La economía local, como tantas veces en su historia, vuelve a estar sometida a fuertes presiones devaluatorias. La diferencia del presente es que existe una completa unanimidad en el equipo económico en que se evitará a toda costa una devaluación. A diferencia del mensaje que diariamente machaca la gran prensa porteña, en el área económica del gobierno, como en cualquier grupo heterogéneo, existe debate, pero ninguna fisura. Hay unanimidad de diagnóstico y un completo acuerdo con las medidas tomadas y con las que llegarán en los próximos días. Y si bien por razones obvias nadie lo dice en voz alta, también hay autocrítica con las velocidades de implementación, aunque las demoras se atribuyen íntegramente a la pandemia.
La afirmación sobre el cerrado rechazo a la salida devaluatoria requiere algunas precisiones. No devaluar significa concretamente evitar saltos devaluatorios, porque lo que si ocurre es que el precio del dólar oficial acompaña por atrás a la inflación, es decir se evita la revaluación. Por eso la actual coyuntura es atípica. En primer lugar porque no existe “atraso cambiario”, es decir el dólar no está barato para los exportadores. Luego porque existió en lo que va del año un superávit comercial de casi 11.000 millones de dólares, a lo que se agrega que no hay salida de divisas por turismo (tampoco entrada, pero siempre hubo déficit sectorial). Luego, la renegociación de la deuda logró posponer vencimientos. Estos pocos elementos son los que hoy definen el panorama de la “oferta” de divisas.
Por el lado de la demanda el escenario es más complejo. La existencia de la llamada brecha cambiaria –las diferencias de cotización entre los distintos dólares oficiales y paralelos– que en teoría reflejan las expectativas de devaluación de los agentes económicos, “aka” “el mercado”, funcionó como incentivo para la compra de dólar ahorro, provocó que buena parte de dólares devengados por el superávit comercial no entraron al sistema e impulsó a que muchas empresas utilicen el acceso al dólar oficial tanto para adelantar pagos de deuda en divisas como para prefinanciar exportaciones. Se trata de conductas esperables cuando existe una brecha cambiaria significativa y fueron el motivo de las mayores restricciones establecidas por el Banco Central, medidas que la prensa concentrada se apuró a calificar como “súper cepo”.
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Algunas decisiones gubernamentales también sumaron a la demanda de divisas. Por un lado se siguió pagando deuda durante todo el período de renegociación, alrededor de 4.500 millones de dólares. Luego la correcta decisión de no defaualtear la deuda en pesos, con miras a dar certidumbre para la creación de un mercado creíble en moneda local, tuvo como contrapartida un montón de fondos de inversión intentando transformar esos pesos en dólares vía contado con liquidación (CCL), lo que funcionó como un amplificador de la brecha. Otra vez, no se trata de especuladores malos, sino de saber que las decisiones económicas tienen efectos no siempre deseados. Esto último explica también las recientes restricciones a la operación de no residentes en el CCL. Otro factor que influyó en la demanda de divisas, por la vía del incentivo del “rulo”, fue el pago del IFE a 9 millones de personas, tarea que, ayudada por la pandemia, se encuentra digitalizada.
La conclusión es evidente, los dólares generados no alcanzaron para satisfacer la demanda extraordinaria heredada por el endeudamiento macrista y algunos errores propios. Pero el presente continuo en el que trabajan los medios de comunicación ultraopositores no debe hacer perder de vista que todavía se está resolviendo la tremenda herencia recibida y, como si fuese poco, en un contexto de pandemia. El resultad fue la imposibilidad de transformar al menos una parte del superávit comercial en aumento de reservas.
En el equipo económico saben que las restricciones cambiarias no son una situación deseable. No hay un solo funcionario de primera línea “enamorado del cepo”. Se reconoce que es una barrera a la salida de divisas, hoy indispensable, pero también a la entrada. Hay aprendizaje de la etapa pre 2015. Pero con megadeuda y devaluación, como procedió el primer ministro de Economía macrista Alfonso Prat-Gay, sale cualquiera, “sacarse el sombrero” al margen. De lo que se trata esta vez es de una salida paulatina sin devaluar avanzando despacio hacia una unificación cambiaria sustentada en la generación de dólares genuinos a mediano plazo y sin descartar un shock de oferta de dólares en el corto en caso de ser necesario.
Sobre los dólares de mediano plazo las fichas están puestas en las transformaciones productivas, es decir en todos los planes del ministerio de Producción para aumentar exportaciones y sustituir importaciones, incluidas las de servicios que promocionará la demorada ley de software. Los funcionarios creen que la pandemia retrasó claramente el avance de este proceso. En plazos más cortos se esperan acuerdos con exportadores para acelerar liquidaciones, proceso que se encuentra en etapa de relevamiento. La idea no suena bien, pero parece haber claridad que en la coyuntura es más importante el aporte de divisas que la dimensión fiscal. También se sugiere que habrá sorpresas en materia de nueva IED (Inversión Extranjera Directa), que entraría al tipo de cambio del CCL, lo que dado el contexto global suena más a expresión de deseos, salvo que exista alguna carta que los funcionarios por ahora no muestran. Si todo esto fallase, existe el reaseguro del swap de monedas con China que permitiría una oferta de dólares rápida. No se descarta incluso la posibilidad de algún REPRO con consorcios de bancos del exterior. Dicho de otra manera, los instrumentos para no devaluar existen y están sobre la mesa.
Vale insistir que un salto devaluatorio sería en el presente catastrófico. Los números del parate de la pandemia incluidos en los datos de la EPH (Encuesta Permanente de Hogares) del segundo trimestre difundidos esta semana por el INDEC (que en rigor relevan a mes vencido, es decir que corresponden a la foto marzo-mayo) mostraron, para los principales 31 aglomerados urbanos, 2,5 millones de nuevos desocupados, el grueso perteneciente al sector informal. Si a ello se le suman los datos de caída y concentración del ingreso se tiene una proyección de la indigencia al 16 por ciento y de la pobreza al 47 por ciento (que se reducirá al 41 para el semestre). Los números exactos se conocerán esta semana. Devaluar significa en la práctica caída de ingresos y por lo tanto del consumo y la actividad en un marco de inestabilidad macroeconómica. No se trata de asustar, pero imagine el lector el escenario si a una pobreza que alcanza a casi 1 de cada 2 habitantes se le agrega más caída de los ingresos y más recesión. Parece claro que desactivar la bomba dejada por el macrismo, sumado al inesperado e imprevisible contexto de la pandemia, no será tarea fácil. Lo único evidente es el error que debe evitarse a toda costa. Una devaluación desordenada pondría en riesgo la continuidad misma del gobierno, especialmente con una oposición político-judicial-mediática destituyente y furiosa.