Las principales consultoras del mercado, es decir el consenso mayoritario de los economistas locales, ya anticipan para 2022 una inflación de tres dígitos. ¿Por qué la economía local tiene una inflación tan persistente y en apariencia inmanejable? o, dicho de otra manera ¿por qué la inestabilidad macroeconómica parece ser algo inmanente al territorio, un verdadero maleficio nacional?
No son preguntas nuevas. Tampoco la obsesión de quienes llevan décadas analizando las circunstancias locales. Simplificando a gran escala, la derecha tradicional tiene una respuesta infantil inmune a los acontecimientos, el déficit fiscal. Los sectores populares construyeron relatos igualmente fantásticos: el país tendría una clase empresarial más malvada que la de otras geografías y con gran gimnasia para aumentar sus márgenes de ganancia hasta el infinito. Semejante visión puede ser de utilidad muy transitoria para la lucha política, que siempre parece reclamar culpables, pero no deja de ser una gran zoncera, la que siempre es más fácil de ver en el ojo ajeno.
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La realidad escapa a estas simplificaciones que tanto entorpecen el debate económico. La alta inflación local es el principal derivado de la escasez estructural de divisas de la economía, lo que dificulta mantener estable el tipo de cambio. Pero el gran problema de esta escasez reside en que no es solamente una cuestión comercial, de importaciones que superan a las exportaciones, sino y especialmente financiera. Sucede que décadas de alta inestabilidad terminaron con la moneda propia. El resultado es que el país no sólo necesita dólares para hacer frente a todas sus obligaciones externas, incluido el elevado endeudamiento, sino también para absorber todo el excedente económico de la economía, un imposible.
Para interpretar el problema de la falta de moneda de una manera más gráfica: podría ocurrir que el aparato productivo local desarrolle toda su potencialidad y que a las tradicionales exportaciones agropecuarias y de origen agropecuario se le sumen la de los sectores hidrocarburífero y minero hasta, por lo menos, duplicar las ventas externas del presente, pero aun en semejante contexto favorable podría ocurrir también que la dolarización de los excedentes, la mal llamada “fuga de capitales”, igual continúe provocando una situación de restricción externa y que, efectivamente, la economía sólo se beneficie parcialmente del salto exportador. Es decir, se beneficiaria del inherente aumento de la actividad, pero no podría apropiarse cabalmente de los frutos del crecimiento y, menos todavía, “redistribuirlos”. Es evidente que no hay solución para el problema externo sin solución del problema de la falta de moneda. Los males “que aquejan a la patria”, entonces, son dos: la restricción externa y la falta de moneda, pero no hay solución de uno sin el otro.
Antes de la llegada de Sergio Massa la economía volvió a asomarse al abismo porque, precisamente, se estaban profundizando sus dos males, incluso recayendo en errores ya cometidos, como las tasas bajas y los absurdos retrasos tarifarios. El nuevo ministro llegó con el diagnóstico correcto y, sin mayores énfasis discursivos, se dedicó de lleno a “hacer política” en la dirección necesaria, es decir comenzó a cumplir los objetivos interrelacionados de acumular reservas para evitar un salto devaluatorio y, si todo va bien y se sostiene en el tiempo, avanzar hacia la estabilidad macro. En el camino, la contención del gasto es una necesidad no de la ideología, sino de frenar la actividad hasta que se recompongan reservas. Así como para crecer se necesitan dólares, si no hay dólares hay que frenar.
Para evitar que el deterioro de la función de reserva de valor de la moneda se siga profundizando hasta la amenaza de la dolarización, Massa impulsó una medida que desde la ortodoxia del FMI hasta la porción sana de la heterodoxia local reclamaban: el aumento de las tasas de interés. Luego, frente a la falta de liquidación de divisas que retroalimentaba el estrangulamiento externo se dedicó hiperactivamente a negociar con los sectores que podían proveerlas, de lo que surgió, sin fórmulas extrañas ni operaciones complejas, el transitorio dólar soja y el consecuente resultado de fuertes liquidaciones.
En Estados Unidos también se dedicó a lo esencial, conseguir dólares, desde destrabar los desembolsos de organismos internacionales como el BID, a conseguir inversiones para los que serán los nuevos sectores exportadores dinámicos, hidrocarburos y minería.
El final siempre está abierto y recién se está al comienzo del camino, pero las reservas dejaron de caer y lentamente comienzan a acumularse y las tasas altas son un incentivo para quedarse en pesos. La tarea de resolver los objetivos combinados de disminuir la brecha cambiaria entre el oficial y los paralelos, evitar un salto devaluatorio, reducir la dolarización de los excedentes y comenzar a recuperar las funciones de la moneda, todo ello en el marco de los compromisos asumidos con el FMI, es dificilísima, pero Massa comenzó a avanzar y con una particularidad, sin señalar malos ni culpables, gestionando.
Puede parecer pronto para decirlo y en economía conviene huir de las predicciones, más cuando la realidad continúa en un estado de fragilidad financiera, pero a diferencia de lo que ocurría hace apenas unos pocos meses, cuando en este espacio se hablaba de la necesidad de un plan de estabilización y el riesgo inminente de quedarse sin reservas, el presente permite albergar un moderado optimismo y la posibilidad cierta de revertir lo que aparecía como el destino ineluctable del gobierno del Frente de Todos a partir de 2023.-