazgo en esa fuerza política y podría ser un impulso muy importante para realineamientos políticos, cuya agenda estará enmarcada por una nueva situación argentina, en su política interna y en su posición en el mundo. El resultado opuesto es mucho más difícil de prever, pero, en cualquier caso, no será fácil consolidar en nuestro país un régimen que pretenda revisar los pilares de la convivencia democrática construidos a fines de 1983. Parece, además, que los novedosos reagrupamientos políticos que se insinúan van en la dirección de una recomposición democrática. Y eso puede constituir un pilar decisivo para una realidad social, económica, geopolítica y cultural de nuestro país. Será el voto popular el que decida sobre la cuestión.