Para comprender la magnitud del daño causado por la pandemia del coronavirus basta con un dato: según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), en 2020 se perdieron en el mundo 225 millones de empleos, el 8,8% del total, la caída más severa desde la Segunda Guerra Mundial. A finales de 2021 aún había un 4,4% de empleos menos que en 2019. Faltaban recuperar 127 millones de empleos. La OIT estima que a fin de 2022 aún restarán recuperarse 52 millones de puestos y que se volverá al nivel de 2019 recién a fines de 2023. En ese contexto debe leerse la cifra que acaba de entregar el INDEC: Argentina tiene 650 mil empleos más que en 2019. En medio de la pandemia, se bajó del 8,9% de desempleo en el último trimestre de 2019 al 7% de fines de 2021.
De la misma forma habría que valorar la recuperación económica. La economía de Francia cayó un 8,3% en 2020 y en 2021 apenas recuperó un 5,5%. Inglaterra cayó un 9,75% y el año pasado creció un 7,25%. Italia cayó un 8,8% y recuperó un 5,1%. España cayó un 10,85% y apenas creció al 5,9% en 2021. México cayó un 8,95% y se recuperó un 5,9%. La mayoría necesitará al menos dos años para volver a como estaba antes de la pandemia. Argentina, en cambio, cayó un 9,9% en 2020 y creció un 10,3% en 2021.
Las condiciones en las que se da la caída del desempleo y el crecimiento económico están lejos de ser las ideales. Nuevamente, vale la pena contextualizarlo. El “Panorama laboral 2021” de la OIT publicado el 1 de febrero último señala: “Entre 60 y 80 por ciento de los empleos recuperados hasta el tercer trimestre de 2021 habían sido en condiciones de informalidad”.
Quizá el dato más trascendente para evaluar la gestión oficial es el contexto en el que se da el aumento de la desigualdad. El “Panorama Social de América Latina” de enero de la Cepal señala que “la desigualdad aumentó entre 2019 y 2020, con lo que se quebró una tendencia decreciente que venía observándose desde 2002. El Coeficiente de Gini, utilizado internacionalmente para medir la distribución del ingreso, aumentó en 0,7 puntos porcentuales para el promedio regional entre 2019 y 2020. Este deterioro tiene relación directa con las repercusiones de la pandemia”. El dato no debe justificar la injusticia ni servir de excusa para no combatirla, pero suma a la actual discusión política saber en qué contexto sucede.
Otro tanto puede decirse de la disparada inflacionaria. En este caso, a los efectos de la pandemia se sumaron los de la guerra. En 2020 la inflación en Estados Unidos fue del 1,4%. Producto de la pandemia, en 2021 llegó al 7%. Empujada ahora por pandemia y guerra, en el primer bimestre de 2022 fue del 1,8%. Un registro que anualizado supera el 12%. Canadá tuvo un 0,7% en 2020, un 4,8% en 2021 y un 1,9% en el primer bimestre 2022. Italia tuvo una inflación del 0,2% en 2020, se disparó al 3,9% en 2021 por la pandemia y llegó al 2,5% en el primer bimestre empujado por pandemia y guerra. Anualizado da 16%, 80 veces más que en 2020.
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Las comparaciones sirven para evaluar en su justo punto la gestión de la administración albertista, pero no ayudan a ganar elecciones. La mayoría de los oficialismos están perdiéndolas. Para ganar una elección, además de empleo, hace falta mejora del salario real. Con la inflación actual la meta parece inalcanzable. Para que los ingresos le ganen a los precios ahora el gobierno deberá actuar en ambos rubros: desacelerar la inflación y acelerar los ingresos. Un aumento de salarios general por decreto pondría las cosas en su punto rápidamente. ¿Podría rechazarlo la oposición? ¿Podría incluso ir a la justicia? Ponerse en contra de un aumento de sueldos tendría un costo político colosal. En el Ejecutivo hay temor a que la medida dispare un nivel de consumo que eleve las importaciones y juegue en contra de la acumulación de reservas. Hay dos puntos a considerar. El primero es que si no tienen una política de ingresos agresiva frente a subas que llegan al 3% semanal la economía caerá en recesión inevitablemente. Segundo, que una mínima suba de importaciones seguro podrá ser saldada por una mayor eficacia en el manejo de reservas del Banco Central. ¿Saldrá?
Por el lado de los precios, como bien dijo en un reportaje en este medio Vilma Ibarra, al presidente le vendría bien la unidad del Frente de Todos. A fines de 2019, según la publicación del sector “Márgenes Agropecuarios”, los productores agropecuarios habían aumentado sus ganancias netas en dólares en trigo, maíz y girasol un 180% promedio. Con la disparada de los precios internacionales desde el comienzo de la guerra, sus utilidades pegaron un nuevo salto. Como los granos se venden en el país al mismo precio que dicta el mercado de Chicago, las ganancias de ellos son las penurias de quienes consumen alimentos en el país. No es cierto que una suba de las retenciones afectaría la producción. Con el kirchnerismo, entre 2033 y 2015, la cosecha total pasó de 60 a 120 millones de toneladas. Aproximadamente 3500 productores concentran el 80% de la producción. O deben dejar en el país los cupos necesarios para que se vendan a un precio relacionado con los ingresos locales o es imprescindible bajarles el precio subiéndoles las retenciones. Tomando en cuenta la concentración de la producción, se debería segmentar. Incluso subirle solo a los grandes. Podrían ser retenciones móviles, que cayeran solas al cesar la guerra. No intentar hacerlo es el tipo de moderación que juega en contra del proyecto nacional y popular.
Aunque todos dicen que Argentina no podrá cumplir la primera revisión con el Fondo Monetario Internacional (FMI) los datos del déficit del primer bimestre parecen desmentir el pronóstico. Entre enero y febrero el Sector Público Nacional tuvo un rojo de 92.982 millones de pesos. El acuerdo prevé 222.350 millones en el primer trimestre. Con un déficit de 108.172 millones en marzo se cumple. Al Fondo no le importa cómo se logra. Las metas a revisión son la fiscal, la monetaria y las reservas.
Hablando del Fondo y de elecciones, hay un punto que el kirchnerismo debería revisar: ¿los subsidios energéticos son la forma más eficaz de redistribución que puede ofrecer el gobierno? ¿No se puede pensar en algún método más focalizado en los sectores que realmente necesitan mayores ingresos directos o indirectos? ¿No están destinando un montón de dinero a gente que no solo no lo necesita, sino que jamás los va a votar y restringiéndole a otros que si necesitan y sí los votaría?
Cristina
Cristina está convencida de que las elecciones de 2023 están perdidas. Lo ha repetido en distintas reuniones en las últimas semanas. “Si perdimos en 2021 creciendo al 10% y sin el fondo, cómo no vamos a perder con el FMI adentro”, es una de las frases que repite. La actual vice y ex presidenta en dos oportunidades habla de ir a la provincia de Buenos Aires y esperar a 2027 a que pierda el gobierno de Cambiemos. Hay que reconocer que en 2021 fue una de las pocas que advirtió la derrota, pero darla por hecha un año y medio antes, sin atender los hechos que podrían ocurrir aquí y en el mundo y sin pelearla, es al menos extraño. Más extraño aún es que lo cuente. Extraño y perjudicial. Si todos piensan que van a perder actuaran en consecuencia. Se entra en el terreno del sálvese quien pueda. Se convierte en una profecía auto cumplida.
Alberto
Las declaraciones de Alberto Fernández en El Destape Radio a favor de la unidad son insuficientes si no se dan en el marco de un acercamiento en la acción. Unidad para qué. Unidad para un plan para bajar la inflación y subir los ingresos sería interesante. Prescindir de los saberes, la experiencia y el volumen político de Cristina en un momento como este parece un error estratégico, entre otras cosas.
El origen de todo
Cristina reivindica su decisión de encumbrar a Alberto como presidente y afirma que el problema es que él cambió con la pandemia. “íbamos a decidir juntos los grandes temas. Cuando subió al 80% de imagen positiva al principio de la pandemia, cambió”, le explicó a uno de sus hombres más cercanos. Alberto niega cualquier acuerdo previo de ese tipo. Cuenta que en una de sus últimas charlas él le dijo: “Si querías alguien que te hiciera caso hubieras puesto a Parrilli. Sabes que yo no soy así”. Y que Cristina le contestó: “Y vos pensaste que yo me iba a quedar callada mirando como hacías lo que se te daba la gana”. Más allá de las versiones de cada uno, cuesta imaginar que Cristina le haya entregado sus votos sin un acuerdo.
Que los una el espanto
El año pasado la inversión creció un 33% y fue la suba más alta desde 2004. Van 5 trimestres seguidos de crecimiento de dos dígitos. Las exportaciones de enero fueron las más altas de la historia para ese mes. El desempleo se acerca al que dejó Cristina.
Las diferencias con el gobierno de Macri son enormes: el ex presidente eliminó las retenciones al trigo, maíz y girasol, disparando los ingresos de los grandes productores en detrimento de la mesa de los argentinos. Casi eliminó el Impuesto a la riqueza, derogó los impuestos internos a productos suntuarios y otros gravámenes de los que más tienen. Esos ingresos fueron recuperados con una suba histórica de las tarifas de servicios públicos. Es decir, le sacó a los trabajadores para darle a los que más tienen. Alberto desandó ese camino. Macri abrió la cuenta capital generando una fuga de divisas fenomenal. Alberto frenó el drenaje. Macri generó una deuda en dólares récord con privados y el FMI. Alberto renegoció la deuda privada con una quita de 38 mil millones de dólares y la del FMI en condiciones mucho más favorables. Macri le quitó los medicamentos gratis a los jubilados. Alberto les dio el nuevo derecho de medicamentos gratis para todos. Macri cambió la fórmula de actualización de jubilaciones perjudicando a los beneficiarios. Alberto les devolvió la fórmula de Cristina. Son innumerables las diferencias.
No se la den a los de amarillo
Esta semana Macri aseguró que si vuelve bajará los impuestos y a la vez equilibrará las cuentas el primer día de su gobierno. Se trataría de un ajuste bestial. Cristian Ritondo anunció una reforma laboral, una previsional y una tributaria. Si ese no es un incentivo para la unidad nada alcanzará. El Estado es, entre otras cosas, un equilibrador de fuerzas, un redistribuidor de la natural injusta distribución que surge del sistema, un justiciero, un buscador de paz en el caos del mercado. El Estado debe mandar porque siempre alguien manda. Si no lo hace el Estado lo hará el jugador más grande. La moderación beneficia a los poderosos. La confrontación constante genera tantos enemigos que te deja solo. Si superan la diferencia original, Cristina y Alberto tienen la inteligencia para encontrar el equilibrio.