La nota de Paula Canelo “Que nadie se enoje” publicada en El Destape aviva el debate político y cultural. Es, en ese sentido, un nuevo aporte que la investigadora realiza como intervención intelectual pública y, tanto si se acuerda o no con sus planteos, o si se acuerda parcialmente, merece reconocimiento. En el ejercicio de la crítica, la autora se compromete con la búsqueda de mejoras a la acción política, a su eficacia y a su laborioso proceso de legitimación social.
La columna de Canelo reivindica, así, la crítica como espacio de construcción política. Quien destina tiempo y capacidad a la elaboración de críticas fundadas exhibe responsabilidad y solidaridad con la proyección de respuestas a los problemas sobre los que argumenta.
Un colega brasileño hace un chiste sobre lxs argentinxs que es fraternalmente demoledor: “qué es un argentino” pregunta, y responde tras un par de segundos: “una persona enojada”. Uso la broma para estetizar un punto de apoyo elemental que funda gran parte de los análisis políticos, y sobre hay abundancia de libros y debates en la Argentina de las últimas cuatro décadas (por lo menos): el magma conflictual que es inherente a la sociedad, a su estructuración económica y a su disputado orden político, genera pulsiones agradables e irritantes. Todo en su medida, poco armoniosamente. Esa cualidad conflictual que expresa intereses diversos es partera de acuerdos y desacuerdos, de satisfacciones y enojos, e involucra, pues, aspectos programáticos, hechos y emociones. La política incluye el enojo, sí, pero no se reduce a él. Tampoco es pura alegría, aunque en algunos casos proporcione dicha.
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Como toda reflexión potente, la de Paula Canelo habilita un análisis circunscripto al propio enunciado, es decir, una lectura literal pero, además, abre un diálogo fértil con la circulación del texto en su contexto. En este sentido, las líneas que bosquejo a continuación son más un ensayo de respuesta a las condiciones de enunciación y a la circulación que ha tenido el aporte de “Que nadie se enoje” que una referencia estrictamente textual.
Un punto central de la nota refiere a la siguiente evaluación: si “se insiste con gobernar sin que nadie se enoje, se plantea una situación de profunda injusticia. Ganarán siempre los que tengan más poder para asustar con la amenaza de su enojo: los grandes empresarios, el lobby judicial, el campo organizado, etc. Y perderán siempre los que no pueden amenazar con enojarse: los estatales con paritarias de miseria, los que se desempeñan en actividades amenazadas por la dimensión y permanencia de la crisis, los trabajadores informales, etc. Y a no perder de vista que entre estos últimos, en general, tienden a estar “los propios”.
La tesis, que considero válida, presenta un matiz en el potencial que antepuse a la cita textual para asignarle carácter hipotético a la premisa ("si"). Lo contrario daría por válido que el gobierno nacional procura gobernar “sin que nadie se enoje”. Pero, asumiendo que la actual gestión prefiere no provocar enojos dentro del campo estrecho de posibilidades que ofrece una sociedad polarizada que a su vez tiene en la ira con otrxs una evidente válvula de expresión, ¿es realmente cierto que el gobierno haya procurado eludir todo enojo como objetivo o siquiera como táctica principal? Esta premisa me parece discutible por dos motivos:
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porque generó enojos de sus adversarios políticos y de sectores sociales identificados con la oposición al implementar políticas de gran calado, nada anecdóticas o superficiales, como la compra de vacuna Sputnik V, el impulso del impuesto a las grandes fortunas, la sanción de ley de aborto, la denuncia del espionaje organizado por el gobierno de Mauricio Macri contra dirigentes políticos y sociales, periodistas y defensorxs de derechos humanos, o la reestructuración de la deuda. Todas estas fueron y son cuestiones que ponen de relieve concepciones diferentes –cuando no antagónicas- de la organización de la vida misma y de los derechos de lxs ciudadanxs, así como de la estructura social injusta que padece la mayoría de la población. Ningún actor político es tan cándido como para plantearlas sin prever que al hacerlo producirá adhesiones y, obviamente, enojos; y
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porque generó enojos dentro del Frente de Todxs y en sectores sociales afines al oficialismo con anuncios que no concretó, con la comunicación de ideas sobre las que luego retrocedió o con gestiones mal encaradas (estatización de Vicentín, reforma judicial, contradicciones en algunos mensajes en la gestión de la pandemia, retenciones al maíz, organización del velorio de Maradona son los casos que menciona Paula). Haya sido acertado o no, el cálculo político que habrá demandado cada una de esas decisiones también debió haber sopesado enconos propios y ajenos.
De modo que hubo, hay y habrá enojos. Y si bien el enojo es una emoción lógica y esperable en la acción política, en particular en las que proponen transformar con diferente nivel de profundidad el estado (desigual) de las cosas, es importante ponderar no sólo aquellos hechos que motivaron enojos entre sectores afines al gobierno, sino también considerar los que provocaron enojos y reacciones en los adversarios políticos por decisiones de magnitud coherentes con las propuestas que la sociedad argentina votó mayoritariamente en 2019.
Paula Canelo no sostiene que la respuesta adecuada a un gobierno que buscaría no enojar sea su exacto reverso, es decir, la exaltación diaria del enojo y la reducción del generoso potencial de la política a mera emocionalidad enojada, pero la crítica al gobierno por su presunta voluntad de esquivar enojos permite aprovechar esta posible línea de interpretación a los fines del debate. Porque vale recordar que las experiencias de distinto signo partidario que en el pasado reciente anclaron su táctica en el enojo tampoco fueron performativas en relación a muchas de las estrategias virtuosas que enunciaron. De hecho, la prioridad asignada a la táctica enojosa les restó capacidad para transformar con amplia legitimidad social y mayor articulación política aquello que prometían cambiar, convirtiéndose en ese general cegado por su irritación que Sun Tzu describe como enemigo ideal.
Claro que la táctica enojosa tiene una ventaja sobre aquellas que no pivotean principalmente en la producción de enojos (aunque, perdón la insistencia, sean conscientes de que toda política puede provocar enojos), pues ofrece la coartada de proyectar en lxs adversarixs enojadxs los errores estratégicos, la inconsistencia política y/o la debilidad técnica de fondo que son, eventualmente, propios.
Aunque el chiste del colega brasileño describa a lxs argentinxs como personas enojadas, fuera de broma tal vez el asunto radique en que la mayor politización de la agenda pública en este país -comparada con la tradición de otros países de la región- confunda el enojo con el compromiso con que se vive la discusión sobre cuestiones fundamentales de la organización social y que moviliza a actores de todas las clases sociales e ideologías en todo el territorio en defensa de lo que reivindican como derechos. En cualquier caso, debatir la coherencia entre postulados y acciones, y discernir entre conflictos previsibles en función de proyectos consistentes y conflictos evitables e inútiles, es parte de la tarea de una ciudadanía activa y de un estamento político responsable para la cual contribuciones como la de Paula son fundamentales.