La frustrada transición energética europea en el marco del conflicto en Ucrania

La preocupación por un crudo invierno hizo tambalear muy rápidamente muchos de los compromisos de los países de ese continente con la transición energética, acordada tanto dentro de la Unión Europea como en el marco de cumbres mundiales contra el cambio climático. 

05 de agosto, 2022 | 00.05

Europa apaga las luces de los edificios públicos y las vidrieras. Por todos lados se anuncia un crudo invierno a raíz de la crisis del suministro del gas, causada por el conflicto entre Ucrania y Rusia, principal proveedor energético del viejo continente. La llamada “transición energética” es un campo de disputa que se aceleró en el escenario de la pospandemia.

Hasta febrero de este año, Rusia era la responsable de más del 40% del suministro de gas a la Unión Europea. El Bank of América, en un informe recientemente publicado, advirtió que “la situación del gas en Europa está pasando de un escenario 'malo' a un escenario 'feo' en el último mes”, asegurando que el Kremlin utiliza el combustible como un arma geopolítica, para golpear a sus adversarios. Así, en los últimos seis meses, Rusia redujo en un 31% sus exportaciones de gas a los países europeos, redireccionándolas hacia China e India, en medio de un paquete de sanciones unilaterales con las que el poder atlantista procuraba disciplinar económicamente a Moscú.

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En este contexto, llamó la atención un spot ruso difundido en Europa. En medio de imágenes sugestivas, Moscú invita a disfrutar de las múltiples bellezas culturales y arquitectónicas de Rusia, su inclusión cultural, su prosperidad productiva, su energía barata y “una economía que resiste todo tipo de sanciones”. Sin embargo, lo sugestivo llega en su remate final: “No te demores, Winter is coming”, recordando la famosa frase de la serie “Juego de Tronos”.

La tensión geopolítica producto de la guerra en Ucrania, golpea directamente en el corazón de Europa, y pone en jaque las apuestas de la fracción franco-alemana, que había direccionado sus inversiones hacia las “energías limpias”, en una alianza táctica con Rusia, quien a través del Nord Stream resolvería las demandas energéticas de Europa. Con la guerra, desde la OTAN se ejerció suficiente presión como para que esa integración energética se rompa, afectando directamente el suministro de gas de Europa, particularmente de Francia y Alemania.

En un rotundo retroceso respecto de los objetivos planteados al inicio del gobierno tripartito entre Socialdemócratas, Verdes y Liberales, Alemania debió autorizar, a mediados del mes pasado, que las centrales eléctricas de hulla (un tipo de carbón) de la llamada reserva de red, vuelvan a funcionar para ahorrar gas natural. Al mismo tiempo que convocó a la población a apagar luces, tomar duchas cortas o muy espaciadas y a usar la bicicleta en vez del auto, entre otras medidas ciudadanas que se suman a las implementadas en el sector público y comercial. 

Pero ¿es realmente el conflicto bélico el responsable de las demoras hacia la aclamada transición energética global? Y para ir más allá, ¿es tan aclamada como parece la transición energética a nivel global?

La transición energética, un proceso que se encuentra en disputa

Para responder estas preguntas, hay tres verdades que es necesario remarcar: de acuerdo con Naciones Unidas, los combustibles fósiles comprenden el 80% de la demanda actual de energía primaria a nivel mundial y el sistema energético es la fuente de aproximadamente dos tercios de las emisiones globales de CO2. Por otro lado, las reservas de tales recursos son finitas. Gran parte de la matriz productiva a nivel global, aún depende fuertemente de la energía fósil. 

En la última cumbre sobre el Clima de Naciones Unidas, unos 200 países definieron de manera inédita en el acuerdo final, que el carbón es el principal causante del calentamiento global y alentaron -en un acuerdo no vinculante- a tomar medidas “más estrictas” para la reducción de su uso. Sin embargo, los últimos datos que arrojó el informe de la Agencia Internacional de Energía, muestran no sólo la vigencia sino el aumento, en 2021, del uso del carbón.

De acuerdo con el estudio, “el consumo mundial de carbón en 2021 se recuperó un 5,8 % a 7.947 millones de toneladas (Mt), ya que la economía mundial se recuperó del impacto inicial de la pandemia de COVID y los precios más altos del gas natural impulsaron un cambio hacia la generación de energía a base de carbón.  

El 21 de junio Ursula Von Der Leyen, jefa de la Comisión Europea, expresó: “Tenemos que asegurarnos de que usamos esta crisis para avanzar y no retroceder en los combustibles fósiles sucios”. “Es una línea muy fina y no se determina si vamos a tomar el camino correcto”.

La decisión de avanzar hacia un proceso de transición energética quedó expresada durante la COP 26, donde unas 450 organizaciones financieras, que entre ellas controlan US$130 billones, acordaron respaldar la tecnología "limpia", como las energías renovables, y financiamiento directo para quienes se alejen de las industrias de combustibles fósiles. Nos arriesgamos a decir que es probable que haya en sus intenciones algo más que filantropía.

El tránsito hacia la energía limpia demandará como insumo otro tipo de recursos naturales, principalmente minerales. Ello permite suponer que el modelo de explotación en auge será la megaminería y que se intensificarán los conflictos por la apropiación de estos recursos, en los territorios que los poseen.

La Comisión Europea presentó en mayo de este año, un plan por unos 214.000 millones de dólares para acelerar la transición hacia las energías renovables y el ahorro energético, buscando romper “lo más rápido posible" su dependencia de las importaciones de gas ruso. Pero el conflicto, en el caso de Alemania, los obligó a volver al carbón, y además, puso en jaque la promesa del abandono progresivo a la energía nuclear, una tensión que ya existía entre el gobierno y los movimientos ambientalistas.

Así, la llamada “transición energética” se pone en los primeros lugares de la agenda pública mundial al calor de las tensiones bélicas europeas, donde la necesidad inmediata de energía pareciera imponerse sobre la visión estratégica de apostar a nuevos modelos productivos, para no quedarse afuera de la disputa por el nuevo orden mundial, en la cual Estados Unidos y China llevan enorme ventaja.

Una matriz energética sustentable, diversificada y accesible

Ahora bien, además de existir un conjunto de actores económicos y políticos que impulsan la transición energética por los beneficios que ella significa a sus intereses corporativos, el cambio climático representa un problema real, palpable, y preocupante: olas de calor, incendios, derretimiento de los cascos polares, desertificación, y otros acontecimientos que podrían resultar en una catástrofe humanitaria.

Esto permite deducir que, más allá de los conflictos bélicos y los factores que puedan retardar ese proceso, el tránsito hacia una nueva matriz productiva será inevitable y urgente para la supervivencia de la especie. Es probable, en este contexto, que las energías limpias logren imponerse, pero no necesariamente a fuerza de un modelo de producción y distribución de la riqueza más justo, ni contemplando el cuidado del ambiente, sino de la mano de una aristocracia financiera y tecnológica conduciendo el proceso de digitalización de la economía.

Encontramos aquí un punto de inflexión. La era digital demanda y demandará una infraestructura energética desde donde sostenerse, pero a su vez nuestra sociedad nos exige cada vez más una industria descarbonizada y sustentable con plena conciencia sobre sus implicancias ante el cambio climático. Pero las energías renovables, que representan hoy una quimera tanto para la Europa que se encuentra a oscuras, como para quienes bregan por la continuidad de la existencia humana, no ofrecen por sí solas un modelo de inclusión para las grandes mayorías que, como correlato del proceso sostenido de concentración de riqueza a nivel mundial, van quedando fuera del sistema.

De igual manera, la energía nuclear puede tomar relevancia tanto para el sostenimiento de la infraestructura de la economía digital, como para la descarbonización de las matrices energéticas. La nucleoelectricidad, en la denominada “transición energética”, no emite dióxido de carbono y es de generación constante. De igual manera, la construcción de nuevas centrales, especialmente de las nuevas generaciones, permiten tener un impacto y beneficios socioeconómicos a corto, mediano y largo plazo, especialmente a través de la cantidad de puestos de trabajo generados, que implican un alto componente de investigación científica y el desarrollo tecnológico (I+D).

Se presenta, así, la necesidad de bregar por modelos productivos que contemplen la explotación de los recursos naturales de manera sustentable, diversificando la matriz energética, en beneficio de la producción nacional y regional, que sea accesible a las grandes mayorías y no direccionadas para la apropiación y negocio de los grandes capitales transnacionalizados.