Cuando terminen de actuar los jueces, ¿se podrá decir “Cristina Kirchner” en nuestro país?

11 de diciembre, 2022 | 00.05

¿Por qué pocos días después del renunciamiento de Cristina a cualquier candidatura electoral, como resultado exitoso de una persecución antidemocrática, los argentinos y argentinas hablamos casi exclusivamente del Mundial y de la Selección Argentina? La pregunta, así formulada, revela profundamente un tipo de mirada política: a saber, la que declara que en la política se resuelve la vida de los seres humanos, mientras que el fútbol es “solamente un juego”. La respuesta al interrogante es un parteaguas fundamental: separa a los sectores cultos y correctos que se toman “en serio” la política de los que ceden a los impulsos bárbaros que generan las pasiones inferiores. Es una visión del mundo nacida de las élites intelectuales predestinadas a “reflexionar” por cuenta de los intereses colectivos. El caso es que el fútbol puede declarar tranquilamente su condición de símbolo de una época, de una civilización: no hay ningún acontecimiento global que atraiga tanto interés, tanta pasión a escala global como el mundial de fútbol.

Esto último es así porque el fútbol no ha quedado aprisionado en la utopía de fin del siglo XX, la de la lenta extinción de los estados nacionales y su absorción en múltiples formas de asociación regidas -directa o indirectamente- por el intercambio económico. En el fútbol se exhiben banderas y se cantan himnos nacionales: toda una “antigüedad” para los biempensantes neoliberales, toda una traba para el delirante desarrollo de una sociedad global, más injusta socialmente que ninguna era anterior de la civilización humana. Es posible que este “festejo del futbol” pueda ser acusado de liviandad frente al drama argentino -pero también global- de la pobreza masiva, de la opulencia ridícula de un puñado de magnates y de la resignación política a éste que es “el único mundo posible”. El fútbol mantiene la presencia de las naciones. Aun cuando el Mundial se hace en Qatar, un estado cuya mejor definición política nunca podría parecerse a la de “estado nación”. Aun cuando la corrupción mafiosa se haya ido configurando como el rasgo decisivo del organismo que “regula” el fútbol. El juego sobrevive a la financiarización de su propia estructura organizacional, complementaria de su casi inconcebible grado de corrupción. El “fútbol” no es solamente una confluencia de narcotraficantes, lavadores de dinero y especuladores financieros de toda laya. Al fútbol lo sostienen, en el marasmo corrupto que lo rodea, las grandes mayorías globales. No están en las “distinguidas” plateas ni tienen fortunas para gastar en ese festival de mercado en el que el Mundial se ha convertido: lo miran por TV, pero son la carne del fenómeno, su sustancia, aquello que cuando se agote, lo hará de modo simultáneo con todo el ensueño del “negocio del fútbol”.

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Ahora bien, mientras miramos (“embobados” según algunos) nuestro partido con los holandeses, la patria “verdadera”, la que no se sustenta en fanatismos ignorantes sino en una tradición, única y absoluta -todas las fuerzas en lucha consideran como tal a la propia- que sería el único territorio habitable para la política. Pero la política es, como el fútbol, un juego. Es, como el fútbol, la capacidad de construir identidades colectivas a partir de premisas –a veces dudosas y otras directamente sectarias, pero siempre indispensables para los seres humanos. Hoy miramos el Mundial mientras la derecha argentina acaba de consumar un hecho terrible: el del regreso a la proscripción y a la persecución para dirimir las luchas por el poder en el país. Pertenezco a una generación (cada vez soporto menos el uso de la tercera persona en la comunicación política) que conoció a fondo la represión de lo distinto en sus más diversos lenguajes, desde la política revolucionaria hasta el largo de los cabellos masculinos y lo corto de las polleras femeninas. Y fuimos lanzados al territorio incierto, y en este caso finalmente trágico, de la voluntad revolucionaria.

Volvamos al juego. Se ha dicho que el hombre es “homo ludens”; el juego no es un entretenimiento ni una diversión. Es su modo de ser en el mundo, la prueba es que es lo primero que hacemos en nuestra vida. El juego es el átomo fundamental de los seres humanos. Es muy inquietante la afirmación, porque interpretada de modo necio conduce a “quitarle peso” a la vida colectiva, “reducir su importancia”. Lo contrario es pensar nuestro mundo -comenzando por nuestro lenguaje- como una serie de “juegos”. Nuestro mundo hipertecnológico es un resultado- acaso inevitable- de esta hegemonía del juego. Claro que ahí no termina el problema porque una reflexión que se limitara a esta naturaleza lúdica de lo humano conduciría a la aceptación escéptica y nihilista de lo humano.

A mí me toca mirar el Mundial de fútbol desde la Argentina. Lo hago con una pasión que conservo para muy pocas otras cosas. Tengo claro que la política es no “una de esas cosas” sino “la cosa”. Desde ese culposo lugar, que me coloca en el lugar del militante y no del sabio, ni siquiera, en el de “intelectual”, es que sostengo que el Mundial no termina con la enorme tensión en la que está nuestro país. Cuando terminen de actuar los jueces, ¿se podrá decir “Cristina Kirchner” en nuestro país? Se podrá defender la opinión de que Néstor y Cristina fueron, son y serán personajes que formarán parte de la mejor historia de este siglo en nuestro país. La política es, desde luego, un juego. Como tal, tiene sus reglas. La democracia es el sistema de reglas más avanzado que hemos construido los humanos. Claro que eso no equivale a la rendición de fidelidades religiosas a la democracia realmente existente. Supone la subordinación de la política democrática a valores humanos distintos de los de la acumulación capitalista. A incorporar la compasión como una parte central del reglamento del juego político. Sin la compasión el juego de la política carece de reglas que la hagan viable. Tarde o temprano los regímenes injustos encuentran su límite. Acaso nunca encontremos el “régimen justo”, pero la política es, entre todos los juegos, el que tiene que poner en discusión ese objetivo y legitimarse por la aptitud para defenderlo.

Termino este comentario porque ya llegó el tiempo de mirar los partidos del Mundial. Lo termino diciendo que este campeonato nos encuentra a lxs argentinxs en un momento crucial de nuestra historia. Estamos discutiendo nuestras reglas para seguir jugando el juego de la política. Estamos defendiendo la libertad política. Estamos discutiendo si un grupo de personas muy acaudaladas y muy protegidas por una interpretación grotesca de nuestra Constitución seguirá acumulando poder hasta convertirse en la clave central del orden conservador e injusto. Y, por último, si estamos dispuestos a comprender la política como un juego, hagamos lo posible para comprender su complejidad, para no reducirla a un manual de instrucciones, sea quienes sean las voces inspiradoras que puedan colaborar con nosotros. El juego de la política exige inteligencia, habilidad, reconocimiento de contradicciones, disposición a transgredir nuestras propias certezas.