Una de las tantas acusaciones que recibió la economía fue la de ser una “ciencia lúgubre”, punto que suscitó algún debate en los albores de la economía política. Entre las razones para adjudicarle este carácter se encontraban, entre otras, las predicciones maltusianas sobre los límites presuntamente de hierro para el crecimiento poblacional. Pero dejando atrás la historia, el calificativo se corresponde más acabadamente con uno de los roles que siempre les toca jugar a los economistas, la poco agradable tarea de poner las restricciones sobre la mesa.
Una de las acusaciones que se le hacen al gobierno de Alberto Fernández es el de promover un “ajuste”. En este punto resulta notable la falta de consistencia lógica de los principales acusadores, entre ellos la gran prensa comercial que históricamente promovió todos los ajustes. Resulta preferible entonces analizar el problema por fuera del debate con la oposición. Mirando hacia adentro, en cambio, hay de todo. Están quienes fuerzan los números previendo políticas expansivas o quienes explican que hablar el lenguaje del ajuste es una concesión que los funcionarios deben hacer en el marco de la renegociación con el FMI. Sin embargo, no es un dato menor que el propio titular de Economía, el empoderado Martín Guzmán, sea quien promete reducir todavía más el déficit previsto en el Presupuesto 2021. A ello le siguen las medidas concretas. En los últimos meses se redujeron la asistencia a las provincias y lo que se paga por IFE y ATP hasta en un 80 por ciento. El único gasto post pandemia que se mantiene elevado son los subsidios a la energía producto del congelamiento de tarifas.
Otra señal fiscalista es que el Tesoro empezó a reemplazar adelantos del Banco Central por toma de deuda en el mercado. Incluso proyecta “devolver” adelantos usando las utilidades del BCRA. Quizá el ministro realmente crea en el equilibrio fiscal como cree el Presidente y como figura en la plataforma del Frente de Todos, pero las restricciones que hoy enfrenta la economía son de otra naturaleza.
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El último balance cambiario del BCRA, el de octubre difundido este viernes 26, mostró que el problema externo sigue vigente. En octubre continuó el déficit de la cuenta corriente cambiaria (-495 millones de dólares) y se mantuvo la enorme brecha entre el superávit comercial de 612 millones que mide el Indec (devengado) y el cambiario de 44 millones (base caja: divisas efectivamente liquidadas). Como resultado de esta continuidad agudizada en los últimos meses por las expectativas de devaluación implícitas en la brecha cambiaria, desde el pasado diciembre se perdieron alrededor de 6000 millones de dólares de reservas internacionales (que son el resultado del balance cambiario).
A ello se agrega que en octubre el campo liquidó 15 por ciento menos que en el mismo período del año anterior. Cuando se toman los primeros 10 meses del año conmtr aigual períodos de 2019 la caída suma el 25 por ciento. Y si bien existe baja real de las exportaciones producto de la pandemia, las importaciones caen todavía más por la fuerte recesión. El ministro Guzmán puede reunirse con los grandes empresarios todo lo que quiera, jurarles que no va a devaluar y que el tipo de cambio se encuentra en un nivel óptimo, pero cuando los “hombres de negocios” llegan a la oficina se comportan como empresarios.
La pregunta inevitable es cuál sería el estado de estos números si la economía comenzara a arrancar. La respuesta que nadie quiere escuchar es que se necesitarán más dólares de los que hoy se disponen. A pesar de haber renegociado la deuda con privados, el nivel del riesgo país cercano a los 1400 puntos indica que los mercados voluntarios permanecen cerrados y que, lamentablemente, la única posibilidad crediticia son los organismos internacionales o, en el mejor de los casos, algún crédito bilateral. Finalmente el dato duro es que hoy no hay dólares para crecer, lo que es lo mismo que decir que sin dólares no hay crecimiento.
La segunda cuestión es fiscal y monetaria. Para crecer se necesita que el Estado gaste más. El Estado puede decidir autónomamente el nivel de Gasto que quiera. El problema es que en países periféricos, especialmente en economías bimonetarias como la argentina, antes o después ese mayor gasto se transforma en mayor demanda de dólares, es decir en presiones sobre su cotización. El Estado puede “esterilizar” el mayor gasto de varias maneras. Una es cobrando más impuestos (El gasto antecede a los impuestos y no al revés como sostiene la economía vulgar), la otra es a través de instrumentos financieros, pero en algún momento la ganancia financiera derivada irá a la demanda de dólares si persisten las expectativas de devaluación por… falta de dólares.
En materia de crecimiento no contar con los dólares es un círculo vicioso de restricciones. Si se aumenta el Gasto la economía crece y con ella las importaciones, lo que reduce el saldo comercial y la oferta de divisas. Al mismo tiempo el mayor Gasto significa inyectar más pesos cuyo excedente puede ir a la demanda de divisas. Si esta demanda no se puede satisfacer no se puede sostener el precio del dólar, lo que da lugar a un aumento de la inflación, es decir desata la inestabilidad macroeconómica.
“En los trópicos”, siguiendo la metáfora de los economistas Esteban Pérez Caldentey y Matías Vernengo para referirse a la periferia del capitalismo, la teoría de la moneda moderna y las finanzas funcionales encuentran límites de los que carecen en los países centrales. La expansión del Gasto y el crecimiento no puede expandirse para siempre dado el presunto equilibrio presupuestario sino por la restricción externa. Negar las zonceras de la economía vulgar, que demanda equilibrio fiscal al mismo tiempo que la reducción de impuestos, con lo que la variable de ajuste son las funciones del Estado, no significa que para la verdadera heterodoxia no existan restricciones y que esas restricciones sean muy poderosas. Para la economía del presente el dato más lúgubre es la necesidad desesperada de dólares para crecer o para sostener la estabilidad macroeconómica, al mismo tiempo que la virtual ausencia de una fuente para proveerse de esos dólares.