La indispensable construcción del relato

19 de febrero, 2023 | 00.05

En los últimos años del período 2003-2015, cuando negar los logros sociales de la etapa equivalía a intentar tapar el sol con las manos, la oposición político-mediática al oficialismo de entonces sacó de la galera un conejo brillante, comenzó a hablar del “relato kirchnerista”. Así, cualquier enumeración de los logros de entonces, en especial los ligados al crecimiento económico y las mejoras en los ingresos de los trabajadores, eran desdeñados por ser parte de un simple “relato”, un cuento. En contrapartida los reflectores se enfocaban sobre las contradicciones internas y las limitaciones propias de un proceso que ya acumulaba tres períodos presidenciales. También sobre todo lo que había faltado según el cristal con que se mire y las dificultades para encontrar un sucesor que conforme a todos. Por supuesto nunca dejó de enfatizarse la herramienta tradicional contra los gobiernos populares, la supuesta corrupción generalizada. Desde los medios de comunicación, con letra de los “economistas de la city”, también comenzó a hablarse de una “crisis asintomática”. Parece raro, pero es tan simple como su nombre: la economía estaba en crisis, pero nadie lo notaba. Creatividad nunca faltó.

Luego, a medida que se acercaban las elecciones presidenciales, se agregó un golpe de efecto más. El plan del ministro de Economía de entonces, Axel Kicillof, quien frente a la guerra declarada por el poder financiero global intentaba sobrellevar como podía la creciente escasez de divisas, fue catalogado como “plan bomba”. Era el complemento perfecto para la crisis asintomática. Aunque no se veía, la infección existía, pero todo estaba armado para que haga eclosión después de las elecciones, para que la bomba le estalle al próximo gobierno, lo que daba por sentado el absurdo de que el oficialismo jugaba a perdedor.

El recuerdo del escenario político y mediático previo a las elecciones de 2015 se trae a colación no por mero entretenimiento histórico, sino por la sumatoria de similitudes con el presente, algunas más evidentes que otras, pero también por el faltante.

Lo más evidente es que, con prescindencia de las notables diferencias en el estilo de conducción, que obviamente redundaba y redunda en distintos grados de cohesión de la diversidad, las fuerzas que componían entonces y componen hoy el peronismo realmente existente, son exactamente las mismas e igual de heterogéneas: el conservadorismo popular de la mayoría de los peronismos provinciales, los movimientos de trabajadores informales que gestionan la asistencia estatal, el poder sindical que representa a los trabajadores formales y el ideologizado “núcleo duro” kirchnerista. En un rincón también aparece una porción muy menor del empresariado que todavía piensa en un modelo de desarrollo y no solamente en la lucha de clases.

Es evidente que se trata de un conjunto cuyas partes tienen intereses muy diversos y lo único que puede unirlos es un proyecto económico, y por lo tanto político, común. Suele aparecer la tentación de creer que el factor de unión de esta diversidad es el espanto frente a una nueva recaída neoliberal, pero debe insistirse en un recuerdo incómodo: muchos de los integrantes de este colectivo peronista convivieron muy bien con el neoliberalismo y fueron parte de la gobernabilidad macrista por lo menos hasta la implosión del endeudamiento de 2018. Hitos centrales del gobierno 2016-19, como el pago a los buitres, que reinició el sendero de deuda que condujo al regreso al FMI, hasta la consolidación del partido judicial, incluido el ingreso de los nuevos cortesanos, contaron con el apoyo parlamentario de buena parte del actual oficialismo. No se trata de una crítica, sino de la descripción previa para cualquier diagnóstico. Son los bueyes con los que se ara, los ladrillos de los que hablaba el General.

Una segunda similitud, ya descripta en este espacio, es que la oposición vuelve a hablar de plan bomba, aunque en este caso promoviendo su explosión, y en un contexto en el que los indicadores no son de crisis, pero sí bastante menos favorables que los de 2015. También se recurre al mismo diagnóstico erróneo de que el oficialismo juega a perdedor, y dicho esto a pesar de que parte de la coalición juega a sacar los pies del plato, como también ya lo hizo en algún momento de 2015, cuando el candidato era Daniel Scioli y no “el proyecto”.

Todo ocurre en 2023 en un contexto muy diferente al de 2015. El dato más relevante es el de un relativo hastío con la política que no existía hace ocho años. La continuidad en el deterioro de los ingresos de los trabajadores en el marco de una persistente alta inflación aleja a las mayorías de una dirigencia que aparece más enfrascada en sus disputas internas que en la solución de los problemas. Estamos hablando de percepción social, la que siempre tiene elementos reales y construidos. Esta antipolítica es la que siempre está por detrás de los candidatos antisistema. No es ideología, es enojo por la persistencia de condiciones adversas, pero fundamentalmente, porque no se percibe una salida clara. Y es en este punto donde se encuentra la principal limitación del gobierno. A diferencia de 2015 falta un relato que, además, en 2023 se necesita que sea también unificador. En 2015 coexistían los relatos de los logros conseguidos desde 2003 con el proyecto para superar las limitaciones que se hicieron evidentes a partir de 2011. Hoy no se puede hablar solamente de los logros del pasado sin incorporar todos lo sucedido desde 2015, básicamente la doble pandemia: el desastre del endeudamiento macrista con el regreso al FMI, con la resubordinación a los poderes financieros globales, y el parate de la pandemia que desde 2020 obligó a cambiar los planes de la plataforma 2019. En el mundo real ocurrieron el macrismo y la pandemia y eso cambió la economía. Son hechos. Y si el mundo cambió la política también debe hacerlo.

Existen sectores que demandan la recomposición de los ingresos de los trabajadores. Nadie dentro de una coalición peronista puede estar en contra de aumentar salarios. El punto es que este aumento tiene dos patas. Una es la lucha de clases, las relaciones de fuerza de las partes. Una coalición unificada daría más fuerza en esta lucha. Otra pata son las restricciones reales. Si la economía no supera la restricción externa, si no se generan más divisas, la economía no puede crecer, por lo tanto no puede aumentar salarios. La secuencia es más salarios, más demanda agregada, crecimiento del PIB, aumento de las importaciones más rápido que las exportaciones, crisis de balanza de pagos, devaluación, caída de los ingresos. A esto se refiere cuando se dice que la magia no existe. Y a esto nos referimos cuando hablamos de sectores ideologizados. Se trata de problemas que no se resuelven solo con la voluntad, sino con un plan de mediano plazo. Magia es pensar que alcanza, por ejemplo, con planchar el tipo de cambio. Luego, la inflación del presente se mantiene, no porque existan problemas de mercados oligopólicos, si así fuese los acuerdos de precios hubiesen sido mucho más efectivos, sino por el desajuste de los precios básicos de la economía y por la falta de divisas para garantizar la estabilidad cambiaria. Ya no queda tiempo para grandes transformaciones antes de las elecciones, es decir para un plan de estabilización que corrija estos desfasajes de precios básicos, solo será posible continuar con la baja gradual del presente tratando de estabilizar el precio del dólar. Sin embargo, no debe perderse de vista que la economía no está en crisis, que a pesar de las dificultades el crecimiento se mantiene y el lento desarrollo continúa su curso. Las limitaciones son inmensas, pero son las que estaban en el punto de partida de 2019, es decir las emergentes del mega endeudamiento, y a las que inmediatamente se sumaron la gran pausa del Covid 19 y el cambio del escenario global por la guerra en el este de Europa. De nuevo, no se puede actuar como si estas limitaciones estructurales y coyunturales no existiesen.

La indispensable construcción de un relato consiste entonces en transmitirle a las mayorías que la mejor alternativa para superar las limitaciones del presente no es volver atrás y repetir una nueva aventura neoliberal. Históricamente el neoliberalismo nunca resolvió ninguno de los problemas que decía venir a resolver. El balance siempre fue la destrucción de funciones del Estado y la enajenación del patrimonio público, pero sobre todo dejando repetidas herencias de más endeudamiento y subordinación. Y por supuesto nunca resolvió la inflación “en cinco minutos”, sino que la llevó a nuevos escalones. La derecha local carece de un proyecto productivo real. Cuando gobernó nunca alejó la restricción externa, sino que la agravó y la disimuló con deuda mientras pudo. La tarea del actual oficialismo es huir de las soluciones mágicas y explicitar un plan de desarrollo que la oposición no tiene. Construir “un relato” de futuro. A la economía local le sobran los recursos naturales y humanos para hacerlo. Y al empresariado que desconfía del peronismo se le debe transmitir que “el giro ordinario de los negocios” funciona mucho mejor en un contexto de paz social que en uno que demande represión permanente y circular en vehículos blindados.