Este lunes, el Gobierno alemán confirmó que está listo para promover un embargo de la Unión Europea (UE) sobre el petróleo ruso. Tal decisión señaló la intención de ir caminando una desconexión paulatina entre el corazón industrial, económico y político europeo y la provisión energética de Moscú. Las exportaciones de energía rusas, la mayor fuente de ingresos del país euroasiático, habían estado exentas de las sanciones europeas por el conflicto abierto en Ucrania. Kiev afirmó en reiteradas oportunidades que esa contradicción significa que los países europeos están financiando el esfuerzo de guerra de Moscú, enviando cientos de millones de euros todos los días.
Ahora Berlín responde y actúa bajo el objetivo de prescindir completamente de la energía rusa. Pretende realizar un corte total de la provisión de carbón y petróleo antes de fin de año, mientras que, por la enorme dependencia, el gobierno reconoció que no podrían realizar lo mismo con el gas antes de mediados de 2024, pese a que aumentó las importaciones de sustitutos como Noruega y los Países Bajos, y ya planifica la construcción de nuevas terminales de Gas Natural Licuado (GNL).
Por supuesto, las decisiones actuales no implican un gran impacto sobre la economía de Rusia. Hasta el momento, la UE sólo prohibió las importaciones de carbón, que restaron potencialmente 4.000 millones de euros anuales a las arcas rusas, que siguen recibiendo 800 millones diarios por la venta de gas y petróleo. Sin embargo, cuando Rusia lanzó su “operación militar especial” sobre Ucrania, Berlín importaba el 35% del petróleo que necesita Alemania de Rusia; ahora la proporción se sitúa en el 12%. Lo mismo ha sucedido con el gas, que ha descendido del 55% al 35%.
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La decisión alemana debilita las posiciones de otros países con una alta dependencia de la energía rusa, como Italia, Austria, Grecia o Eslovaquia. Incluso puede forzar a Hungría, un aliado de Moscú, a aceptar las sanciones contra Rusia. Es también una respuesta al corte del gas que Moscú ha impuesto a Polonia y Bulgaria por no pagar en rublos, la medida que impulsó Putin para contrarrestar las sanciones, particularmente en el arco financiero, con las desconexiones selectivas de los bancos rusos al sistema global de comunicaciones interbancarias SWIFT.
El conflicto en Ucrania es un capítulo más de la guerra económica mundial
La trayectoria del conflicto geopolítico en “Ucrania” dirá si el actual premier alemán, Olaf Scholz, ha emprendido un giro definitivo a la política desarrollada paulatinamente por su predecesora, Ángela Merkel, canciller entre 2005 y 2021. Aún con equilibrios, dificultades y contradicciones, Merkel intentó desplegar la Unión Europea como proyecto estratégico, con márgenes de autonomía crecientes respecto de los dictados del capitalismo angloamericano, con más decisión desde la consolidación del BREXIT y la gestión trumpista en la Casa Blanca.
La propuesta multilateralista de Joe Biden, desde el G7, la iniciativa económica global “B3W” (Build Back Better World, “reconstruir un mundo mejor”) y los acuerdos de provisión de Gas Natural Licuado (GNL) hacia Europa, han logrado reencausar a la conducción del viejo continente hacia una política “atlantista”, disipando los viejos temores de una Europa integrada hacia el este, es decir, articulada en la energía de Rusia, la complementación industrial con China y la iniciativa “BRI” (Belt and Road Initiative, “Ruta de la Seda”). La reciente reelección de Emmanuel Macrón como presidente de Francia, un hombre de la banca globalista Rothschild, impulsa todo en el mismo sentido.
En este contexto, las sanciones europeas hacia Rusia han sido también, en un primer momento, duras auto-sanciones. “La guerra financiera crea daños colaterales, y daños a los colaterales”, señaló una editorial del diario británico (y globalista) Financial Times. “Las sanciones de Tit-for-tat [ojo por ojo] podrían interrumpir el suministro de níquel de Rusia, el tercer productor mundial. Los precios del metal, un ingrediente vital en las baterías y el acero, se duplicaron con creces hasta superar los 100.000 dólares por tonelada” (FT, 08/03/2022).
Al ritmo de las balas en suelo ucraniano se calienta la guerra por el manejo de la economía mundial, con un aumento general de los precios de los productos básicos, que aumentaron, luego de que se desatara el conflicto en Ucrania a fines de febrero, a un ritmo cercano al más rápido desde hace más de medio siglo. Los precios del petróleo subieron a inicios de marzo a casi 120 dólares el barril, el nivel más alto desde 2012, mientras que los precios del trigo han subido alrededor del 50% desde el inicio de las operaciones militares rusas.
También es probable que empiecen a escasear otras materias primas en las que las exportaciones rusas y/o ucranianas constituyen una gran parte del suministro mundial, como el gas neón, empleado en la producción de semiconductores, el paladio, utilizado en la fabricación de partes de automóviles, o la potasa, un componente central de los fertilizantes, donde la sancionada Bielorrusia, principal aliado de Rusia en la guerra, es uno de los mayores productores mundiales.
A las tensiones financieras y económicas por la pandemia se suman ahora estos aumentos generales de precios, producto de la guerra en Ucrania, que impactan de lleno en los bolsillos de las y los trabajadores, particularmente en países donde el nivel de vida ya está bajo presión, como en Argentina.
Todos los datos son alarmantes. El aumento de los “precios básicos” de la economía, que determinan la estructura de costos de la vida de 7.000 millones de seres humanos, pujan en alza. Recientemente Oxfam estimó que el aumento de los precios mundiales llevará a la pobreza extrema a otros 65 millones de personas, unos 263 millones de personas en total, “lo que equivale a la población conjunta del Reino Unido, Francia, Alemania y España” (Telam, 12/04/2022). Por su parte, el Banco Mundial, advirtió que “por cada punto porcentual de aumento en los precios de los alimentos se espera que 10 millones de nuevas personas caigan en la pobreza extrema” (Página/12, 13/04/2022).
El negocio de la guerra
El negocio de la guerra siempre ha resultado muy lucrativo para el establishment angloamericano. El 25 de marzo, desde Bruselas, la capital europea, donde se encontraba de visita, Joe Biden anunció que Estados Unidos suministrará a la UE al menos 15.000 millones de metros cúbicos adicionales de Gas Natural Licuado (GNL). Mientras sellaba ese acuerdo económico, Biden afirmó que “nos estamos uniendo para reducir la dependencia de Europa de la energía de Rusia. No deberíamos subvencionar el brutal ataque de Vladimir Putin contra Ucrania”. El altruismo estadounidense, sin embargo, tiene límites estructurales, particularmente para los países de Europa del Este, altamente dependientes del gas ruso, cuyas terminales de GNL ya funcionan al límite de su capacidad.
El escenario de Ucrania es un negocio que, de postre, tampoco exige lamentar ante la gran prensa atlantista cuántas “bajas” hay, dado que no participan las “tropas propias”. Eso es algo aprovechado por Lloyd Austin, el secretario (ministro) de defensa estadounidense, un general que fungió como comandante del poderoso USCENTCOM (Comando Conjunto de Medio Oriente de las Fuerzas Armadas estadounidenses) y luego de retirado se incorporó a los consejos de administración de Raytheon Technologies, la principal contratista del Pentágono, en una dinámica que puede funcionar a dos lados del mostrador sin ruborizar a nadie.
El pasado 26 de abril, Austin presidió, junto al secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, una cumbre de 43 ministros de defensa en la base militar estadounidense de Ramstein, Alemania. El objetivo del encuentro fue fijar nuevas ayudas militares a Ucrania en la guerra contra Rusia. Tras semanas de presión, Berlín accedió también a enviar armamento pesado a Kiev, algo que consolida el “giro” de Alemania hacia una política atlantista.
“Tuvimos conversaciones cálidas, francas y productivas con el presidente Zelensky y su equipo sobre las ayudas que se han proporcionado a Ucrania y las que ahora necesita; así como de los recursos que podría requerir a medida que la guerra avanza al Dombás y al sur. Vamos a seguir moviendo cielo y tierra para poder cumplirlas”, dijo el titular del Pentágono, Lloyd Austin, al abrir la reunión.
Alemania, el grueso de la Unión Europea y los Estados Unidos, parecieran desoír las advertencias rusas de que el conflicto puede agravarse, para lo que invita persistentemente en abrir canales de negociación. “No consideramos que estemos en estado de guerra con la OTAN. Lamentablemente, existe la sensación de que la OTAN cree que sí está en guerra con Rusia”, afirmó Serguei Lavrov, el canciller de Rusia, el 29 de abril, tres días después de la provocativa Cumbre de Ramstein.
El “giro” atlantista de Alemania (y la UE), con la desconexión energética de Rusia y la asistencia con armamento pesado a Kiev, parecieran terminar de delinear los contornos definitivos de un conflicto en Ucrania que se extenderá en el tiempo. Con el aumento de los precios básicos de la economía mundial, esta prolongación del conflicto, luego del duro crack económico de la pandemia del Covid-19, cae en perjuicio de los pueblos del mundo. Exigir la paz es, entonces, también un acto en defensa propia.