Carta, balance y acuerdo

31 de octubre, 2020 | 18.51

A un año del triunfo del Frente de Todos la carta de CFK del pasado 27 de octubre no parece haber logrado cabalmente su propósito, que era una invitación al balance de gestión y al análisis de la solución de los problemas por venir. Muchos propios la tomaron incluso como un cuestionamiento interno, como si decir “funcionarios que no funcionan” fuese un ataque personal hacia alguien antes que un señalamiento sobre vaivenes con malos resultados. Los análisis de los adversarios, en tanto, fueron solamente previsibles hasta el paroxismo o la caricatura. 

Pero la carta de CFK no necesita exégesis, habla por sí misma y allí está para quien quiera leerla. El punto es otro. Los entretenimientos de coyuntura, como las disputas hereditarias, el trotskismo en acción en Guernica y los precios del dólar, no estarían dejando ver el bosque, que es la profunda gravedad de la crisis en curso.

La pandemia tiene ganadores y perdedores. Todos los sectores de la actividad económica viven la recesión, pero para algunos se trata de un verdadero derrumbe. Y no hablamos sólo de los afectados por las menguantes restricciones a la movilidad, sino del grueso de la economía informal. El dato es viejo, pero es el último: en el segundo trimestre del año, el peor de todos, la tasa de desocupación fue del 13,1 por ciento, pero la tasa de los que buscan activamente empleo y no lo encuentran enmascaró que 2,5 millones de personas abandonaron la búsqueda. La situación del mercado laboral es extrema.

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No debe sorprender, entonces, que la pobreza haya llegado al 47 por ciento. Del tercer trimestre solo puede esperarse una estabilización de este cuadro. En paralelo también se sabe que este año el PIB registrará una caída histórica de alrededor del 12 por ciento que se acumulará a los dos años de caída de la administración precedente. Si estos pocos números se analizan en conjunto lo que se tiene es una situación social explosiva anestesiada por los vapores extraños de la pandemia.

El gobierno podrá tener alguna responsabilidad por las cotizaciones del dólar paralelo y la tendrá todavía más si cree que este panorama súper recesivo se superará con medidas fiscalistas, pero de lo que no hay duda es que las dificultades del presente le cayeron de arriba. Si la recesión macrista era un dato de inicio, la pandemia arrasó con todos los planes. Toda la gestión debió volcarse a la contención del COVID-19. Y si ben la vacuna se espera para diciembre todavía reina la incertidumbre.

Mientras tanto los viejos problemas estructurales de la economía siguen intactos. El pasado jueves 22 el Indec había informado para septiembre una drástica reducción del superávit comercial, que quedó en 584 millones de dólares, prácticamente un tercio de los meses previos. Luego, el viernes 30 el Banco Central mostró que, en términos de liquidación efectiva de divisas el superávit comercial se redujo, en el balance cambiario, a sólo 7 millones. En consecuencia, y por segundo mes consecutivo, en septiembre hubo un déficit de la cuenta corriente (cambiaria) por 601 millones de dólares. Vale destacar que siempre que se reduce el superávit comercial, es decir de bienes, aparece el déficit de la cuenta corriente, porque en la economía local los servicios son normalmente deficitarios y siempre se mantiene la remisión de utilidades y dividendos, así como los pagos de intereses (ingreso primario). Lo notable del presente es que el déficit ocurra a pesar del superávit comercial y con déficit de servicios e ingresos primarios muy bajos por la pandemia (el principal rubro deficitario de servicios siempre fueron los viajes al exterior). La explicación principal es una sola: la brecha cambiaria.

Esta semana el equipo económico festejó que la cotización del dólar blue caiga 26 pesos a 168 y la del CCL se reduzca en 34 a 147 pesos, en ambos casos desde los valores máximos alcanzados. Fue luego de que no sólo el ministro de Economía, sino también el presidente afirmaran la férrea voluntad de no devaluar el oficial. Pero no todo fue voluntad, en Economía se desperezaron e intervinieron en el CCL, una recomendación que analistas, no precisamente de la oposición, venían sugiriendo hace meses. No era culpa de los especuladores malos, entonces, sino de dar las señales de política económica correctas. Por suerte el gobierno no sucumbió a los cantos de sirena que le sugerían “correr también la brecha por abajo”, es decir devaluar “un poquito” el oficial mientras se bajaban los paralelos, lo que habría tenido efectos macroeconómicos desastrosos, como la aceleración inflacionaria, caída de ingresos y aún más recesión. 

No obstante, el problema provocado por la demora en intervenir en los paralelos fueron los efectos reales de la ampliación de la brecha: la caída del saldo comercial y el déficit de la cuenta corriente cambiaria. El resultado es que en septiembre las reservas internacionales perdieron 1.463 millones de dólares y en octubre (hasta el miércoles 28) 1.513 millones. Estos números indican que continuó agravándose el problema estructural de la restricción externa, lo que lleva nuevamente a la carta de CFK.

Los problemas principales de la economía local son dos, no uno, aunque están altamente correlacionados: la restricción externa y la perdida de la “función de reserva de valor” de la moneda local que se traduce en “una economía bimonetaria”. Ello significa que la economía debe generar dólares no sólo para cubrir el déficit externo del comercio de bienes y servicios, sino también para dolarizar prácticamente todo el excedente económico. Como tal cosa es prácticamente imposible la estabilidad macroeconómica dependió siempre de ingresos de divisas extraordinarios, sea por privatizaciones, ciclos de altos precios de las commodities o endeudamiento externo. Al mismo tiempo durante los períodos de estabilidad relativa no se trabajó para recuperar la función de reserva de valor de la moneda. Para recuperar esta función no hay magia. Se necesitan dos cosas: años de estabilidad macroeconómica con baja inflación y altas tasas de interés que incentiven quedarse en pesos. Como puede verse, es una tarea realmente de largo plazo, pero si esto no ocurre la economía seguirá condenada a las crisis externas recurrentes.

Desde una perspectiva teórica conseguir estabilidad con baja inflación supone ponerle freno a la puja distributiva que se expresa en los niveles de salarios, tarifas y tipo de cambio, es decir en la determinación de los tres precios básicos de la economía. La pregunta que sigue es cómo se frena esta puja distributiva. Uno de los caminos es una guerra civil en el que el bando vencedor imponga sus condiciones al vencido, el otro, algo más tranquilo, es el propuesto por CFK, “un acuerdo que abarque al conjunto de los sectores políticos, económicos, mediáticos y sociales”, es decir que toda la clase dirigente, no solo la política, deje de bailar sobre la cubierta del Titanic desentendiéndose de las cuestiones estructurales y de largo plazo que impiden el desarrollo de la economía.-

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Claudio Scaletta

Lic. en Economía (UBA). Autor de “La recaída neoliberal” (Capital Intelectual, 2017).