La dictadura económica

Varias interpretaciones sobre las intenciones económicas de quienes llevaron adelante la última dictadura militar pero un solo resultado claro: un modelo neoliberal que continúa hasta hoy. 

27 de marzo, 2023 | 22.50

En la semana del 24 de marzo, vale que estas páginas también se sumen, a su manera, a los reclamos por Memoria, Verdad y Justicia. Y una manera de hacerlo es a partir del análisis del significado económico de la dictadura militar, o mejor dicho del impacto que tuvo la dictadura para la economía argentina, lo cual no solo dista de ser un consenso entre los historiadores y los economistas sino que, por el contrario, allí se libra una de las grandes batallas interpretativas sobre nuestro pasado económico.

La dictadura militar que inició en 1976 implicó indudablemente un cambio de rumbo para la economía argentina. Luego de siete años y nueve meses, la deuda externa se septuplicó, la pobreza en el Gran Buenos Aires se quintuplicó (no existían en ese entonces mediciones oficiales del resto del país) y el poder adquisitivo de los salarios se redujo a la mitad. Tal como menciona Pablo Gerchunoff en un artículo reciente la economía argentina pasó de crecer al 2 por ciento anual (per cápita) entre los años 40 y mediados de los setenta a crecer al 0,6 por ciento desde entonces hasta la actualidad. La Ley de Entidades Financieras de 1977 modificó para siempre la relación de los argentinos con el dólar al inaugurar la economía bimonetaria cuyas consecuencias aun hoy se siguen pagando.

En términos de bloques históricos, si el período previo implicó el conflicto irresuelto entre un sector agropecuario proveedor de divisas pero incapaz de guiar los destinos del país como sí hiciera hasta 1930 y un sector industrial generador de empleo, dinamizador de la economía pero externa y también internamente insolvente, y si esa tensión se trasladó al campo de la política y se articuló con los crecientes conflictos capital-trabajo habilitados por un modelo en el que los salarios industriales eran simultáneamente un costo para sectores con competitividad en riesgo y su principal fuente de demanda, el ciclo que se abre desde 1976 marca su resolución con la hegemonía renovada de un sector nuevo que se permitió transformar a las propias cúpulas agropecuaria e industrial: el financiero. Así, la dictadura militar abre la puerta a un cuarto de siglo signado por la hegemonía de lo que Mario Rapoport ha llamado el modelo rentístico-financiero y Eduardo Basualdo el de la valorización financiera, donde las actividades productivas quedaron supeditadas a las finanzas, modificando de manera radical las relaciones capital-trabajo y las articulaciones entre los sectores privados y el Estado. De manera sucinta, la dictadura se ocupó de destruir políticamente a los sectores que sostenían el modelo industrial preexistente: los trabajadores organizados y los empresarios industriales nacionales. Para el primer caso sirvió el terrorismo de Estado (como señala Victoria Basualdo, la mayoría de los detenidos desaparecidos fueron delegados sindicales de base). Para el segundo, alcanzó con la apertura comercial.

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Cierto y difícil de negar es que el modelo de la industrialización sustitutiva no fue armónico ni carente del conflictos. Al contrario, la inestabilidad política de esos treinta años es una expresión de un modelo económico y social con tensiones irresueltas. Es lo que Marcelo Diamand llamó “el péndulo argentino” y Juan Carlos Portantiero designó como “el empate hegemónico”. La expresión más habitual, en el terreno económico, de estas crisis es el llamado “stop & go”: el crecimiento (go) dinamizado por una industria que es consumidora neta de divisas tiende a la crisis de la balanza de pagos, ante lo cual se responde con un ajuste devaluatorio y recesivo (stop), luego del cual el ciclo expansivo vuelve a arrancar (go). Del mismo modo es difícil negar que la magnitud particularmente significativa de esta crisis en 1975, donde se conjugó una profunda crisis económica sintetizada en el Rodrigazo y un estado de conflictividad y ebullición políticas otrora desconocido caracterizado por un gobierno dividido, la violencia paraestatal, el inicio del terrorismo de Estado y la presencia de organizaciones armadas.

¿Cuál es, entonces, la batalla interpretativa de la que intentamos dar cuenta? Esta podría resumirse en las siguientes opciones binarias -aun cuando sabemos que existen los grises, las opciones no excluyentes e incluso terceras alternativas-:

1) El golpe de Estado del 24 de marzo de 1976, en el que las fuerzas armadas tomaron el poder e instauraron un autodenominado Proceso de Reorganización Nacional que, al cabo de casi ocho años, modificó sustancialmente la estructura económica argentina, surge como acción represiva tendiente a resolver los conflictos, desequilibrios y tensiones de un modelo anterior, que podemos definir como de industrialización sustitutiva y cuyo paradigma sostén puede identificarse en la ancha alameda del desarrollismo, que estaba virtualmente agotado. Según esta tesis, fue la insistencia, tozudez o incluso exceso de atribuciones políticas de los sectores beneficiarios de este modelo ante una situación estructural que ya era insostenible -catalizada por los cambios económicos globales de principios de los años setenta, como el fin de la convertibilidad del dólar respecto del oro o el aumento de los precios del petróleo- lo que condujo a la grave crisis económica de 1975 y lo que alimentó los conflictos políticos de aquellos años. Así, el golpe militar vendría a darle el tiro de gracia a un modelo que ya estaba pereciendo y que hace tiempo se mostraba insostenible.

2) La crisis de 1975 no solo no es cualitativamente distinta de las anteriores sino que, por el contrario, puede ser entendida a su vez como catalizada por las acciones de ciertos sectores del empresariado que estaban promoviendo el golpe de Estado y el cambio de modelo, lo cual el desastre económico permitió legitimar socialmente. En cualquier caso, más allá de los altibajos el modelo de la industrialización sustitutiva no solo se habría encontrado aun vivo sino en una etapa de cierta madurez, lo cual se explica, entre otras cosas, por el crecimiento de las exportaciones industriales, que llegaron a explicar cerca de un cuarto de las exportaciones totales en 1974. Este año, 1974, es a su vez el de mejor salario real de la historia y de mejores guarismos de la distribución funcional del ingreso (el reparto de la torta entre el trabajo y el capital), donde los trabajadores incluso superaron la máxima conciliadora del fifty-fifty. En este sentido, el golpe de Estado de 1976 e incluso las acciones de ciertos grupos empresarios y de sectores de las fuerzas armadas en los años previos no serían un tiro de gracia de un modelo en decadencia sino, por el contrario, un ataque furibundo a las bases y sostenes de un esquema que tenía la posibilidad de romper con los péndulos y empates hegemónicos de una manera contraria a la que las fuerzas armadas promovieron.

Es decir, en términos estructurales, ¿la dictadura vino a consolidar un cambio de modelo económico que ya estaba en marcha o, por el contrario, vino a promover ese cambio? Las lecturas inmediatamente posteriores al retorno de la democracia, y sobre todo durante la década del noventa, tendieron a suscribir a la primera opción. Incluso quienes hacían lecturas profundamente críticas de las políticas económicas de la dictadura reconocían que el modelo de la ISI estaba agotado. De hecho, la tesis del agotamiento de la ISI ya circulaba académicamente desde los años sesenta, como fenómeno contemporáneo, y algunas de estas tesis encontraron su pretendida confirmación luego de la dictadura. En términos políticos, esta interpretación, de hecho, terminó coadyuvando hacia la minimización de la dimensión económica de la dictadura. No es casual que esta haya tenido éxito en los años noventa, precisamente cuando muchos de los criterios económicos del gobierno militar consiguieron legitimación democrática. Esta tesis, de hecho, sería coherente con el “fin de la historia” de Fukuyama.

Sin embargo, desde el siglo XXI la segunda tesis empezó a tener un poco más de fuerza, no solo a través de interpretaciones teóricas sino también desde nuevas lecturas de los datos disponibles. En el renovado interés por la memoria, los derechos humanos y nuevos análisis de la historia reciente, la economía no fue ajena. En parte como reivindicación del modelo económico previo e incluso de las banderas políticas de quienes lo sustentaban -esto está bastante claro en el discurso político del kirchnerismo-, pero también desde miradas que nunca dejaron de problematizar sus aspectos estructurales, se empezó a poner en duda la certeza del modelo agotado. No es casual, a su vez, que esta tesis pase a tener relevancia de manera simultánea a la denominación, por vastos sectores y también en un debate abierto, de la dictadura como cívico-militar en vez de militar a secas, intentando no solo poner sobre la mesa los aspectos económicos y la existencia de grandes ganadores, sino también, en muchos casos, la complicidad o la directa vinculación de algunos empresarios con los crímenes de lesa humanidad.

Estas líneas no pretenden dar una respuesta acerca de cuál de las dos tesis es correcta a criterio de su autor. No sería pertinente. Como se sostuvo antes, tampoco es el esquema binario el único posible. Lo que vale la pena es reconocer que en el mundo académico existen controversias abiertas, pero sobre todo que estas no son independientes de las lecturas políticas e incluso militantes que se hacen de los fenómenos históricos. En el mes de la memoria, seguimos reclamando verdad y justicia, y también invitamos a nuevas reflexiones sobre nuestra historia reciente y, por qué no, nuestra economía.