El camino de la redistribución empieza con la estabilización

El peronismo persigue subsumir el “conflicto” en la “armonía” a través del bienestar de las mayorías. Cómo conseguirlo en este contexto de restricción exterior.

18 de junio, 2023 | 00.05

Hablemos de redistribución del ingreso, pero intentemos hacerlo por fuera de la interna peronista. Hay muchas formas de asumirse peronista, pero existe un punto inevitablemente común. Los peronistas tenemos como norte la redistribución positiva del ingreso en favor de los trabajadores, incluso hasta tenemos consensuado el nivel, el famoso 50 y 50 en la distribución funcional entre el trabajo y el capital, un reparto arbitrario que suena a igualitario con prescindencia de como esté integrado cada polo. Pero la convicción peronista está allí: el bienestar de los trabajadores es el bienestar de la Patria y viceversa. Esta es la primera clave para la “armonía” social. Sí, para horror de alguna izquierda tradicional, el peronismo persigue subsumir el “conflicto” en la “armonía” a través del bienestar de las mayorías.

Luego viene la “ciencia lúgubre”, esa que se empeña en recordarnos que las restricciones existen y que son, primero, un dato de la realidad y que, para superarlas, no alcanza con la voluntad. Todos los interesados en la ciencia lúgubre saben que, especialmente desde 2011, la principal restricción que afecta a la economía local es la externa, la escasez relativa de dólares que desde entonces se convirtió también en la principal fuente de inestabilidad política, es decir, en el motor de los sucesivos cambios de gobierno.

Este contenido se hizo gracias al apoyo de la comunidad de El Destape. Sumate. Sigamos haciendo historia.

SUSCRIBITE A EL DESTAPE

Ahora bien, las causas de la restricción externa no son sólo comerciales, de saldo entre exportaciones e importaciones, sino también monetarias y financieras. Se necesitan dólares para importar, pero también para pagar deuda y dolarizar excedentes. Esta dolarización, a la que vulgarmente se denomina “fuga de capitales”, remite a un problema mayor, el de la pérdida de una función esencial de la moneda propia: la de ser “reserva de valor”. Si la moneda propia no es reserva de valor los actores económicos se refugiarán sin maldad en la moneda que sí lo es. Decir que no existió restricción externa porque hubo un superávit comercial que se fugó es no comprender que la fuga es parte integral del problema, es decir que la fuga es un dato endógeno al funcionamiento del sistema.

La mal llamada fuga pone en el centro del análisis un problema adicional, el del nivel del tipo de cambio, nivel que a su vez determina dos dimensiones también fundamentales, la evolución del nivel general de precios, la inflación, y el poder adquisitivo del salario.

Pongamos los conceptos en movimiento. Las exportaciones totales más el endeudamiento posible dejan de alcanzar para cubrir la totalidad de los compromisos externos y la suma de las necesidades de divisas, en consecuencia, la presión sobre el dólar aumenta y se encarece, el peso se devalúa y da lugar a una mayor inflación y a una pérdida del poder adquisitivo del salario que deprime la demanda agregada y el PIB. No es un juego teórico, es lo que sucede desde al menos 2011 de manera continuada. El resultado fue una caída del PIB per cápita del 9 por ciento para el período 2011-22, más de una década perdida y contando.

Pero los problemas no terminan aquí. La necesidad de evitar una “fuga” mayor dio lugar a las restricciones cambiarias, al llamado cepo, que a su vez dio lugar a una brecha cambiaria entre el valor oficial y los paralelos de la divisa. La lógica inicial de la medida es comprensible, dada la restricción externa, para evitar la profundización de la devaluación se deciden las restricciones cambiarias. Sin embargo, la existencia de dos valores para un mismo activo, el dólar, permite inferir que existirá un incentivo para conseguirlo al menor valor y venderlo al más alto. A mayor brecha, mayor incentivo. Una brecha del 50 por ciento es un incentivo gigantesco, una del 100 un incentivo inconmensurable.

Si algo caracteriza a los actores económicos exitosos de una economía inestable es su flexibilidad. Si el llamado cepo se extiende en el tiempo puede preverse que toda la economía comenzará a funcionar en torno a la existencia de la brecha. Acceder al dólar oficial y vender al paralelo es el mejor de los negocios imaginable. La inversa es un quebranto. La subfacturación de exportaciones y la búsqueda de importaciones, la regla. Luego, el cepo supone que el ingreso en blanco de divisas es al oficial, un desincentivo a las inversiones extranjeras, que además enfrentan problemas para repagarse. Es difícil imaginar una medida más disfuncional para la economía que el cepo.

Su lógica es aceptable sólo como una herramienta transitoria para evitar una profundización de la devaluación durante un pico de restricción externa, pero jamás como una herramienta permanente. Sucede que la brecha adquiere una dinámica que incentiva la misma restricción externa que buscaba combatir. Y todo ello en un contexto mediado por la discrecionalidad y que supone transferencias de recursos quizá escandalosas en favor de quienes, bajo distintas modalidades, acceden al oficial y venden al paralelo.

El cepo genera más distorsiones que soluciones. Es un error enamorarse de las herramientas, como en su momento sucedió, por ejemplo, con la convertibilidad. Aunque en realidad no son decisiones que se sostienen por amor. El problema es que salir de algunos esquemas supone costos que los tomadores de decisiones prefieren siempre postergar. No hay modo de salir del cepo sin devaluar y devaluar significa una nueva transferencia de ingresos, es decir la aceleración de una inflación ya demasiado elevada y la caída de los salarios. En 2016 se abrió el cepo y nada más. Aunque algunos se “sacaron el sombrero” no existió ninguna estrategia, sólo se terminó devaluando y acelerando la inflación y la salida de capitales financiada con endeudamiento externo.   

Recapitulando. La economía local ya experimentó “en carne propia” la dinámica de todos los procesos que se generan a partir de la restricción externa, pero a pesar de ello se encuentra nuevamente frente al acecho de esta restricción. En el presente, la actual administración hace lo imposible para evitar una devaluación. Dado que no hay planes para comenzar a salir de las restricciones, el precio del dólar se sostiene gastando dólares, sea interviniendo en el mercado con recursos propios como los bonos de la Anses, o tomando nueva deuda, llámese swap de monedas o deuda externa propiamente dicha. En contrapartida esos dólares que se aplican al sostenimiento del tipo de cambio son efectivamente fuga.

Dicho de otra manera, bajo el actual esquema económico, todos los dólares que se consigan para evitar una devaluación serán, más o menos, más deuda cuya contrapartida será la fuga. Es un proiceso conocido, nada menos que la fuente de entre los 300 y 400 mil millones de dólares que poseerían “los argentinos” fuera del sistema local formal. Extremando el razonamiento, si se mantuviese el actual esquema económico, todos los aumentos de exportaciones seguirían el mismo camino. En otras palabras, triplicar las exportaciones tampoco solucionaría automáticamente la macroeconomía.

La buena noticia es que los economistas que a partir de diciembre de 2023 deban enfrentar estos problemas no deberán inventar nada, todas las cartas están sobre la mesa y la dinámica de cada decisión alternativa es conocida, todas fueron probadas. Lo que deberán hacer es: 1) Superar genuinamente la restricción externa incentivando el aumento sostenido de las exportaciones 2) recuperar la función de reserva de valor de la moneda propia 3) Salir del cepo 4) estabilizar la macroeconomía 5) renegociar el endeudamiento con el FMI y pagarles a los privados.

Ahora veamos la dinámica. El punto 1, aumentar las exportaciones, es un proceso de mediano plazo. No resuelve los problemas de corto, aunque si el crecimiento exportador se vislumbra, será una señal de estabilidad. Expandir las exportaciones es una condición necesaria, un objetivo, pero no aportará recursos desde el principio. El punto 2, reconstruir la función de reserva de valor de la moneda propia, es un proceso todavía más largo. Demandará años de estabilidad cambiaria. Tampoco se resuelve en el corto plazo, pero presupone un sendero de disminución de la inflación y el sostenimiento de una “tasa de interés real positiva” por muchos años. Aquí habrá tensiones con el extendido “CATaB”, el Club Argentino de la Tasa Baja, cuyos socios están en toda la economía.

El punto 3, salir del cepo, es fundamental para terminar con las distorsiones, pero también es inevitablemente un proceso gradual, de 4 o 5 años, concomitante al aumento de las exportaciones. Salir del cepo sin dólares implica un alto riesgo de hiperinflación y salir sin estabilización previa es pura fuga de capitales. Para el corto plazo sólo quedan los puntos 4 y 5, estabilizar la macroeconomía y renegociar con el Fondo. Contra el sentido común, el punto 5 no será el principal obstáculo. Durante la actual administración el FMI demostró que ya no sigue el modelo de Anne Krueger, cuando la orden fue soltarle la mano a la Argentina y que los acreedores asuman su “moral hazard”, el riego moral. El fondo no quiere un desastre para la economía local. Quizá para un gobierno popular haya llegado el tiempo de una negociación política más dura.

Para lo inmediato sólo quedará el punto 4, un plan de estabilización que permita salir de la actual inflación de tres dígitos, un plan que necesariamente deberá incluir mecanismos de desindexación. No se puede salir del cepo de golpe, pero sí deberá comenzarse a trabajar sobre la brecha cambiaria. Aquí reside el principal riesgo, porque necesariamente habrá una devaluación del oficial y una multitud de operaciones que comenzarán a pasar por los mercados paralelos. Al mismo tiempo, también deberá trabajarse en la reducción del déficit fiscal. No es una cuestión teórica ni ideológica. No es creer que la inflación está causada por el déficit fiscal. La inflación es primero un problema de precios básicos. El punto es que en una economía sin moneda el déficit fiscal es uno de los determinantes del precio básico principal, el del dólar. Si la moneda propia no cumple la función de reserva de valor, todos los pesos excedentes terminan, antes o después, en la divisa estadounidense.

Ahora bien, contra la visión tradicional, bajar el déficit no significa linealmente bajarles los salarios a los agentes públicos, desde la administración del Estado a maestros, médicos, enfermeros y fuerzas de seguridad. Tampoco liquidar la obra pública y destruir la seguridad social. Proceder de esta manera es una forma dolorosa, clasista e ineficiente. A grandes rasgos el déficit es impuestos menos gastos, es que los gastos sean mayores que los ingresos. Lo que debe hacerse, entonces, es trabajar sobre estos componentes con una visión nacional y popular.

A modo de ejemplo, dejar de subsidiarle las tarifas a los sectores de altos ingresos, terminar con las exenciones impositivas de todo tipo a los más ricos, como por ejemplo a las ganancias por la compra y venta de acciones, y con muchísimas exenciones que benefician a sectores específicos, como por ejemplo las “industrias culturales”. Luchar contra el déficit también es valuar correctamente los inmuebles, urbanos y rurales, y gravar al comercio exterior favoreciendo la agregación de valor. Nada grafica mejor las relaciones de poder en una sociedad que su estructura tributaria. El problema no es bajar el déficit fiscal, sino sobre quién recae el costo del ajuste.

La conclusión preliminar es que cualquier camino será largo y riesgoso, lo que supone poder político para transitarlo sin desvíos, pero el sendero a seguir está flanqueado por las restricciones realmente existentes. Para aumentar el ingreso de los trabajadores de manera sostenible se deben crear las condiciones necesarias: superar la escasez de divisas y estabilizar la macroeconomía. Al revés es imposible, como ya lo demostró la historia post 2011.