Cuando las crisis y el malestar social son algo de todos los días, se tiende a perder la perspectiva acerca de cómo estar mejor. La desesperación, la intolerancia son los comodines que se juegan para canalizar y socializar las frustraciones donde la queja y la denuncia son las fórmulas preferidas para señalar una mala práctica. Y donde la propuesta, la relativización y el pensamiento crítico quedan relegados.
Manifestaciones como la movilización de #NiUnaMenos o la performance postporno en la Academia ponen en la mesa de debate e instalan la discusión sobre el modo en que son concebidas las relaciones entre los géneros, los roles de cada uno de los géneros asume. Se constituye una preocupación social y la sociedad (es decir, todos nosotros y no un constructo aislado hacia el cual depositar las frustraciones) empieza a hacerse preguntas al respecto.
En este afán de repensar las sexualidades y el género nada es más efectivo que el ejercicio de relativizar para comprender al otro. Y por suerte, en el mundo podemos encontrar ejemplos de comunidades que viven su sexualidad y relaciones de género de manera diferente, lo cual facilita la comprensión de lo que sucede al interior de nuestra propia cultura social ya que al lograr entender al otro en sus prácticas e identificarnos como semejantes o diferentes, podremos reconocernos y repensarnos a nosotros mismos como comunidad: la alteridad/otredad define a la mismidad, este es una de las premisas básicas de la antropología social.
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De Argentina emprendemos un viaje imaginario a África Central (Camerun, Niger, Nigeria) lugar con el cual la queja popular suele posicionarnos irónicamente como análogos cuando se piensa en los índices de la inflación o la corrupción institucional, por ejemplo. Pero en esa región pasa algo de lo que podemos aprender con respecto a los roles de género. La comunidad Woɗaaɓe, habitantes nómades de la región Sahel y adscriptos al islamismo desde el siglo XVI, se emparentan con la tribu Fulani y el Fula es su idioma. Practican la poligamia donde las mujeres pueden elegir a los hombres con los que deseen juntarse estando tanto solteras como casadas, práctica que es regulada y celebrada en un ritual donde los hombres pasan seis horas pintándonse la cara con arcilla roja, delineador negro en los ojos y lápiz labial para resaltar sus labios. Durante el desarrollo de esta práctica que se lleva a cabo en el mes de Septiembre, la mujer opta por "ser tomada" por el hombre que elige, y luego deja a sus marido si así lo desea. Las mujeres que desean esto esperan a que su elegido pase por delante de ella luego de la danza ritual de cortejo (que se hace más intensa cuando la competencia entre hombres es mayor) para tocarlos en el hombro en símbolo de su elección. Este gesto redunda en movilidad social al confirmar una satisfacción narcisista por parte del hombre elegido tanto por las mujeres como por los demás hombres, en signo de admiración. Debido a que la belleza física es de gran importancia entre los Wodaabe, un marido que no es particularmente atractivo permitirá a su esposa elegir a un hombre más atractivo y quedarse embarazada de él para que luego ella dé a luz un niño hermoso.
El ejemplo de los Wodaabe no responde, entonces, a una práctica machista ni tampoco a una feminista como la conocemos al no erigirse desde un lugar de reclamo o de reivindicación. En ellos se trata de una práctica cultural y tradicional que ordena y regula su vida social, donde los tabúes regulan otros aspectos de su vida social y los respectivos de las sexualidades y los géneros son propiedad de los hombres de la comunidad.
De este modo, los diversos roles de género y cómo ocurre la relación con la variedad de sexualidades presentes en la sociedad responden a normas sociales que se dan dentro de un contexto histórico particular de cada comunidad, en un marco específico que requiere un modo de organización y regulación que exige su propio funcionamiento social y que a nivel estructural representa un universo simbólico complejo que de la sentido a sus prácticas contribuyendo a este ordenamiento social. Lo hacemos todos en nuestras respectivas comunidades, entendiendo, discutiendo y hasta rechazando un statu quo que deja un sector sojuzgado frente a otro dominante, gracias a lo cual podemos replantearnos nuestra propia cotidianidad.