La recurrencia a identificaciones ideológicas con claro origen eurocéntrico, simplifican la expresión de preferencias o posicionamientos políticos, pero el sentido polisémico que poseen términos como izquierdas y derechas puede resultar engañoso para interpretar los procesos nacionales y populares que viven países como la Argentina.
Una construcción de sentidos que pierde vigencia
En el imaginario político y con frecuencia sin ahondar demasiado en su correspondencia con la realidad, se apela a una dicotomía que por su solo enunciado pareciera estar brindándonos una clara definición de una bipolaridad. Pero cuyas expresiones concretas, tornan difícil discernir la identificación en una y otra categoría.
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Es cierto que, a primera vista y por economía de lenguaje, podría coincidirse en que cuando se hacen referencias a las izquierdas nos representamos ideas progresistas mientras que, cuando aludimos a las derechas, pensamos en ideas reaccionarias o conservadoras.
Ahora bien, el problema surge luego al materializar esas primeras impresiones en función de las personas, agrupaciones, partidos o movimientos que se enrolan –o enrolamos- en alguno de esos universos.
Especialmente con los que se manifiestan como izquierdas, en tanto son los que efectivamente se asumen como con esa orientación ideológica. Lo que en general no ocurre con su contracara, pues rara vez se admiten de derecha sino que se presentan como parte de un -anodino- centro que a su vez suele adjetivarse -para mayor confusión- como centroizquierda o centroderecha, o se exhiben como liberales, republicanos, demócratas u otros eufemismos que disimulen aquella orientación.
El tema es cuánta vigencia –si es que alguna vez la tuvo para países como el nuestro- cabe considerar mantienen categorías semejantes, para explicar y entender los posicionamientos político-ideológicos de los sectores que confrontan ideas, conductas y prácticas. Y en cualquier caso, si resultan útiles para hacer clasificaciones o denotar diferenciaciones relevantes.
Las clasificaciones, en cualquier terreno, importan más por su utilidad para establecer distinciones que en orden a la calificación (positiva o negativa, exacta o inexacta, apropiada o no) que, subjetivamente, puedan merecernos.
Una historicidad que orienta
Son conocidos algunos antecedentes con los que se explican esas denominaciones, entre los más difundidos está el referido a la Asamblea Nacional en Francia en el año 1789, por la ubicación que ocuparon los diputados a derecha e izquierda de quien la presidía.
Los partidarios del veto real (representantes del clero y la nobleza) situados a la derecha y los que se oponían (mayoritariamente pertenecientes al Tercer Estado, uno de los tres estamentos del Antiguo Régimen, representación de los sectores populares, los no privilegiados) a la izquierda, durante el debate acerca de las facultades que se reconocerían al monarca con relación al poder popular en la futura Constitución.
Menos conocido, me lo señalaba mi hijo Facundo en estos días, es el caso de Pedro Abelardo (1079-1142) que con apenas veinte años desafía a su maestro Guillermo de Champeaux (filósofo conocido y muy respetado en esa época) y lo vence rotundamente. Pero que como consecuencia de ello es expulsado de su Cátedra, palabra que en latín (Cathedra) significa silla, y era en donde se sentaba el Maestro de una doctrina que, desde ese lugar, la impartía a sus seguidores que escuchaban su palabra sentados en el suelo.
Luego Abelardo retorna a París, funda su propia Escuela -principio de la que sería una gloria universitaria sin par- e instala su Cathedra en el margen izquierdo del rio Sena, siendo seguido por aquellos que antes estudiaban con Champeaux, quien entonces sin discípulos decide abandonar la enseñanza. Es así que el lado izquierdo, esa margen del río, es consagrado como el que expresa una disidencia o la proyecta como lo nuevo y de avanzada en oposición al viejo pensamiento.
En Europa en el siglo XIX diferentes corrientes y doctrinas (socialistas, comunistas, anarquistas) manifiestan ser la expresión de la “izquierda” y se proyectan con un sentido universal. Aunque, lejos de configurar cada una de ellas una unicidad, se exhiben a través de múltiples organizaciones en más de un caso sin reconocimientos mutuos de tal identidad.
¿Qué lugar se atribuye Europa?
La historia de Europa, que abreva en una concepción de centralidad que hasta se representa de ese modo -sin una razón geográfica, sino política- en el diseño del planisferio mundial (la Tierra expresada en un plano), es rica en apropiaciones y consiguientes negaciones de su origen ajeno.
En el campo de las ideas tiene múltiples manifestaciones, como al presentar la cultura greco-romana con carácter fundacional de Occidente soslayando la influencia determinante de Oriente y del mundo árabe particularmente. O al resumir nada menos que quince siglos de una vasta y riquísima historia bajo la inexpresiva denominación de Edad Media, desechando los múltiples aportes que en todos los ámbitos y desde diferentes puntos del Orbe nutrieron a la Modernidad.
También, erigiendo a la Revolución Francesa como el inicio de la concepción republicana y democrática del Estado, eludiendo referir la incidencia del proceso independentista de las colonias de Norteamérica que la precediera (triunfante en 1776). Como soslayando la supervivencia hasta nuestros días de numerosas –como anacrónicas- monarquías en suelo europeo, o la brutal –depredadora y despiadada- política colonial que la ha caracterizado y se mantiene, con otro ropaje, hasta la actualidad, que poco se condice con la declamada libertad, igualdad y fraternidad.
Planteándose como precursora en materia de derechos sociales, pasando de largo el origen del constitucionalismo social en Méjico (con la Constitución de 1917) y la zaga en ese terreno de otros muchos países de Latinoamérica en la primera mitad del siglo XX, mientras en Europa imperaban regímenes absolutamente antidemocráticos, fascistas (en Italia, Alemania, España, Portugal) o no (Francia, Inglaterra, Grecia, Austria).
Reivindicándose como la cuna del Estado de Bienestar, que en realidad respondió a la necesidad del Capitalismo de levantar una barrera que impidiera el avance del comunismo y que benefició a la población europea en base a la expoliación de los países del Tercer Mundo. A la vez que se demostró, luego de la caída del socialismo real y de la bipolaridad mundial, como una anomalía del sistema Capitalista que es salvaje por naturaleza.
El reciente descubrimiento del llamado populismo como una alternativa ideológica enriquecedora de una Democracia más afín con la instauración de gobiernos por y para el Pueblo, que seduce a buena parte de la intelectualidad de la “izquierda” europea, prescinde de sus mentores oriundos de América y de los procesos que en esta Región desde hace ya muchas décadas han llevado a la práctica política procesos de esa índole.
Es hora de dejar de fijar nuestra mirada al otro lado del Atlántico
Ha sido recurrente en Latinoamérica –tal denominación también lo denota- el estar pendiente y dependiente de las ideologías que se nos proponen desde afuera de nuestras realidades, idiosincrasias y experiencias en la configuración de las nacionalidades, vulneradas por el coloniaje.
Una expresión muy conocida pero por demás elocuente, es la de referir nuestros orígenes como el ser “descendientes de los barcos”, provenientes de Europa por supuesto.
La convulsionada escena mundial nos conmueve con acontecimientos como el de los “indignados” o la aparición de “Podemos” en tanto nueva fuerza política progresista, en España. Otro tanto ocurre con las manifestaciones de los “chalecos amarillos” en Francia, cuya concreta identificación ideológica y eventual capitalización política es por ahora incierta.
Las redes sociales en Argentina dan cuenta de una suerte de embelezamiento que esos fenómenos generan en los sectores progresistas y en las izquierdas, que con frecuencia las plantean como contrapartida valiosa frente a las prácticas políticas locales y las proclaman como dignas de emulación.
Sin menoscabar movimientos de esa especie, ni prescindir de los aportes intelectuales y los debates que a partir de ellos se verifiquen en aquellas tierras, es preciso situarlos en clave geopolítica y de su propia historicidad.
En tanto se trata de sociedades constituidas como parte del primer mundo colonialista, con realidades atravesadas por una inmigración indeseada que es producto de migraciones compulsivas provocadas por sus propios gobiernos, en donde van emergiendo expresiones nacionalistas basadas en la xenofobia y que pueden desembocar en procesos similares a los que ya vivieran en las primeras décadas del siglo XX.
Tampoco podemos prescindir de la valoración de las luchas que han llevado adelante nuestros Pueblos, las exitosas resistencias frente a diferentes autoritarismos y las conquistas alcanzadas en procura de una mayor igualdad. Para lo cual se ha recurrido a expresiones y formas de organización política que no se acomodan, ni son inteligibles en función de categorías eurocéntricas.
El apego a interpretaciones fundadas en concepciones y realidades que nada tenían que ver con los procesos populares que vivía nuestra Región, llevó a denostar expresiones nacionalistas que reivindicaban nuestra soberanía, anteponiéndoles una rara combinación de propuestas liberales y de izquierda en sintonía con las demandas imperialistas en tiempos de las dos Guerras Mundiales, que tenían su centralidad en Europa como teatro de operaciones.
No se trata de forzar analogías, pero sí de estar advertidos de tamaños desencuentros y de su impacto en el afianzamiento de salidas disruptivas de las dependencias que padecemos, entre las que cobra un relevante lugar la dependencia y colonialismo cultural.