Una certeza opera en la base de todo el plan económico del gobierno. Parafraseando la frase gastadísima de James Carville en la campaña de Bill Clinton en 1994, es la energía, estúpido. Dicho de otro modo: si la falta de dólares es el átomo del que se conforman las crisis en la argentina, el núcleo de ese átomo es la política energética. Las audiencias públicas que se desarrollan por estas horas, con final predeterminado, reflejan sin embargo los debates en torno al tema que se convirtió, casi inevitablemente, en la nueva trinchera donde Alberto Fernández y su equipo económico resisten los cuestionamientos de sus socios en el Frente de Todos y los intentos de torcer el rumbo de esa gestión.
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La centralidad de la política energética opera en dos sentidos. En una primera etapa, inmediata, porque es un área que impacta directamente en dos cuentas clave según el diagnóstico del ministro de Economía, Martín Guzmán. En el plano fiscal, por el esfuerzo que significan los subsidios que se discuten en estas audiencias y que el ministro de Economía insiste en reducir incluso (o especialmente) en el marco de esta economía global de guerra. En el plano del sector externo, porque la importación de gas natural licuado insume decenas de miles de millones de dólares anuales, lo que causa un desequilibrio pronunciado en la balanza comercial.
En un segundo momento, que puede demorar algunos años (no más de tres, según los optimistas, que tienen altísima representación en el gabinete, siete u ocho de acuerdo a cálculos más conservadores), el sector energético será la clave para cambiar la estructura exportadora del país de forma tal que los problemas de escasez de divisas queden atrás definitivamente. No es la única fuente de ingreso de moneda extranjera alternativa al agro pero sí la que puede desarrollarse en una magnitud y un plazo compatibles con las necesidades y urgencias de la Argentina. Son sectores, además, que pagan altos salarios y generan demanda de proveedores locales.
Por eso, el asunto se transformó en las principal preocupación de Guzmán: así como durante las negociaciones con el Fondo Monetario Internacional el economista parecía estar al frente de un virtual ministerio de la Deuda, ahora la mayor parte de su trabajo estará puesto en consolidar las inversiones necesarias y coordinar los esfuerzos que hagan falta para seguir transitando ese camino. Una especie de ministro de Energía en las sombras. Aunque no estuvo al frente de las audiencias, como exigía el kirchnerismo, sí pudo garantizar administrativamente que fueran encabezadas por funcionarios encolumnados detrás de las políticas del gobierno para no sorprenderse con ningún obstáculo imprevisto.
Se trata de la metodología que él mismo había anticipado en una entrevista hace algunas semanas, cuando habló sobre “gobernar con los que estén alineados al modelo económico”. Desde Europa y en off the record, justo como le molesta a CFK, el presidente se animó a dar un paso más, amenazando con desplazar a los funcionarios que no acepten el cuadro tarifario que diseñó Guzmán. Es una aclaración que en otro país o en otras circunstancias podría parecer casi redundante y de ninguna manera conflictiva, pero que resulta problemática para un gobierno que hace del diálogo y el consenso características constitutivas pero no las practica hacia el interior de la propia coalición oficialista.
Al enfocarse solamente en ese aspectos de su gestión, cuya importancia nadie discute pero que queda, para el común de la gente, demasiado lejos de sus preocupaciones respecto al aumento sostenido de precios y la caída del poder adquisitivo, el ministro corre el riesgo de ponerse de nuevo en una situación política delicada. Su agenda pública, que giró en las últimas semanas alrededor de foros empresarios, tampoco lo ayudan a fortalecerlo en el frente interno. Es paradójico: mientras que dentro del Frente de Todos esas fotos sólo sirvieron para aislarlo más, los mismos popes que lo escucharon en esos eventos le recriminan que sólo habla en esos ámbitos pero no los atiende en audiencias privadas.
Por ahora, el respaldo de Fernández, prácticamente su único sponsor en el país, le alcanza para sostenerse en su cargo y avanzar con su plan, confiado de que podrá exhibir resultados concretos antes de que la presión para desplazarlo se vuelva insoportable para el presidente. Desde el kirchnerismo aseguran que no pondrán obstáculos para la implementación de las subas tarifarias, aunque advierten sobre la fragilidad legal de la resolución. Cabe esperar que la relación siga la tónica que tuvo desde el tramo final con la negociación con el FMI: polémica y diferenciación pero sin obstruir las decisiones que toma el gobierno, incluso cuando van en sentido contrario a lo que postulan.
Un apoyo inesperado al esquema tarifario llegó de parte de Sergio Massa, que defendió públicamente la segmentación. Es curioso, porque el tigrense, en privado, critica sin piedad la gestión de Guzmán, e incluso trabaja para reemplazarlo. Cree que, aunque hoy el ministro parece consolidado, en los próximos 60 días se juega su futuro. Por eso, para estar preparado si llega a ser necesario que pegue el salto, esta semana invitó a cenar, en el quincho de su casa, a un grupo de economistas que conformarían la base de su equipo, ya sea con roles formales o consultando desde afuera. Los nombres: Martín Redrado, Miguel Peirano (autoexcluido de cualquier cargo), Diego Bossio, Marco Lavagna, Lisandro Cleri y Martín Rapetti.