En los finales del segundo mandato de Cristina, la oposición, tergiversando la verdad histórica, planteó que la aceleración inflacionaria fue la responsable directa del acceso del nazismo al poder en Alemania. Intento que apuntaba a identificar los supuestos riesgos para la democracia argentina que se derivaban de un nivel de precios que fluctuaba en las grandes ciudades en torno al 20%. Los hechos demostrarían que en el gobierno de Macri la inflación se duplicó y que las amenazas reales para las instituciones provenían de la denominada “mesa judicial” instalada en Olivos.
Pero retomemos la falacia histórica argumentada en ese entonces, que debe ser rebatida otra vez a los fines de esta columna.
La hiperinflación alemana de 1922/1923 le otorgó carta fundacional al partido nazi. Durante la prosperidad posterior en la década del 20, el mismo languideció como un grupo de ultraderecha de reducido peso electoral, financiado por el empresariado como fuerza de choque contra el comunismo. Sería la crisis del 30, con la explosión del desempleo, la que lanzaría a los nazis a la calle a dirigir sus propuestas de nacionalismo racista y totalitarismo extremo, hacia la masa de trabajadores desocupados y angustiados por la disolución del sistema económico que los incluía.
Este contenido se hizo gracias al apoyo de la comunidad de El Destape. Sumate. Sigamos haciendo historia.
Existen numerosas evidencias históricas de planes antiinflacionarios exitosos “de shock” o “gradualistas”, pero la reducción del desempleo en forma sostenida involucra reformas en la matriz productiva de una nación que abarca complejidades mucho mayores que el restablecimiento de cierto orden macroeconómico.
La Convertibilidad argentina (sistema de peso convertible a una paridad cambiaria fija $1=u$s1) tuvo éxito para salir de la Hiperinflación de 1989/1990, pero a partir de 1994 la tasa desempleo se situó en dos dígitos en forma creciente y permaneció en ese nivel hasta el año 2006, que retornó a la cifra de un dígito.
Ese ciclo extenso de doce años de desempleo elevado, inédito en la historia económica del país (un período similar ocurrió poscrisis del 30 pero concluyó seis años después, en 1936) provocó una profunda desarticulación de las relaciones socioeconómicas que se plasmó en el gran “crack” del fin de la “Convertibilidad” del 2001, que hundió al sistema político vigente que intentó fundarse en el Pacto de Olivos de 1993, celebrado por los líderes de los primeros veinte años de democracia.
El Presidente Menem alcanzó su reelección en 1995 cuando el desempleo abierto era del 18,5%, basado en su acierto para resolver la hiperinflación y enarbolando como consigna de campaña que “pulverizaría el desempleo como lo había hecho con la inflación”. Sosteniendo el modelo del “peso convertible” era imposible, y la persistencia de la falta de trabajo desembocó en la derrota electoral del peronismo en 1999 y en la crisis del 2001 señalada.
El diputado nacional Máximo Kirchner sostuvo con precisión que Néstor había asumido la presidencia de la Nación en el 2003 cuando la tasa de desocupación era del 23,1% y en 2015, al dejar la presidencia Cristina, ese guarismo se situaba en el 5,8%. El éxito se había alcanzado construyendo y sosteniendo un modelo productivo de matriz diversificada con inclusión social, alejado de las propuestas de desregulación del mercado laboral y conculcación de los derechos de los trabajadores que plantean desde siempre y hasta ahora los voceros empresariales y su representación política.
A partir de la crisis del 2018, que trajo de nuevo al FMI a la Argentina, el desempleo abierto se aproximó a los dos dígitos, para alcanzar el 11% en el 2020 por el impacto del virus y comenzando el 2021 en torno a ese rango. Tres años seguidos de desocupación elevada, con singular incidencia en el segmento etario de 18 a 29 años, comienzan a erosionar nuevamente el tejido social trabajosamente reconstruido en la primera década y media de este siglo.
La falta de oportunidades de empleo, la consecuente tendencia a la baja del salario que no permite llevar una vida digna sino apenas proyectos de supervivencia, las jornadas laborales extensas y sin protección, son deletéreas para una organización social estable. El desencanto con el sistema económico es la antesala a su rechazo, que comienza a manifestarse de modos disímiles pero visibles.
La recuperación de la actividad en la segunda mitad del año es palpable y potente, la expectativa que se traduzca en la incorporación masiva de trabajadores al sistema productivo permanece vigente.
Hemos comentado en columnas anteriores que el gobierno de la coalición peronista enfrenta el rechazo de las cúpulas empresariales a un proceso fuerte de expansión de la actividad, a pesar de encontrarse con condiciones microeconómicas óptimas para ello. El costo y la disponibilidad de la energía y la mano de obra son factores claves para el emprendimiento productivo, que en la actualidad no presentan restricciones.
Un desempleo elevado sostenido en el tiempo es muy gravoso para la democracia, porque desencanta a los ciudadanos y ciudadanas de la posibilidad de mejorar su vida a través de la acción política participativa. Hecho que, en definitiva, es fundante de toda democracia de masas.