Para Platón la ciudad es el reflejo de aquellos que la habitan. En su célebre obra La República, cuenta que cuando le solicitan a Sócrates que reflexione acerca de la naturaleza de la justicia, el filósofo desarrolla una analogía entre la ciudad y el hombre. Si la ciudad es la obra más elevada del ser humano, entonces a partir de conocer la justicia en la ciudad podemos deducir qué idea de justicia tienen sus habitantes.
A su vez, Platón señala que el origen de la ciudad es la necesidad, porque cada uno de nosotros y de nosotras no se basta por sí mismo. Es la carencia en su sentido más amplio lo que hace que nos encontremos, nos cuidemos y ayudemos. El fundamento de la ciudad radica entonces en necesidades individuales que se transforman en necesidades colectivas y elaboran leyes justas para habitar el espacio común. La polis es acción política, porque es el lugar donde discutimos entre pares los asuntos comunes. El destierro era considerado un castigo peor que la muerte porque significaba perder la condición de ciudadano, por lo tanto, la posibilidad de ser parte de las definiciones del conjunto.
En la actualidad, la ciudad de Buenos Aires se encuentra frente al desafío de desarrollar nuevos imaginarios de felicidad, justicia y normalidad. Luego de tres mandatos de gestiones neoliberales insensibles y con una pandemia que nos obliga a replantearnos nuestros valores, la ciudad más rica y más desigual del país debe asumir el debate acerca de su futuro, nuestro futuro.
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Y el futuro no es lo inesperado, tampoco es la apología a la incertidumbre que nos decía Esteban Bullrich -receta clásica para justificar la estigmatización de quienes no quieren flexibilizarse, precarizarse, autoexplorarse para adaptarse a sus vaivenes-. De hecho, una de las cualidades del neoliberalismo es quitarnos el derecho al futuro, mientras que coloca a sus adversarios en el pasado y se autoproclama como la modernidad prometedora. ¿Qué quiere decir que no tenemos derecho al futuro, ni siquiera a desearlo? Básicamente que sin justicia social no hay estabilidad posible, y los niveles de desigualdad no son compatibles con un desarrollo económico efectivo y sostenido en el tiempo. El futuro es el producto de un quehacer colectivo que aun en la contingencia anticipa certezas. Tenemos derecho al futuro, tenemos derecho a desear y proyectar cuál debería ser nuestra ciudad del futuro.
La pandemia ha puesto al desnudo muchas contradicciones en el campo de la economía, la salud y la política. Los hombres y las mujeres estamos de nuevo frente a un espejo roto, que refleja los límites de un capitalismo financiero y voraz, pero también el desafío de animarnos a pensar en ciudades alternativas.
Larreta, el mundo PRO y su apuesta por el hiperindividualismo
El ascenso meteórico del PRO nos puso de frente a un hecho inédito en nuestro país: la asunción de un gobierno de derecha a través de elecciones libres. Aquel partido distrital, que apareció con fuerza luego de la rebelión popular del 2001, no ha parado de generar imaginarios urbanos y formas de concebir la ciudad que se sostienen en la injusticia simbólica de que hay ciudadanas y ciudadanos de primera y otros de segunda, quienes “trabajan” y quienes son “parásitos”, “los barrios del norte” y” los barrios del sur”. Un renovado repertorio de civilización o barbarie que naturaliza la desigualdad en los barrios porteños y que en la actualidad se retroalimenta con discursos de odio que, en su cruzada contra la “infectadura”, deterioran el debate democrático.
Es bueno recordar que en su nacimiento, el PRO fue capaz de contener en su seno diversos actores de la sociedad civil. Fundaciones, ONGs, institutos privados, think-thanks, son la génesis de la incipiente formación que ambicionaba interpelar al hombre común, al “vecino”. Esta nueva élite -conformada principalmente por multimillonarios, profesionales liberales y CEOs-, partió de una esencia política que propuso opciones de marketing innovadoras e hizo de los conceptos de modernización, estetización, meritocracia, gestión y emprendimiento, los pilares fundamentales para el desarrollo de su proyecto histórico. La tesis sería la siguiente: vivimos en una época en la cual la política se ha escindido de la vida cotidiana para recluirse en el campo de la administración. Los individuos se han desapegado de sus tradiciones, donde ya no se guían por estructuras organizativas clásicas, son flexibles, están desterritorializados y deambulan entre la virtualidad y la realidad.
El relato del Mundo PRO se construyó bajo la ilusión de que todo individuo es un emprendedor nato que lo único que necesita es contar con las oportunidades para alcanzar sus metas. La cultura del entrepeneur es una de las estafas más importantes de nuestro tiempo. La promesa de una sociedad de emprendedores que con audacia, esfuerzo e ideas propias consiguen sus propósitos, es imposible sin democracia económica y se hace añicos cuando aparece una catástrofe. En nombre de la modernidad y la libertad se consolidó un fenómeno de precarización feroz; en nombre de la autonomía, la autorrealización se transformó en una autoexplotación descarnada. Ser tu propio jefe es pedalear sin ninguna protección para Glovo o Rappi hasta que te tiemblen las piernas,. Yes we Can!! La meritocracia, si no hay un Estado que garantice condiciones de igualdad, es una ilusión y una forma de individualizar problemas que son colectivos. No es casualidad que el gobierno porteño en su especulación inmobiliaria apueste a la a construcción de micro departamentos sin cocina, buen ejemplo de intersección entre algoritmos sin ética, economía de plataforma y un modelo solitario de ciudadanía.
El filósofo surcoreano Byun Chul-Han sostiene que el enjambre digital consta de individuos aislados, seres solitarios en un estado permanente de conexión, una suerte de soledad en masa, con ciudadanos que se apilan fisicamente en megas urbes y que, sin embargo, están cada vez más lejos socialmente. Nuestras sociedades tienen una tendencia narcisista y hedonista creciente. vivimos entre el cansancio y la ansiedad, en sociedades cada vez más hiperfragmentadas. En este escenario se desenvuelve el hiperindividualismo, donde la razón deja de ser lo importante y es negada y sustituida por la emoción y el deseo, por la satisfacción inmediata de los impulsos sin tener en cuenta sus consecuencias, solo se mira al aquí y ahora. Solo hay inmediatez, presente e incertidumbre. El hiperindividualismo es, nada más ni nada menos, que el efecto actual que nos impuso durante demasiado tiempo el neoliberalismo, proyecto económico, pero fundamentalmente cultural.
La crisis que trae la pandémica expone a todo el planeta a nuevos dilemas cuyas respuestas tuvieron que apresurarse en un marco en el que todos y todas estamos en riesgo. El neoliberalismo cool y su cultura hiperindividualista son puestos en cuestión. El rol del Estado vuelve a estar en el centro de la escena con gran aceptación, se revalorizan consensos sobre las políticas del cuidado, la importancia del sistema de la salud pública y, en apenas unos, segundos se viraliza el hashtag #TeCuidaElEStadoNoElMercado.
Frente a la crisis del neoliberalismo en su capacidad para producir sentido común, las élites han reaccionado de una forma extremadamente agresiva, apostando a los discursos de odio, la despolitización, las falsas dicotomías (libertad o autoritarismo, economía o salud, república o populismo), e incluso a la idea misma de democracia.
En nuestro país este rol lo asumió principalmente Cambiemos. Y ha sido el motor principal para agudizar la polarización y fomentar un espiral de irracionalidad que ha buscado dar por tierra cualquier tipo de acuerdo social. Si bien con matices y tensiones en su interior -con un ala dura encabezada por Macri, Bullrich, Carrió y otra ala blanda liderada por Rodríguez Larreta, Santilli y dirigentes con responsabilidad de gestión-, lo cierto que a medida que pasa el tiempo queda cada vez más en evidencia que son dos caras de una misma moneda, facetas que se inscriben en la larga marcha de estas élites por construir una nueva hegemonía.
El supuesto lado zen que representa el Jefe de Gobierno se desvanece cuando convive sin demasiada molestia con referencias que hoy son la expresión máxima de los discursos de odio en nuestro país, que atacan las políticas sanitarias del cuidado, denostan el rol del Estado y hacen de la anticuarentena una apología al sálvese quien pueda. República, meritocracia, discurso de odio, hiperindividualismo, conforman un combo explosivo, una suerte de racismo criollo que a partir de categorías peyorativas como “negro”, “choriplanero”, “vago”, “populista” niega la existencia del otro como un par, un igual, un sujeto de derecho.
Frente a este escenario, es imprescindible recuperar la idea de que la polis es comunidad. La ciudad no es una empresa, no es un conjunto de individuos aislados, tampoco puede ser la usina de los nuevos relatos de las derechas. Por el contrario, la apuesta es por una ciudad diversa, múltiple, plural, politizada, solidaria con las necesidades de todo el país, que sea la punta de lanza para que de esta crisis se salga con más derechos, más Estado y más democracia.