La cumbre del G20, que tuvo lugar en nuestro país hace un par de semanas, nos dejó frente a un fin de año que empieza a calentarse: cajas navideñas un 120% más caras que en 2015, una inflación a octubre del 46% interanual, tarifazos que se acumulan y llegan a niveles desorbitantes del 217% en el transporte público, 512% en agua, 747% en gas y 1644% en electricidad. Y quizás lo más duro: una caída del 12% en la producción industrial, la más profunda de los últimos 16 años.
Y la gran pregunta es cómo, a pesar de estos números acompañados por el desempleo y cierre de empresas y fábricas, Argentina forma parte del grupo de las 20 economías más importante del mundo. Claramente estamos sobrerrepresentados en “el principal foro internacional para la cooperación económica, financiera y política”, el cual explica el 85% del producto mundial, el 75% de las transacciones comercio global y 66% de la población total de nuestro planeta, por solo nombrar algunos datos. Se puede decir entonces, sin temor a equivocarnos, que este es un foro de importancia superlativa para nuestro país y para el mundo, pero la clave está en la dirección que toma el G20 frente a la economía mundial y, sin lugar a dudas, en la política nacional.
El G20 es, entonces, el escenario de las principales confrontaciones entre potencias que pugnan por apoderarse de una mayor porción de recursos, teniendo hoy en primera plana la confrontación comercial entre las dos potencias en lucha: Estados Unidos y China. ¿Dónde queda Argentina en todo ésto? Desde el Gobierno nacional quisieron -y quieren- mostrar que la realización de dicho Foro fue “un paso más del proceso de inserción de Argentina en el mundo” y, a su vez, una muestra explícita del apoyo de las potencias mundiales al Gobierno nacional y a sus políticas públicas en general. Algo de eso hubo, pero vamos por parte.
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Por un lado, hubo vecinos y vecinas de la Ciudad de Buenos Aires que vieron reducida su movilidad por el desconcertante operativo de seguridad. Por otro, algunos más radicalizados decidieron manifestarse, con escaso acompañamiento, en contra del G20. Pero en el imaginario colectivo, reconozcámoslo, quedó el relato de que Argentina puede alojar grandes eventos internacionales, a pesar de que Superclásico se terminó jugando en el estadio del Real Madrid.
Pero vamos un poco más a lo real, lo que se discutió en la cumbre. El país anfitrión tiene la facultad de elegir tres ejes directrices para el Foro. El gobierno de Macri escogió: mejorar el sistema educativo para capacitar a las personas para los desafíos tecnológicos del trabajo en el siglo XXI, potenciar la inversión en infraestructura para promover el desarrollo y mejorar la productividad de los suelos para lograr un futuro alimentario sostenible. Títulos que suenan realmente interesante. Pero no se planteó cómo capacitar a nuestras futuras generaciones recortando el sueldo a los y las docentes, sin destinar recursos para la reforma edilicia de nuestras escuelas ni el repartir computadoras de Conectar Igualdad. O cómo potenciar la inversión con un presupuesto cuyo objetivo supremo es el déficit cero y recorta transferencia a las provincias para obra en infraestructuras, por ejemplo. Ni hablar de la hipocresía de hablar de futuro alimentario sostenible sin hablar de soberanía alimentaria. En fin, una gran vidriera con maniquíes, en lugar de ser una foto con personas de carne y hueso.
Ésto lo decimos a sabiendas que, hace simplemente unos años, los países de Sudamérica plantearon en el G20 una agenda completa y regional, pujando por la necesidad de políticas contracíclicas para enfrentar la crisis mundial, por la reforma de los organismos financieros internacionales, por la lucha contra las guaridas fiscales, por un sistema de comercio multilateral balanceado que garantice a los países en desarrollo sus legítimos espacios de política, por políticas de protección laboral e inclusión social,por políticas de endeudamiento soberano sustentables… y la lista sigue. Lejos se estuvo de eso.
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Una política exterior autónoma y soberana implica que el rol de nuestro país sea representar a la región en conjunto, parándose principalmente sobre la alianza estratégica económica y comercial entre Brasil y Argentina, para posicionar y potenciar en conjunto los ámbitos de organización supranacionales locales, como Mercosur en particular, pero también -como fue en otra época- la Unasur y CELAC. Así, lograr articular y conjugar con los países de región posiciones similares y de agenda local para acudir a los foros internacionales, logrando, de esta forma, que no se prediquen (y apliquen) solamente las necesidades de las potencias desarrolladas, que le otorgan a Latinoamérica el rol de proveedora de materias primas en la división internacional del trabajo actual.
Una política internacional con perspectiva nacional implica hacer acuerdos para mejorar la producción nacional, la competitividad de nuestras empresas y la creación de trabajo argentino.
Argentina tiene una importancia vital para el mundo por las materias primas que produce (y por la calidad de ellas), y está inserto en la región más desigual del mundo. A su vez tiene un gran problema: nuestro país es hoy dependiente del financiamiento externo, y este está sujeto a los vaivenes de los mayores especuladores del mundo. Después del 2008, el G20 se propuso crear reglas para limitar las crisis financieras internacionales, pero hoy lejos estamos de ese escenario. Nuestro país podría llegar en el 2021 a generar una crisis de deuda externa si no se llegan a nuevos acuerdos internacionales que garanticen el financiamiento de países emergentes como el nuestro.
Necesitamos de forma imperiosa volver a la agenda de la regulación del sistema financiero internacional, de la producción, volver a la agenda del desarrollo, a la agenda del trabajo. El G20 es una buena herramienta para una agenda de desarrollo, pero para eso necesitamos un Gobierno nacional que esté dispuesto a servir los intereses de las mayorías y que ponga a la economía al servicio de la sociedad. No sirven las cenas de gala ni las alfombras rojas si las personas no pueden soñar su propio futuro en nuestro país. Al diciembre caliente, de angustia, de desesperación, sólo lo podremos sobrellevar con una propuesta política real. Esa alternativa al gobierno de Macri será aquella que pueda devolver a los argentinos y argentinas la posibilidad de proyectar sus vidas, pensando en un país que se desarrolla. Pero para hacerlo efectivo, es indispensable entender el escenario geopolítico, necesitamos generar nuevas alianzas y sacar ventaja de un G20 que vuelva a buscar la gobernanza política frente al capitalismo financiero internacional.
Nota escrita con la colaboración de Esteban Tarditti, maestrando en economía política e integrante del espacio político Buenos Aires 3D.
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