Las luces rojas se encendieron mucho antes, cuando atacaron el despacho de Cristina Fernández de Kirchner durante el debate parlamentario por la negociación con el Fondo Monetario Internacional. Cuando comenzaron los escraches organizados por Revolución Federal contra políticos y los medios de comunicación opositores lo celebraban. Cuando comenzaron a salir a la luz los vínculos entre los violentos y dirigentes de la oposición. La política argentina no las vio o no supo qué hacer con eso.
Volvieron a encenderse, más fuertes que nunca, la primera noche de septiembre del año pasado, cuando gatillaron una pistola cargada en la cabeza de la Vicepresidenta. Esa noche el país estuvo a un tiro de sumergirse en el infierno. La tocaron a Cristina y no se armó ningún quilombo. Entonces avanzaron en su estrategia: fue condenada y proscrita. Más luces rojas. Pero esa vez tampoco hubo reacción. Los límites que creíamos grabados a sangre y fuego en la sociedad argentina se derrumbaron casi sin resistencia.
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Y llegó el 13 de agosto, se abrieron las urnas y recién entonces muchos cayeron en la cuenta de que todas esas luces rojas intermitentes no eran otra cosa que una bomba titilando. Casi la mitad de los argentinos votaron por candidatos que no quisieron condenar el ataque homicida contra la vicepresidenta de la Nación. Uno de cada seis eligió a una dirigente política involucrada directamente en una de las líneas de investigación. Uno de cada tres, a una fórmula que reivindica el terrorismo de Estado.
Ese no solamente es un triunfo para los que siempre buscaron desandar el camino democrático. También es un inmenso fracaso de la dirigencia política, empresarial y mediática que fundó y sostuvo, durante cuarenta años, el consenso democrático. La normalización de la violencia, que se consolidó el 1/9/22 y proyectó las candidaturas de Patricia Bullrich y Javier Milei, significa la claudicación de dos o tres generaciones de dirigentes que llevaron las riendas de la argentina las últimas décadas.
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Ya no es momento de denunciar el debilitamiento del Nunca Más a la violencia política en la Argentina. Eso pasó muchas luces rojas atrás. Ahora tienen la iniciativa los que quieren cargarse ese consenso. Esperaron pacientemente por cuatro décadas para tener esta oportunidad. No van a dejarla pasar si no los frenan las urnas. En estas elecciones no solamente va a elegirse el próximo gobierno y el próximo Congreso. También va a tratarse, en la práctica, de un plebiscito sobre la democracia y los derechos humanos básicos.
Algo más: ese plebiscito no va a ganarse por inercia. No existe tal cosa como un cordón sanitario contra el fascismo en la Argentina. Esperar eso es no haber aprendido nada de lo que pasó después del atentado contra CFK. Si el primero de septiembre del año pasado no se trazó un límite es porque ya no existen los límites o la autoridad encargada de hacerlos valer. Y ese es justamente el corazón del problema. Las bombas no se desactivan solas. O cortás el cable adecuado o vuela todo por el aire.
Los cables
Fue justamente después del ataque contra la vida de la Vicepresidenta que algunos dirigentes peronistas, de los que todavía tienen contacto cotidiano con la vida real de sus representados, comenzaron a percibir que un sector heterogéneo de la sociedad que en los últimos años solía dialogar con el peronismo cortó ese vínculo político durante la pandemia y nunca se preocupó en recuperarlo. El descrédito que se percibía en escuelas o clubes de barrios populares respecto a la veracidad del atentado fue un llamado de atención.
Uno de los que recogió esa señal fue el ministro de Obras Públicas, Gabriel Katopodis, que ya desde comienzos de este año empezó a advertir que el peronismo podía (y debía) salir a disputar el voto con Javier Milei. Esa idea surgió a partir de un importante estudio cualitativo con doce grupos focales que realizó un equipo del Laboratorio de Estudios sobre Democracia y Autoritarismo de la Universidad de San Martín para analizar los perfiles del votante al candidato de ultraderecha. Ver qué cable debe cortarse para desactivar la bomba.
“La principal tarea del peronismo es traer uno de cada tres votos de Milei”, señalaba Katopodis a finales de abril apoyado en los resultados ese estudio. “La gente que vota a Milei son vecinos nuestros, no marcianos. Gente que nos ha votado, con quien tuvimos vínculo”, amplía algunos meses y una elección primaria más tarde, consultado para esta nota. “No hay un treinta por ciento de libertarios ni de personas de extrema derecha en la Argentina”, agrega el ministro. “Estamos perdiendo nuestra propia base electoral”.
Del estudio, al que tuvo acceso El Destape en forma exclusiva, se desprende que dentro del universo de votantes del candidato de ultraderecha pueden distinguirse tres categorías conformadas por personas que, confrontadas con los aspectos más polémicos de su plataforma, reaccionan de manera claramente diferenciada. Ese análisis permite identificar quiénes, entre todos ellos, pueden cambiar el sentido de su voto y qué se debe hacer para que eso suceda. Uno de cada tres. Esa ecuación es la clave.
Existe, de acuerdo al trabajo de LEDA-UNSAM, un grupo de votantes profundamente ideologizados. Justifican el uso de la violencia y legitiman posiciones autoritarias a partir de un antiestatismo percibido como cruzada cultural. Rechazan de cuajo todas las formas redistributivas y están atravesados por el antifeminismo, la homofobia, el racismo y la xenofobia. Aquello que en el hemisferio norte ha sido caracterizado como Alt-Right, o derecha alternativa, definitivamente llegó a la Argentina y se organizó en torno a Milei.
Hay un segundo grupo: el que reacciona con ira ante el estado de las cosas. Son personas que no compran todo el paquete ideológico pero deciden su voto por la demanda a la escena política de alguien que haga una irrupción violenta para sacarnos de la crisis. Los investigadores lo bautizaron “demanda de garrote grande”. Es allí donde permea el discurso anti-casta más furioso y el rechazo a las experiencias de gobierno de las dos fuerzas políticas que fueron mayoritarias durante la última década.
En este grupo, a diferencia del anterior, aparecen mujeres que están a favor del aborto y jóvenes que ponen entre sus prioridades la lucha contra el cambio climático. Confrontados con esos puntos en la plataforma de Milei, ponen distancia pero aún privilegian la frustración por la situación económica. Ante dilemas morales, como la venta de niños o de órganos, se abre una ventana reflexiva. Pero los investigadores ponen un llamado de atención: esa ventana tal vez sea la última oportunidad para hablarles y que ellos escuchen.
Uno de cada tres
El estudio, por último, identifica al tercer grupo de votantes de la ultraderecha. Los desconcertados. En general, gente muy jóven, con la vida marcada por la pandemia, y profundamente desconectada de la agenda pública por motivos no necesariamente políticos. Las altas expectativas que tienen respecto a su futuro chocan de frente con la frustración causada por el contexto económico y social. Pero ese choque no se procesa ideológicamente, sino a través de la desconfianza en el debate público.
Un ejemplo: muchos jóvenes que participaron del trabajo no están enterados, mayormente, de qué se trata algo tan presente en el debate político actual como el yacimiento de Vaca Muerta. “No sé. No sé. No sé si es un boliche, pero cero”, contestaron en uno de los grupos focales integrados por votantes de Milei. En otro, con simpatizantes del Frente de Todos, apenas pudieron definirlo como “un intento de Argentina de poder salir adelante pero falta mucho desarrollo”. Años luz del discurso de los políticos.
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Ese es el grupo de gente que eligió a Milei por curiosidad, porque se destaca en el debate público o porque tuvo una exposición mediática mucho más sostenida y efectiva que sus rivales. (Noten, entre los videos que se viralizan, la cantidad en los que él aparece en estudios de bajo presupuesto, participando de programas desconocidos para el público general. Ese es el equivalente, en el mundo digital en el que vivimos inmersos, de visitar cada barrio para hacer campaña. Milei está en todas partes. Es su camino al éxito).
Los desconcertados, cuando se los confronta con las propuestas del candidato, reaccionan negativamente. Buscan futuro: aprecian el imaginario de un país más desarrollado y estable pero también valores como el cuidado del medio ambiente. Podrían ser interpelados por una propuesta razonable de centroizquierda pero ante la ausencia de ese ítem en el menú se decantan por la opción que está más a mano. “Caen en Milei por default”, lo define el sociólogo Ezequiel Ipar, investigador del CONICET y director del estudio.
El diagnóstico es contundente: “Hay una clara falta de oferta política”.