La potencia de un mito radica, principalmente, en dos elementos. El primero es que se lo crea, no importa su veracidad o su falsedad sino la creencia de que realmente ha sucedido. El segundo es que se propague, todo mito se hace más fuerte a medida que circula entre más personas y entre más generaciones. Desde la campaña electoral del año pasado hasta la actualidad, se han instalado dos mitos en la agenda mediática: 1) que las juventudes se volvieron de derecha y 2) que los votantes de Javier Milei están dispuestos a llevar adelante cualquier sacrificio con tal de que “no vuelva el peronismo”. Mitos que, por supuesto, son estimulados por el Gobierno, su ejército de trolls y gran parte de los medios hegemónicos.
Sin embargo, a medida que se analiza desde la sociología cómo piensan sus votantes, es posible determinar que se trata simplemente de mitos. Cuando se los decodifica, cuando se los problematiza, la realidad demuestra un escenario más complejo, heterogéneo y contradictorio. Gran parte de los jóvenes que han votado por Milei no comulgan con la agenda de extrema derecha que promueve y una porción importante de sus electores no está dispuesta a entregar un cheque en blanco para avanzar en una cruzada anti peronista.
Una investigación realizada entre Argentina Futura y FLACSO identifica cómo el acercamiento de Milei con las juventudes muestra una relación con el candidato de tinte emocional y no programática. La mayoría de los y las jóvenes que aseguraron simpatizar con el líder libertario no sostenían una agenda de derecha. Por el contrario, en las entrevistas que se realizaron en el trabajo de campo era recurrente la reivindicación a la educación pública, el reclamo para que el Estado intervenga con políticas más fuertes de protección ambiental e, incluso, muchas mujeres que votaban a LLA se mostraban a favor de la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo. En este sentido, se evidencia que quienes optan por Milei no necesariamente acuerdan con su agenda de extrema derecha.
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Al ser un fenómeno reciente, si bien cuenta con un núcleo duro considerable todavía no existe un bloque homogéneo ni tampoco se ha consolidado una identidad política estable. En otros países, como Francia, España y Alemania, las juventudes que eligen opciones de extrema derecha suelen hacerlo desde un lugar más ideologizado, por lo tanto, es un apoyo más duro e inamovible. En el caso argentino, se observa que, por ahora, es un apoyo contradictorio, que expresa malestar y desilusiones, pero aún está en disputa.
Para el segundo caso, vale recuperar el estudio “El votante moderado de Milei: entre la esperanza y el sacrificio” coordinado por Esther Solano, Pablo Romá y Thais Pavez. Los autores sostienen que la base de apoyo del Gobierno se encuentra sometida a fuertes tensiones y sentimientos divididos producto del ajuste económico, la escasez de resultados en materia de gestión y las actitudes autoritarias del presidente. Mientras que una parte de esa base moderada opta por la esperanza y la confianza en que la situación va a mejorar, otra en cambio mantiene un apoyo cada vez más crítico.
Es en este segundo grupo en el cual es importante poner la lupa. La ambivalencia es un factor común entre sus integrantes; es decir, manifiestan desesperanzas, no comulgan con muchas de sus acciones, se oponen a varias de las medidas económicas, pero consideran que hay que tener paciencia y darle tiempo. El punto más destacado es que perciben que la “casta” son ellos y que la política de shock, que inicialmente la creían dirigida contra políticos y empresarios, afectó su estatus económico.
La moderación es un concepto amplio. Por lo general se lo asocia a perfiles que buscan el punto medio, prefieren evitar los extremos y en muchos casos suelen estar predispuesto a escuchar opiniones contrarias. Sin embargo, para este análisis proponemos un enfoque distinto, que es pensar a la moderación como una circunstancia que todavía no ha logrado constituirse en identidad política. Personas que confiaron genuinamente en las propuestas de Milei, que se sintieron interpeladas por sus promesas, que lo han elegido para mejorar su calidad de vida y que aun así su apoyo no se traduce en un vínculo político estable. En cierta forma pueden ser parte de ese famoso tercio del electorado que suele pendular entre distintas fuerzas políticas.
Pueden haber votado en un momento a Cristina Fernández de Kirchner, en otro Mauricio Macri y luego a Milei. Aunque parezca contradictorio, en cierta forma no lo es. Los resultados de una elección son producto de muchas variables, pero sin dudas, algunas siempre predominan sobre otras. De lo que se trata es de captar en un contexto como el actual cuáles influyen más: ¿será el bolsillo? ¿la ideología? ¿los valores? ¿las expectativas? ¿las costumbres? Como podemos observar hay una multiplicidad de sentidos que pueden orientar una acción social como es acudir a las urnas o apoyar a un dirigente político. Lo que nos importa destacar es que en esta oportunidad estamos ante una sociedad que atraviesa un momento de malestar, de angustia y de irascibilidad. Lejos de mejorar la situación, la percepción es que puede empeorar. La narrativa del gobierno comienza a erosionarse y crecen las dudas.
Interpelar es algo más que discutir
En este escenario, la incertidumbre es un factor central, la fuerza política que logre instalar la idea de que puede dar más certezas en el corto y mediano plazo y que pueda transmitir la sensación de protección y de cuidado probablemente logre conectar con estos votantes moderados. Luego de la pandemia los sentimientos de miedo, vértigo y desconfianza se han incrementado. Nuestras sociedades ya no son las mismas. Hemos analizado en demasía los impactos económicos y sanitarios del COVID-19 pero falta comprender mejor sus efectos en términos sociológicos y políticos. Probablemente, estos sentimientos se potencien a medida que se compruebe en el quehacer diario que no hay un plan de estabilización para las mayorías. La inestabilidad que genera la falta de resultados económicos sólo puede ser mitigada por una estabilidad simbólica. Un gobierno débil en materia económica, pero con una narrativa fuerte en el campo político y emocional. Un gobierno que tenga la capacidad de instalar la cultura de sacrificio como la única vía válida para disfrutar en algún momento de cierto bienestar y que tenga la habilidad de responsabilizar a la oposición de las penurias que se avecinan.
Si esta es la arena de disputa, se torna una tarea clave para la oposición conectar con la frustración de los votantes, desde lo anímico, lo concreto y lo simbólico. La oposición podrá convertirse en una alternativa real en la medida que logre dar certezas, cambiar las coordenadas del debate público, dar cuenta de las problemáticas reales y posicionarse con una agenda de futuro.
Las provocaciones permanentes del oficialismo son, hasta el momento, una táctica efectiva, ya que generan olas de indignación en los votantes anti-Milei que luego no se traducen en acciones colectivas que perduren en el tiempo.
Por eso, salir de la lógica reactiva es imprescindible para dar vuelta la página. Desde lo afectivo, hemos visto que parte de sus votantes sienten que sus sacrificios son en vano y aumenta su desesperanza. Frente a esta situación lo peor que se puede hacer es insistir pidiéndole que reconozcan la estafa a la que han sido sometidos. Por el contrario, se trata de transformar esa desesperanza en una nueva confianza, a partir de la escucha y del cuidado en afecto-político.
Desde lo simbólico, el gobierno comienza a tener su traspiés, Se hace cada día más evidente que la “casta” forma parte del Poder Ejecutivo y que el ajuste no lo está “pagando la política”. Pero tampoco se trata solo de denunciar sino más bien de plantear otro horizonte simbólico, ligado a repolitizar la sociedad y profundizar la democracia. Frente a la antipolítico, la respuesta no puede ser más antipolítica. Por el contrario, el desafío es plantear una serie de agendas (por ejemplo; salario universal, ampliación del presupuesto educativo, plan integral de vivienda, mejora garantizada en la capacidad de compra de las jubilaciones) en la cual se involucre a los distintos actores sociales, en su defensa y elaboración.
Por último, la dimensión de lo concreto es hoy por hoy el Talón de Aquiles del gobierno. El desplome del consumo, el crecimiento del desempleo, los aumentos de las tarifas y en los servicios esenciales, las obras públicas paralizadas y una inflación que sigue estando presente son parte de un repertorio de malas noticias que desnudan la incapacidad del gobierno para resolver cuestiones centrales. Pero para que esta debilidad se note, es preciso unir cada una de estas problemáticas que hoy se presentan fragmentadas y dispersas. La lucha en defensa de los jubilados no puede estar escindida de la lucha por el presupuesto universitario. La defensa de los clubes de fútbol para que no sean privatizados no puede estar disociada de la defensa para que no desmantelen organismos claves de nuestra industria cultural. La pelea para que lleguen los alimentos a los comedores no puede estar dividida de la pelea para que no cierren los pequeños comercios. Al fin de cuentas se trata de tejer ese hilo que une las distintas demandas para convertir a minorías dispersas en mayorías diversas.