La consigna que se grita con el puño en alto, en memoria de los 30.000 compañerxs desaparecidos por la brutal dictadura del '76, significa la imposibilidad de hacer el duelo.
Hacer el duelo por los 30.000 desaparecidos por el terrorismo de Estado se convierte en un conflicto político que se significa como lucha actual. Por una parte, no podemos hacer ese duelo por la otra, tampoco queremos.
No podemos.
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Porque son parte de nuestras vidas y ellxs perduran en nosotrxs como trauma, como herida; las voces y los rostros de los compañerxs desaparecidos se interiorizaron en nuestros cuerpos como una huella, o mejor, como un embarazo. Los parimos junto con las Madres y Abuelas, y ellxs permanecen como una causa entre nosotrxs, un deseo, un proyecto y un horizonte.
No queremos.
No nos disponemos a cerrarlo del todo, porque los compañerxs desaparecidos permanecen presentes en una fidelidad y un clamor compartido que los convoca más allá de la muerte biológica y grita: “Presentes, hasta la victoria siempre”.
El recuerdo de ellos se aproxima a una huella mnémica que debe seguirse, un legado que nos compromete o una orden que viene del pasado y se orienta hacia el futuro.
¿La memoria es singular o colectiva? Es una banda de Moebius, una superficie no orientable donde lo privado se hace público y lo personal se vuelve político.
Los sobrevivientes – “Nosotrxs”, el pueblo- no queremos ni podemos hacer el duelo completamente. Lo que sí podemos es sobrellevar su desaparición manteniendo la esperanza y una fidelidad militante compartida. Esto incluye una política de la transmisión, de la memoria, y una responsabilidad con las generaciones venideras.