¿Qué tienen para decir las juventudes?

24 de junio, 2022 | 14.15

Las adolescencias y las juventudes han despertado un enorme interés en las gestiones de gobierno a nivel mundial. La transición hacia la post pandemia requiere de su empuje y  participación para afrontar la enorme crisis económica, social y política que nos ha dejado el Covid-19. Particularmente en la Argentina, los indicadores de mejora de la calidad de vida de las juventudes alcanzaron valores muy positivos hacia el año 2015, para luego desintegrarse durante la gestión de gobierno de Juntos por el Cambio. La alternancia de gobierno, con la asunción de Alberto Fernández como presidente, logró que depositaran enormes expectativas, pero la llegada de la pandemia afectó nuevamente sus condiciones de vida, consecuencia de la caída de las economías a escala mundial. De esta manera, su situación continuó empeorando y las expectativas de cambio fueron mermando y desapareciendo.

Frente a esta situación, es menester generar dos caminos para reconstruir el contrato social entre la gestión estatal y las juventudes.  Por un lado, acelerar las acciones destinadas a mitigar las urgencias. Esto puede realizarse de distintas maneras y con distintos métodos, pero siempre apuntando a mejorar las condiciones de vida de las juventudes en términos del acceso a un empleo, a una vivienda digna, a la cobertura universal a la salud y la educación y, de manera implacable, generar mecanismos que les permitan salir de la indigencia y la pobreza. Además, urge escuchar a las juventudes. El contrato social neoliberal, originado en la década del 80, y con matices de discontinuidad durante la década kirchnerista, aún sostiene una mirada economicista de las juventudes, basadas en la productividad y la eficiencia.[1] Es preciso reflexionar acerca de cómo entablar un diálogo entre el Estado y las juventudes, revisitando la historia pero con ánimos de innovación que nos permitan salirnos de la nostalgia de tiempos de lucha y transformación para construir presentes con esa tónica. Las juventudes se producen de manera situada y relacional[2], con lo cual debemos reconocerlas en este tiempo histórico, con instrumentos novedosos y permanentes para consolidar un intercambio necesario y continuo que mejore sus condiciones de vida y evalúe constantemente el camino hacia ese objetivo.

El descontento con los oficialismos, por múltiples causas, despertó discursos solapados a principios de siglo vinculados a cuestiones de superioridad étnica, de raza, o incluso de clase que vislumbran la necesidad de excluir a una parte de la sociedad para poder mejorar o “avanzar” hacia una situación de prosperidad. Esta situación viene acompañada de la falta de reconocimiento del sistema político hacia las juventudes, a sus potencialidades, siendo muy habladas pero poco escuchadas[3]. La percepción generalizada es que las juventudes están hartas o enojadas, aduciendo esta sensación a las acciones de los gobiernos en pandemia vinculadas al encierro, a la prohibición de socializar, a las medidas sanitarias en general y a la situación económica en particular. Aquí tenemos una realidad a medias. Todos y todas hemos visto modificada nuestra vida cotidiana durante la pandemia y eso nos ha afectado en todo sentido. Las adolescencias y las juventudes han sufrido estos mismos avatares, aunque al ser los principales ocupantes de los espacios públicos, de los ámbitos educativos y de los ámbitos culturales, han visto aún más afectada su vida cotidiana, y así su economía, sus vínculos e incluso su salud mental. Ahora bien, esto es real, y ha generado una crisis de representación con las democracias actuales. Más bien las ha agudizado. Sin embargo, y por ello “realidad a medias”, la falta de empatía con las juventudes desde los gobiernos a nivel mundial lleva años o décadas sin resolverse, tal como vienen analizando y estudiando distintos autores y autoras. Esta ausencia de diálogo con las juventudes, su escasa participación en términos consultivos de cualquier medida de gobierno y la falta de medidas simbólicas que les impacten directamente, como fue, por ejemplo,  la sanción de la ley de identidad de género, alejan aún más la confianza en que el Estado les ayudará a construir ese horizonte, que frente a tantos años de malaria, les es muy difícil imaginarse.

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Pedagogía de la escucha

Como decíamos más arriba, las adolescencias y las juventudes han ganado terreno en relación a la agenda pública, lo cual se ha traducido en beneficios específicos en materia económica o en la reducción de la tasa de informalidad, por ejemplo, en el período 2004-2014[4]. Sin embargo, su lugar en materia de políticas públicas ha sido únicamente como destinatarios y destinatarias, no siendo parte ni en el diseño ni en términos de consulta u opinión. A su vez, las reiteradas crisis económicas suelen impactar con mayor vehemencia en sus vidas cotidianas, principalmente en relación a sus posibilidades de acceder a un empleo o en cuanto al acceso a una vivienda.

En este marco, es fundamental construir una herramienta, un método, un instrumento o algún tipo de mecanismo que genere datos fidedignos sobre la situación social de las adolescencias y las juventudes, y por sobre todas las cosas estructure un puente entre las juventudes y la gestión estatal como un canal simbólico nodal para encauzar la empatía entre el Estado y las juventudes.

Encuestas participativas, entrevistas particulares, consejos consultivos, foros, dinámicas virtuales de intercambio, encuentros por regiones, son algunas propuestas posibles para consolidar un espacio fluido, continuo y constante que cimente una escucha participativa que pueda traducirse en políticas públicas, en programas sociales, en la participación de jóvenes en el diseño específico de una acción estatal o en la evaluación de políticas de gobierno en curso , para adecuarlas y mejorarlas, etc.

Es posible y necesaria una pedagogía de la escucha que motorice el vínculo entre las juventudes y el gobierno, y que a su vez, trascienda ese sistema y logre incorporar o más bien transformar eso que se escucha, en beneficios reales en sus condiciones de vida. Ambas partes del camino son fundamentales y necesarias. Porque las juventudes precisan poder ejercer derechos básicos como la salud, la educación, el esparcimiento, la vivienda y el empleo, pero a su vez, precisan ser escuchadas para que sus intereses sean parte de la solución. Eso pretende ser la pedagogía de la escucha.

 

MÁS INFO
Ezequiel Pérez

Ezequiel Perez (1988), es abogado (UBA) y docente de nivel inicial (Sara Ch. Eccleston) Especialista en temáticas vinculadas a infancias , adolescencias y juventudes, co-compiló el volumen I y II del libro “Las adolescencias en la Argentina. Un desafío necesario “Asimismo, cuenta con publicaciones e investigaciones en la temática. Fue docente y coordinador del Bachillerato Popular Raymundo Gleyzer para jóvenes y adultos (CABA) e impulsó proyectos de desarrollo comunitario vinculados a medios de comunicación y educación popular. Actualmente integra el equipo del programa Argentina Futura (Jefatura de Gabinete de Ministros)