Horror al populismo

17 de mayo, 2020 | 00.05

Clarín es conocido como un grupo mitómano -“Clarín miente”-, que tiene la costumbre de difamar a la oposición, a la que interpela como Kirchnerismo, peronismo o populismo, inventando noticias falsas, instalando prejuicios y arengando al odio social. Construyó un delirio alrededor del significante populismo, atacando sin ton ni son cualquier cosa, persona o medida de gobierno que el grupo corporativo asocie con el populismo palabra que a la vez vincula con Venezuela, dictadura y antirepublicanismo.

Todo delirio, afirmaba Freud, presenta siempre un núcleo verdadero, por lo que cabe la pregunta ¿cuál es la verdad que encierra el delirio construido por Clarín alrededor de ese significante, que se manifiesta en la escena pública como un acting comunicacional, como una práctica de las fake news y difamaciones?  La respuesta no puede ser otra: horror enlazado al populismo. 

 

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El horror 

 

En la teoría psicoanalítica el horror implica una excesiva intrusión pulsional en el sujeto que se vive como un peligro amenazante se  presenta como algo siniestro, radicalmente hétero. 

El desencadenamiento del horror, aunque muchas veces se comparte y forma grupos, es para cada uno. Causado por contingencias históricas singulares, este afecto no se clasifica ni divide entre horrores razonables y otros que no lo son. 

No cuestionamos el horror al populismo que afecta a Clarín, a sus periodistas y seguidores, sino la tramitación que realizan de eso que sienten como peligro. Nos referimos a la catarsis o descarga que realizan en lo social con total ausencia de profesionalismo, trasladando al espacio público el horror que les causa el populismo. 

Es así como construyen una ideología, un relato, que incluye fantasías persecutorias alrededor de un supuesto enemigo frente al que estimulan el odio social. Como dijimos, no hay horrores malos o buenos, pero existen descargas adecuadas y otras inadecuadas por violentas.

Podemos decir que hay distintas maneras de elaborar el horror.

Arthur Fleck, el personaje olvidado por la sociedad de la película Guasón, ante la indiferencia del mundo experimentada como una soledad  desamparada, un horror amenazante, respondió de manera loca con una violencia generalizada desplegada en lo social.  

Por el contrario, no caben dudas que las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, los padres de Cromañon,  Susana Trimarco (madre de Marita Verón) y las mujeres abusadas o violadas, sintieron horror ante lo que les tocó en desgracia. Sin embargo, en lugar de actuar el odio o la venganza como el Guasón o el grupo Clarín, hicieron de ese horror la causa de una lucha política sin claudicar ante el espanto.

Los medios corporativos y sus periodistas, pasando todo límite ético, construyen un enemigo público a partir del propio horror al populismo. Realizan una manipulación del sentido común, un acting hostil, compulsivo e ilimitado; ni siquiera la actual pandemia los detiene, salen a matar con la pluma y la palabra. 

Los medios corporativos agitan consignas contra los médicos cubanos, boicotean la cuarentena, arengan la antipolítica, elucubran una inexistente división del Frente de Tod@s, convocan a un cacerolazo contra el Gobierno por supuestas excarcelaciones masivas de presos.

No son días fáciles los que toca transitar con la pandemia. La subjetividad en aislamiento y desorganización de la vida en la mayoría de los aspectos, una angustia generalizada que incluye miedo al contagio y toda clase de amenazas: a perder la salud, el trabajo y el quebranto económico. Los medios corporativos, en lugar de cuidar y contener lo social, contribuyen a la desestabilización de la opinión pública, sembrando bronca y desconfianza  

¿Cómo debe hacer la democracia para construir mecanismos que limiten esas operaciones y garanticen el derecho a la información, permitiendo el discernimiento de la verdad y desactivando el odio?

Se trata de convertir esa violencia simbólica  de un periodismo de guerra basado en el horror al populismo en un conflicto político regulado y contrario a las prácticas ilimitadas. Ordenar y regular en todos los campos de la cultura  la insensata e ilimitada locura neoliberal constituye una tarea fundamental para la recuperación y fortalecimiento de la democracia. 

El límite y la legalidad son categorías imprescindibles para el lazo social que no modificarán el horror al populismo, pero impedirán la catarsis de odio sobre lo social, contribuyendo con la defensa de la política, la democracia y la paz social.

 

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