Desde que se oficializó la fórmula del Frente de Todos, la gran prensa opositora se abocó con fruición a construir una caricatura según la cual el Presidente de la Nación no sería más que “Albertítere”, un personaje carente de voluntad sometido a las arbitrariedades de la mala de la película, la actual Vicepresidenta.
Como toda falacia que logra éxito de difusión necesita basarse en algún contenido de verdad. Esta verdad es que el Frente de Todos es una alianza heterogénea que consiguió mezclar el agua y el aceite en pos de un objetivo superior: terminar con la tercera experiencia neoliberal de la economía local, que dicho sea de paso ya había comenzado a caer al menos desde abril de 2018 y luego de dos años de fiesta de endeudamiento y una fenomenal crisis externa coronada con el carísimo regreso al respirador artificial del FMI.
Desde el día cero la oposición, concretamente su conducción mediática, trabajó para reeditar una de las estrategias que le permitió ganar raspando las elecciones de 2015: dividir al peronismo. Si bien existe una doctrina justicialista que todo “verdadero peronista” conoce, en el mundo real el peronismo y sus satélites constituyen un aparato de poder que trasciende la ideología de las partes. Es este carácter de labilidad ideológica el que alimentó la heterogeneidad que hoy expresa la coalición.
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Pero atención, esta heterogeneidad no es un hecho nuevo, sino que hace a la esencia histórica del movimiento. Muy pocas veces existieron llamados desde el interior de la fuerza a “sacarse la camiseta de peronistas”. La clave de la unidad siempre fue la existencia de una conducción con un rumbo claro para construir ciclos largos, de más de una década. Esta conducción la ejercieron Perón, Menem y finalmente Néstor y Cristina.
La anomalía del presente es que primero por las inmensas restricciones económicas heredadas y luego por la propia pandemia, se demoró el establecimiento del rumbo unidireccional que alina la heterogeneidad. Y un detalle negativo, buena parte de los propios siguieron funcionando con la lógica pre Frente de Todos, lo que se manifestó en la construcción de pesos y contrapesos al interior de las distintas áreas de gobierno, situación que, hoy se reconoce, afectó la ejecutividad. Otras partes de la fuerza también trabajaron como si lo que predican los medios de comunicación del adversario fuese realmente cierto, algo así como una profecía autocumplida, es decir funcionaron viendo conspiraciones de las parcialidades en todas partes. Los problemas de coordinación en el ejercicio del gobierno llegaron al punto de la coexistencia de visiones encontradas entre los distintos ministerios. La carta post PASO de Cristina Kirchner funcionó como una prueba más del malestar provocado por las divergencias al interior de la coalición. Si se cree en los trascendidos de la prensa, en la semana frenética que siguió al cachetazo electoral hasta llegó a plantearse seriamente la posibilidad de la ruptura del Frente. Afortunadamente prevaleció la cordura y la sangre no llegó al río.
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La nueva realidad post elecciones tiene entonces tres componentes muy potentes, dos heredados y uno nuevo. Los heredados son las restricciones económicas, básicamente la escasez de reservas internacionales/divisas y la falta de unicidad sobre el rumbo productivo. El nuevo es la debilidad política, los 20 puntos del electorado perdidos, aun no definitivos, pero que proyectan un escenario complejo hacia 2023. Dicho de otra manera, a pesar del inicio de la recuperación económica, la fuerte restricción de divisas que amenaza la estabilidad macroeconómica sigue allí y no está unificado el camino para superarla, a lo que se suma una sociedad mayoritariamente enojada con el gobierno.
Frente a este escenario la semana pasada se planteó en este espacio que no existían dos modelos económicos posibles, sino tres (El “péndulo argentino” revisitado: No hay dos modelos, hay tres | El Destape (eldestapeweb.com) ). Sucintamente se definieron dos coaliciones redistributivas, en favor del capital (el neoliberalismo) y en favor de los trabajadores (el nacional popular), y un tercer modelo que asumía las restricciones reales y los problemas consecuentes de pérdida de la función de reserva de valor de la moneda. Si bien se utilizó la analogía del “péndulo” que remite al economista, ingeniero y empresario Marcelo Diamand, quien también analizó en su tiempo los límites del redistribucionismo, debe destacarse que la realidad cambió bastante. Diamand escribía en tiempos de la ISI, cuando se creía que casi todo podía producirse localmente, cuando las escalas medias de la producción y los mercados eran menores y, especialmente, cuando no se habían generalizado ni la financiarización del capitalismo global ni la dolarización de la economía local.
Luego, quienes siguen la línea conspirativa creada por los medios de comunicación opositores leyeron estas distinciones como una suerte de interna interministerial, o de disputa entre la línea de algún ministro y el Instituto Patria, otro clásico mediático, como si quien escribe recibiese algún dictado. No advirtieron en cambio que la verdadera impulsora del tercer modelo era nada menos que la actual conductora del movimiento peronista. Cada vez que habla, sea a través de una carta o discurso, Cristina Kirchner hace “memoria y balance”. Algunas expresiones quedan, como la de “funcionarios que no funcionan”, pero otras más relevantes no logran la misma persistencia, quizá porque se trata de ideas más complejas y no de sentencias. Vale la pena entonces rememorar. Una de sus primeras síntesis a un año del triunfo del Frente de Todos fue la carta del 26 de octubre de 2020. Allí Cristina reseñó tres certezas, de las que aquí interesa la última. Decía la vicepresidenta: “…el problema de la economía bimonetaria que es, sin dudas, el más grave que tiene nuestro país, es de imposible solución sin un acuerdo que abarque al conjunto de los sectores políticos, económicos, mediáticos y sociales de la República Argentina. Nos guste o no nos guste, esa es la realidad y con ella se puede hacer cualquier cosa menos ignorarla.” En los considerandos había explicado la causa de este bimonetarismo: la restricción externa (RE), un problema con el que se habían topado todos los gobiernos cualquiera sea su signo. Nótese además un aspecto fundamental. El problema de la RE es claramente económico, se manifiesta cuando las exportaciones comienzan a no alcanzar para hacer frente a todas las obligaciones en divisas y ello conduce a devaluaciones cíclicas. Sin embargo, la manera de resolverla supone algo más que la mera técnica económica, demanda la construcción de un nuevo consenso político nacional. De nuevo, “un acuerdo que abarque al conjunto de los sectores políticos, económicos, mediáticos y sociales”, es decir necesita que “las grietas” se reduzcan al mínimo, algo que no depende solamente de aquello que Gramsci llamaba la sociedad política, sino también de la sociedad civil.
La síntesis provisoria es que resulta imposible avanzar hacia un modelo productivo que aumente exportaciones y sustituya importaciones, es decir que permita conseguir las divisas necesarias para crecer, si no se logra primero un verdadero consenso social. Se destaca que ese consenso productuivo para el crecimiento implica también una creciente inclusión, la que constituye el único reaseguro para la estabilidad política de largo plazo del modelo. Dicho de otra manera, la conducción ya marcó el rumbo, ahora sólo resta que baje al conjunto de la coalición y se traduzca en la redefinición de políticas. Si no sucede el espiral descendente podría volverse infinito y sus efectos impredecibles.
El dato alentador es que las restricciones del presente en materia de divisas y la probabilidad de obtenerlas son tan fuertes que impiden formalmente los atajos. Los salarios ya son suficientemente bajos en términos de sostenibilidad política como para soportar nuevas devaluaciones, la refinanciación de la deuda con privados no abrió los mercados voluntarios, el nivel de endeudamiento con el FMI vuelve difícil imaginarlo como fuente de nuevo financiamiento, la vía financiera subiendo tasas es limitada para esta etapa, pues podría simplemente volver a generar una masa de títulos que podrían presionar sobre la cotización del dólar. No parece quedar otra vía que salir por el lado de la producción, lo que pensando en el largo plazo es la solución verdadera. Mientras tanto se necesitará mucha política para transitar la transición hacia la recuperación de los niveles de bienestar pre crisis.