Luego de denigrar al ministro de Economía Martín Guzmán durante ocho meses, explicando que no estaba a la altura de las circunstancias ya que un “catedrático” no puede enfrentar a acreedores poderosos como los de BlackRock, luego de afirmar que la negociación era una pérdida de tiempo y que lo mejor era reconocer rápidamente las exigencias de los bonistas, nuestros periodistas serios y economistas ídem denunciaron que la quita conseguida no es relevante. Algo similar ocurrió durante la renegociación del 2015 llevada adelante por Néstor Kirchner y Roberto Lavagna: en un primer momento para nuestros medios serios fue una propuesta escandalosa que los acreedores jamás aceptarían y luego, apenas fue aceptada, se transformó en una quita insuficiente para aquellos mismos medios serios. Es el famoso paradigma de la #IndignaciónCapicúa y se estudia en la Anthony Hopkins University.
Gracias al acuerdo, la Argentina desembolsará casi 30.000 millones de USD menos en comparación con la estructura actual de pagos de deuda pública emitida bajo ley extranjera ya que por un papel de deuda de 100 USD de valor nominal los acreedores recibirán otro por un poco más de 54 USD. Para el ineludible Eduardo Feinmann no se trataría de un éxito del gobierno ya que los acreedores habrían propuesto desde el inicio recibir 56 USD en lugar del valor nominal. Sólo en Narnia, el reino de fantasía en el que viven nuestros periodistas serios, los aguerridos ejecutivos de BlackRock arrancan una negociación aceptando reducir sus acreencias a la mitad.
Por su lado, Alfonso Prat Gay- el ex ministro de Hacienda que le pagó a los fondos Buitre más de lo acordado, incluyendo los 235 millones de USD de honorarios de abogados de Paul Singer- criticó a Guzmán por haber tardado tanto y lamentó que no hubiera logrado un acuerdo como el obtenido por Ecuador, “que fue mucho más benéfico”. Efectivamente, las condiciones aceptadas por Ecuador fueron mucho más benéficas para los acreedores.
Sería injusto limitar las felicitaciones por la negociación a Alberto Fernández y Martín Guzmán. Sin Mauricio Macri, Alfonso Prat Gay, el Toto de la Champions y Nicolás Dujovne no hubiera sido posible conseguir este acuerdo. Fue un trabajo en equipo.
Luego de operar durante meses contra la cuarentena invocando la libertad individual de los runners y la angustia existencial de los periodistas que no pueden abrazar a sus sobrinas recién nacidas, nuestros periodistas serios han decidido denunciar el aumento de contagios y fallecimientos. Un título de InfoBAE anuncia que “La Argentina superó las 4000 muertes por coronavirus y acumuló más contagios que Alemania” aunque olvida señalar que para una cantidad similar de contagios, Alemania acumula el doble de fallecimientos.
Mientras la militante anticuarentena Viviana Canosa tomó en vivo dióxido de cloro, un químico desaconsejado por la Anmat por su larga lista de contraindicaciones, explicando que “oxigena la sangre”; Diego Leuco levantó un puño triunfal cuando su compañero Santiago Fioriti anunció para la semana próxima el pronóstico de 10 mil casos de Covid-19 en Argentina. Leuco explicó luego que ese gesto se debía a las dos décimas de rating con las que su programa había superado a C5N y no a la terrible noticia que no le generó empatía alguna. Por mi lado quiero aclarar que si me puse a aplaudir cuando mi vecino me contó que su viejo murió de coronavirus no fue porque me alegrara por el fallecimiento sino que justo me acordé que sobró pizza de anoche.
Esta semana, el Senado aprobó la ley de teletrabajo que reconoce algunos derechos elementales para el trabajador y exige al empleador que garantice el equipamiento y los costos de gasto de energía y conectividad, y respete los horarios de desconexión. Además, permite que el trabajador pueda volver a la modalidad presencial si así lo solicitara.
Según el diario La Nación la medida “generó un fuerte repudio por parte del sector empresarial que sostuvo que desalienta la contratación bajo esa modalidad.” Según la misma fuente, “no menos controversia generó el derecho a la desconexión digital que plantea la iniciativa”. Al parecer, no estar a disposición del empleador 24 horas al día destruiría la cultura del trabajo.
Mario Pergolini, un adolescente tardío que solía pasar por rebelde, trató de hijos de puta a los diputados que votaron la ley: “Contratás a alguien como teletrabajo y hay que contratarlo en relación de dependencia. Una persona que podría haber tenido dos, tres trabajos, cortos, sencillos, freelos (SIC), con nuevas metodologías de trabajo, los llevamos a como teníamos las metodologías de trabajo en los 60, en los 70, que todavía no ha cambiado”.
En realidad, la ley refiere a los contratos de trabajo en relación de dependencia y no a los contratos free lance (los simpáticos “freelos” como los llama Pergolini), pero es cierto que sabiendo opina cualquiera.
En todo caso, no deberíamos ser injustos con Pergolini, sólo sigue la noble tradición de las organizaciones patronales argentinas que desde la Ley de la Silla votada en 1907 a instancias del diputado socialista Alfredo Palacios, que establecía la exigencia desmesurada de una silla para cada empleado, hasta la actual ley de teletrabajo pasando por las vacaciones pagas, el Estatuto del Peón o el aguinaldo, siempre han denunciado el reconocimiento de derechos laborales como un atentado contra la sustentabilidad económica de sus emprendimientos.
Desde hace más de un siglo el apocalipsis empresarial es tan inminente como esquivo.
Imagen: En el Instituto Patria, oficiales de La Cámpora prueban un nuevo dispositivo para inocular el virus del populismo (cortesía Fundación LED para el desarrollo de la Fundación LED)