La Deshumanización, como el signo de época

Uno podría plantearse interrogantes de este tipo: ¿Cómo llegamos a esto? o ¿Cuáles y de quiénes son las responsabilidades? 

04 de marzo, 2024 | 00.05

Argentina en el mundo. Frecuentes son las alusiones y consiguientes discusiones acerca de la inserción o segregación de nuestro país en el mundo, aunque en general la referencia no es planetaria sino circunscripta a Occidente.

Esos debates focalizan en aspectos económicos, productivos o financieros y los promueven quienes se aferran a un mundo unipolar y con claro alineamiento con EEUU junto a sus acólitos. Estados europeos y sus siempre fieles colaboradores organismos Internacionales. Sin restarle relevancia a ese tema ni pretender saldar discusiones de esa índole, lejos está la perspectiva desde la cual señalo que la Argentina está en el mundo, que se centra en lo que intenta resumir el título de esta nota. 

Son variados y numerosos los datos de realidad que nos ilustran sobre el grado de deshumanización que da cuenta el desenvolvimiento de Estados, Sociedades e interrelaciones internacionales como intracomunitarias. La exacerbación a ultranza del “individualismo” que niega y descree de todo lazo social, la alarmante indiferencia absoluta sobre la suerte del otro y de los otros ya no de solidaridad, sino de la mera atención del padecimiento ajeno, incluso cuando registra cercanía física o potencial por la probabilidad de que pueda afectarnos personalmente en el futuro.

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El despunte de fuerzas o tendencias políticas que resignifican “positivamente” a aquellas que en el pasado reciente provocaron terribles atrocidades y perversiones con deliberadas violaciones de derechos humanos fundamentales, que van cobrando densidad electoral e incluso acceden a espacios de representación institucional o de gobierno.

La guerra entre Rusia y Ucrania -detrás de la cual actúa desembozadamente la OTAN- en donde se establecen como objetivos militares la devastación de ciudades -y de vitales infraestructuras- y la misma población civil, ya no enunciadas -eufemísticamente- como “inevitables” daños colaterales o “lamentables” errores de cálculo, sino como estrategia misma de la acción bélica. Más allá de condenas recíprocas de los contendientes y de quienes -por simpatía o repulsa a las partes en conflicto- se suman a unas u otras, no parece calar -ni, menos, hondo- en las personas que, globalmente, asisten a ese drama humanitario que asola a poblaciones enteras cuyo presente y futuro está seriamente comprometido por los negocios indecentes que subyacen a esas conflagraciones.

Un poco más al Oriente, pero siempre respondiendo a la determinación de Occidente, se verifica un nuevo experimento de “solución final” impulsado por el Estado de Israel para resolver el antiguo conflicto con Palestina. Si bien para susceptibilidades sesgadas suena mal evocar el “Holocausto” cuando uno aprecia lo que está ocurriendo en la Franja de Gaza, salvando esa digresión que hasta nos distrae de lo fundamental, nadie puede poner en duda la comisión serial de crímenes de guerra cuando la táctica militar es de “tierra arrasada” junto con quienes la habitan, sin prurito alguno por el bombardeo de zonas residenciales, hospitales, centros religiosos, campos de refugiados y, también, de las regiones que fueron indicadas por Israel como seguras para un exilio interno forzoso de la población civil que se viene masacrando sin piedad y condenando a la hambruna que, como ocurriera unos días atrás, cuando lleva a la desesperación frente a la escasa distribución de alimentos es respondida con fusilamientos masivos que se cobraron más de cien vidas y setecientos heridos. En este caso, más allá de gestos hipócritas de las principales potencias y de la ONU a su servicio, tampoco pareciera conmover a las personas y a las sociedades que no reclaman de sus Estados una postura a la altura de las circunstancias.

Una visión distópica hecha realidad

Las imágenes futuristas recreadas por el cine, historietas y diversa novelística que describen territorios o el planeta entero sumido en el caos, sin rastros civilizatorios o con poblaciones diezmadas y en extinción por plagas, invasiones extraterrestres o guerras nucleares, sujetas a algún poder omnímodo y en donde la supervivencia es apenas milagrosa como menesterosa, hoy han perdido el “encanto” del relato fantástico por encontrar emulaciones reales que espantan y vaticinan la posibilidad cierta de extenderse consolidándose como nueva era social.

La inteligencia artificial (IA) junto a los más diversos dispositivos -algunos por demás sofisticados- que provee el adelanto tecnológico, no se propone como herramienta al servicio de un mejor vivir sino con el afán de repotenciar el consumismo, concentrar el poder económico, explotar sin límites -ni necesarios cuidados del medio ambiente- recursos naturales no renovables, colonizar Estados y el imaginario social, sustituir lo humano en cualquier ámbito y someter a las personas a los designios de quienes se constituyen en elites con fines muy distantes -cuando no abiertamente contrarios- al bienestar e interés general de la población.

Así como los drones de uso militar, manejados como si se tratara de video juegos a distancias inimaginables de donde harán caer su mortífera carga, en otros campos la virtualidad también hace desmanes en nuestra cotidiana existencia evitando tomar conciencia de lo que representan. Las aplicaciones tan extendidas para proveer bienes y servicios mediante la explotación del trabajo humano de manera análoga a la esclavitud, sin protección ni derechos laborales, se instala -curiosamente- como ejemplo de “libertad” y de hacedor de un futuro promisorio para quienes se esclaviza, sobre lo cual suele no reparar el circunstancial consumidor ni el propio esclavo moderno.

El uso y abuso de medios de comunicación alternativos que mediatizan a ultranza las relaciones interpersonales, al extremo de que se atribuye la calidad de “amigo/a” por el simple hecho de mantener una conexión frecuente o aleatoria con otros, con el agregado de reducir al mínimo el lenguaje o adoptar palabras o neologismos que nada tienen que ver con nuestro acervo cultural y que, paulatinamente, van estrechando nuestras concepciones y percepciones por el mismo empobrecimiento de la palabra en que se expresan.

La extensión de esa clase de vías comunicacionales causa cierta perplejidad cuando vemos quepresidentes, ministros, legisladores y todo tipo de funcionarios las privilegian para pronunciarse u opinar sobre los más diversos temas, con el uso de twitter (hoy “X”) u otras redes sociales, al punto de llegar a formalizar por esos medios actos o disposiciones oficiales.

El reduccionismo es de tal magnitud que termina constituyéndose en meras consignas, frecuentemente vacuas y que años atrás recibirían la calificación de panfletarias por ser síntesis apretadas de alguna idea o proclama que, por sí solas, no permitía su asimilación crítica.

Bukele, presidente reelecto por una amplia mayoría en El Salvador, decía en ocasión de su participación en EEUU de la “Conferencia de Acción Política Conservadora”: “Es importante que la currícula no lleve ideología de género (…) Creo que es importante que se retome Dios en las escuelas, que se retome la moral, el civismo, que se aprendan las cosas tradicionales como matemáticas e historia. Nadie está en contra de modernizarse, de lo que estamos en contra es que metan ideologías antinaturales, antidios y antifamilia, eso no cabe en nuestras familias.”

Afirmaciones dogmáticas y falaces similares se replican por doquier desde los sectores más reaccionarios y van penetrando en la formación de un distorsivo sentido común, no siendo Argentina una excepción. El rechazo a la “ideología de género” en ese y otros discursos semejantes se restringe a aquella que cuestione el patriarcado, como si éste no fuera ideológico y también procura exhibir desideologizados -como únicos, sin variantes y absolutos- los contenidos que pivotean sobre la idea de Dios, de moral, de civismo o de historicidad.

¿Qué nos espera?

La pobreza, la miseria, el hambre, el acceso como derecho a la educación, a la salud, al trabajo digno, a la vivienda, entre otros temas vitales y urgentes que es deber impostergable del Estado resolver por mandato constitucional, no son objeto de preocupación ni de acción de los gobiernos neoliberales del cual el de Argentina es una subespecie.

Es groseramente ridículo que sólo se los mencione en tanto emergentes de los mercados, previéndose que se les dará respuesta en 15 o 20 años vista, lo que irremediablemente lleva a la conocida frase de Keynes: “en el largo plazo todos estaremos muertos”.

Es imperdonable que en el discurso del presidente Milei en la apertura del año parlamentario, nada haya dicho sobre esas y otras urgencias de la población, salvo referirse al trabajo para proponer su máxima precarización y a los alquileres para mentir descaradamente sobre los precios que alcanzan, afirmando, que han disminuido, lo que no resiste el menor análisis con solo recurrir a las publicaciones de locaciones de inmuebles.

Es injustificable que gobernadores y legisladores objeto de toda clase de insultos, descalificaciones soeces e imputaciones delictivas hayan tenido asistencia perfecta en esa sesión inaugural, a sabiendas que Milei insistiría en ese mismo tipo de acusaciones e inconcebible que hayan permanecido en sus asientos y bancas luego de constatar que efectivamente así estaba ocurriendo.

Pensemos simplemente en que nos visita en nuestra casa una persona que se despacha desde su llegada tildándola de prostibularia y a nuestra familia como un conjunto de delincuentes, y nos quedamos impávidos todo el tiempo, para celebrar que antes de retirarse nos ofrezca invitarnos a una reunión siempre que, previamente, purguemos todos los vicios que nos atribuye y los reconozcamos en una declaración por escrito. Un disparate, pero ya nada puede colmar la capacidad de asombro de las y los argentinos.

Detengámonos un poco sobre esto último, la oferta presidencial a suscribir “El Pacto del 25 de Mayo”, restringido a los gobernadores y condicionada a la aceptación de dos premisas. La primera y más importante, sancionar la “Ley Base” (la ley ómnibus, que incluye en uno de sus artículos validar el DNU N°70/2023). La segunda, admitir sin alternativa que el contenido de ese “pacto” esté constreñido a un “decálogo” definido exclusivamente por el novel mandatario de cuyas dotes de estadista no conocemos más que las que él mismo se atribuye, sin experiencia ninguna en gestión -pública ni privada- o en política y de lo que ha dado acabadas muestras en menos de tres meses de gobierno.

No puede prescindirse, por su relevancia, que entre esos “10 Puntos” del Pacto postulado brillen por su ausencia temas sociales fundamentales -entre otros: educación, salud, seguridad alimentaria y sanitaria-, ni que despunten propósitos regresivos en materia laboral y previsional que ya hemos conocido en anteriores ediciones de “programas” neoliberales de idéntico cuño.

Sin embargo, existen algunas preocupantes cuestiones que deja a la vista el presidente Milei en el cierre de su discurso del 1° de marzo, que dan cuenta de su cosmovisión predemocrática y antirrepublicana.

Por un lado, el convite para “mayo” se limita a los gobernadores, trazando un paralelo con la época de la Organización nacional de mediados del siglo XIX que tanto exalta y evoca Javier Milei. Por otro, ello por sí mismo implica la exclusión del Congreso de la Nación como ámbito natural para delinear y debatir las políticas de Estado en tanto, siendo estructurales, imponen su traducción en leyes. Pero además, la expresa aspiración de concretar un pacto “refundacional” de la Argentina que implique echar por tierra toda concepción social (tildada sin distinciones de “colectivista”) que comprometa una ilimitada libertad individual y que sea acompañada por una desregulación absoluta que impida al Estado cumplir su rol de garante de derechos sociales, requeriría inexorablemente una profunda reforma constitucional y la convocatoria a una Convención Constituyente que no está en los planes del presidente.

Los acuerdos son el fruto de consensos previos, no de imposiciones autoritarias, aunque se las presente como “pacto” y se lo catalogue de “patriótico”; y la fecha elegida, el 25 de mayo, no coincide con nuestra Declaración de Independencia que fue el 9 de julio de 1816, sino con un primer paso en esa dirección que significaba una libertad de acción -de autarquía- pero reconociendo la condición colonial de este territorio. 

En síntesis, la supuesta disposición presidencial al diálogo se reduce a un monólogo férreamente guionado y, la reducidísima participación que propone, consiste en disciplinadas escuchas con las -previas y consiguientes- suscripciones de los instrumentos -particularmente legales- que redunden en la suma del poder público, basada en una implícita unánime aprobación del anacrónico Programa de La Libertad Avanza que ni siquiera tuvo una manifestación semejante en las urnas.

El destino: ¿nos es ajeno o está en nuestras manos?

Confiar al Mercado los intereses, vida y derechos de las personas lleva inexorablemente a una de las más deshumanizantes formas de concebir la existencia y convivencia en sociedad. Un simple recorrido de las acciones y situaciones registradas desde el 10 de diciembre de 2023, denotan con elocuencia los efectos perniciosos que supone y que, un más detenido análisis histórico, ratifica plenamente.

El endiosamiento del Mercado presentado crudamente como antagonista natural del Estado por la potencial aptitud regulatoria de éste, que pudiera privarlo de la libertad absoluta que esa deidad exige para la apropiación indiscriminada de cualquier bien y partiendo de la noción de que todo es mercantilizable, refuerza aquella deshumanización.

Convertir en una suerte de dogma religioso esa ideología, en pugna con todos los avances que la Humanidad ha logrado en procura de mayores niveles de equidad y de justicia social, acompañado de invocaciones a las “fuerzas celestiales” y manifestando mayor afecto por seres de cuatro patas que por los congéneres que, cada día, enfrentan más dificultades para sostenerse en dos y ostentando la dignidad humana que les es inherente, muestra un grado de desorden político y hasta mental sumamente peligroso.

Son falsos los determinismos que plantean desde el Gobierno nacional, como muchos de los datos que los sustentan y los mensajes premonitorios que lanzan para convencernos de que existe una única forma de forjar un mejor futuro, que impone una salida desprendida de lo colectivo y sin compromisos solidarios, fraternos, sensibles a la necesidad de los otros, priorizando lo humano que nos define y nos vincula. Hoy, como siempre, somos artífices de nuestro propio destino y debemos tomar clara conciencia de ello.

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Álvaro Ruiz

Abogado laboralista, profesor titular de derecho del Trabajo de Grado y Posgrado (UBA, UNLZ y UMSA). Autor de numerosos libros y publicaciones nacionales e internacionales. Columnista en medios de comunicación nacionales. Apasionado futbolero y destacado mediocampista.