Elecciones de ayer y de hoy

13 de agosto, 2023 | 00.05

Ante las primarias de este domingo, que no son las generales pero que adelantarán una foto muy probablemente irreversible, resulta imposible no rememorar las elecciones de 2015, volver a aquellos climas sociales, al sentir de los votantes, a las promesas de campaña y a los proyectos en pugna.

En 2015 y tras doce años en el poder se agotaba el ciclo político del kirchnerismo. Desde la crisis de “la 125” en 2008, que inicialmente había enfrentado al gobierno con las patronales agropecuarias, el poder económico le había declarado la guerra. Ni lerdo ni perezoso el oficialismo de entonces utilizó el conflicto para polarizar con el adversario. El enfrentamiento con “las oligarquías”, con “las 100 familias” de las que hablaba Eva Perón, funcionó como catalizador para el renacer peronista tras el travestismo neoliberal de los ’90. Creó mística, sumó militancia y fervor juvenil. Los campos en disputa parecían clarísimos.

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En “la base material”, mientras tanto, pasaban cosas. El ciclo económico ascendente desde 2003 cambió de tendencia a partir de 2011, el año en que reapareció el déficit energético y en consecuencia la escasez de divisas. El kirchnerismo nunca fue neutral, siempre decidió en favor de los trabajadores, un dato indiscutible respaldado tanto por las estadísticas salariales como por la saña del capital. Pero sostener el crecimiento de los salarios no es sólo un acto de voluntad, también se necesitan construir las condiciones materiales. La continuidad de la redistribución del flujo del ingreso no es lo mismo que la distribución del stock de riquezas. El ingreso es un flujo que se produce en el momento de la producción. Si la producción se estanca, como fue el caso a partir de la falta de dólares, redistribuir tensiona al extremo la conflictividad social, la lucha de clases. Si no se transforma la estructura productiva para aumentar exportaciones y sustituir importaciones reaparece la escasez de divisas y, con ella, la inestabilidad macroeconómica. Frente a los hechos consumados, a partir de 2011 el kirchnerismo intentó volver a los mercados financieros internacionales para conjurar la escasez y avanzar con el desarrollo. Fue entonces cuando las finanzas globales, a través de instrumentos como los fallos buitre en Estados Unidos, aprovecharon para hacer tronar el escarmiento y pasar la factura por la renegociación hostil de la deuda generada durante la Convertibilidad. La única vía posible que quedó para sostener el nivel de actividad fue consumir el stock de reservas internacionales. 

Luego, subiendo en la estructura y dejando la base material, si bien las polarizaciones refuerzan identidades propias, también desgastan las adhesiones menos comprometidas. Tras años de mejoras en los ingresos, pero también de disputas agudizadas en el escenario mediático, ofrecer “no vas a perder nada de los que ya tenés”, pero también “la revolución de la alegría”, funcionó como un bálsamo frente a ingresos que se estancaban y el hastío social por el conflicto permanente exaltado por los medios. Fue lo que le permitió al macrismo ganar raspando, pero gobernar luego como un gran ganador mediante la construcción de mayorías legislativas impensadas antes del resultado electoral. Mejor no profundizar.

Ya en el poder, el gran problema del cambiemismo no fue su presunto gradualismo fiscal, sino haber desdeñado las causas del agotamiento de los ciclos precedentes. La convertibilidad no implosionó al final del gobierno de la primera Alianza por haber sido una maquinaria de exclusión social, enajenación del patrimonio público acumulado por generaciones y endeudamiento, sino porque se cerró la canilla de dólares del exterior para sostener una paridad cambiaria ficticia. El kirchnerismo no perdió porque se agotó su ciclo político, sino su ciclo económico, que comenzaba a mostrar señales de desgaste. Fue a partir de no haber resuelto la restricción externa, lo que generó las tensiones que llevaron a los descontentos sobre los que se montó el adversario. El caballito de batalla fue, una vez más en la saga contra los gobiernos populares, la falacia de la corrupción generalizada.

El gobierno que asumió en 2015 profesaba una creencia que, a pesar de los reiterados tropiezos históricos, todavía muchos profesan: el credo en que la sola presencia de un gobierno “amistoso con los mercados” desencadena una “lluvia de inversiones”. A la espera de la lluvia, el placebo para sostener los niveles de actividad que permitieron revalidar credenciales en las elecciones de medio término, las de 2017, fue la toma desaforada de deuda, el único efecto que reportó la amistad con los mercados. Haber estado en estos dos años, 2016-17, al tope de los tomadores globales de deuda fue el prolegómeno para la recaída en el FMI. El macrismo volvió a hacer lo que siempre hicieron estructuralmente los gobiernos neoliberales, empezando por la dictadura y siguiendo por el menemismo, tomar ingentes cantidades de deuda, impagable en relación a las exportaciones, endeudamiento que además tuvo un destino netamente financiero, es decir que no dejó como contrapartida ningún bien material, como podría ser el desarrollo de infraestructura.

Cuando la actual administración asumió a fines de 2019 “nadie no sabía” que su destino estaría signado por la renegociación del inmenso endeudamiento heredado, razón que reducía al mínimo los grados de libertad inicial de la política económica. A su vez, y como era de esperar, así como el FMI le prestó al macrismo 57 mil millones de dólares para que se sostenga en el poder, también jugó en los últimos meses a ahorcar financieramente a la actual administración sumando electoralmente para la oposición, a la que claramente prefiere. El mecanismo es sencillo: la falta de dólares junto a la incertidumbre de los desembolsos para los repagos alteró los mercados cambiarios, lo que se tradujo en la alta inflación, que es el principal factor de descontento social. A pesar de esta presión y de la realidad efectiva de la restricción externa, la gestión del Ministerio de Economía consiguió sostener el nivel de actividad, el bajo desempleo y, especialmente, el milagro de evitar una crisis externa, la que representaba el sueño y la apuesta opositora.

Este domingo, en un clima enrarecido, las elecciones primarias mostrarán una foto del ánimo social. El dato malo para el oficialismo es que, por la alta inflación y su efecto sobre los salarios, buena parte de la población votará enojada. Pero el verdadero problema de fondo, que no resulta un buen augurio para el futuro, es que para castigar al gobierno que no logró conjurar le herencia de deuda recibida, estarán disponibles en el cuarto oscuro las boletas de los autores y los defensores de los regímenes que originaron los distintos momentos de gran endeudamiento, sean los ’90 o mediados de la segunda década del siglo. Es decir para castigar a quienes no pudieron resolver los problemas de una deuda que no tomaron estarán las boletas de los endeudadores seriales o sus defensores.