“Pandemia y crisis global… ¿receta global?, ¿Qué hacen los países frente a la pandemia?” es el título del trabajo publicado en estas horas por el CEPA (Centro de Estudios Políticos Argentino) que dirige Hernán Letcher, economista recientemente designado presidente de la Comisión Nacional de Comercio Exterior. En el mismo texto se hace referencia a la nota editorial del prestigioso periódico británico dedicado a los negocios “Financial Times” del 3 de abril último. Dice el editorialista: “Los gobiernos tendrán que aceptar un papel más activo en la economía... Deberán concebir a los servicios públicos como inversiones en lugar de pasivos, y buscar formas de hacer que los mercados laborales sean menos inseguros. La redistribución volverá a estar en el orden del día”, para agregar “las políticas hasta hace poco consideradas excéntricas, como los impuestos sobre la renta básica y los impuestos sobre la riqueza, tendrán que estar en la mezcla”. Todo el texto del CEPA está dedicado a describir el proceso de intervencionismo estatal redistributivo que recorre el mundo, sobre la base de la pregunta acerca de la diversidad de recursos (“espaldas”) de los que cada estado nacional dispone para afrontar la emergencia.
¿Eso significa que “el futuro ya llegó” y se terminó la época mundial del neoliberalismo iniciada en los años setenta del siglo pasado y mundialmente triunfante después de 1989? Para no apresurarnos en el diagnóstico del “fin de la historia” neoliberal, conviene recordar que en 2008, los estados centrales se iban inclinando hacia un punto de vista análogo. Y todo terminó en una descomunal inversión estatal para el rescate de los mismos grupos financieros responsables de la debacle de entonces. Como siempre, la cuestión es política. Y solamente desde la política puede entenderse la feroz resistencia que en nuestro país mantienen los grupos de poder económico contra las medidas del estado para enfrentar la pandemia. No solamente sienten que pierden dinero (estas espaldas son muy anchas, aun en un país material y culturalmente devastado en los últimos cuatro años como el nuestro). Sienten que la tierra se abre debajo de sus pies. La legitimidad del Estado equivale para esos sectores a un desastre peor que la pandemia.
Justamente, es la cuestión del poder estatal la que está en juego. Y el marco teórico establecido alrededor de esta cuestión en los últimos treinta años entró en crisis. Ese marco es el de la “democracia liberal” como punto de llegada de la evolución social y, política de la humanidad. El nombre está muy bien elegido. Democracia liberal evoca un mundo en el que el gobierno es elegido en comicios libres y limpios y los derechos individuales son estrictamente respetados. Después de procesos dictatoriales con alto nivel de criminalidad como venían, entre otros, los países de nuestra región, la alusión a la soberanía popular (electoral) y a los derechos individuales no podía sino impactar en la conciencia colectiva. El discurso de Alfonsín previo a la elección de 1983 es una de las referencias más conspicuas de ese impacto, a lo que hay que sumar que el entonces candidato colocaba también la cuestión social en el centro de su mensaje.
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Mientras tanto, el capitalismo “realmente existente” de aquella época imponía una regla nunca escrita en la constitución de ningún país: los intereses del gran capital son intocables. La tasa de ganancia de la burguesía más concentrada y globalizada no está expuesta al imperio de la voluntad popular y tiene preeminencia sobre cualquier derecho a la libertad de los individuos. Es decir que soberanía popular y libertad individual están plenamente subordinados a la “seguridad jurídica” del gran capital. Y el resultado es una civilización absolutamente sometida al reinado de la mercancía. La “democracia liberal” desembocó así en el reino del “capital humano”; el único juego legítimo de la vida pasa a consistir en adquirir y acumular recursos materiales y culturales para sobrevivir en la lucha de todos contra todos; a escala individual, nacional y mundial.
El coronavirus no fue “un rayo en cielo sereno”, según la frase de Victor Hugo que le gustaba citar a Marx. La pandemia es, efectivamente como titula el documento del CEPA, global. Así lo revela el macabro espectáculo de la “tabla de posiciones” diariamente actualizada que contabiliza muertos e infectados en cada país como si evaluara el rendimiento de los diferentes equipos nacionales en una competencia deportiva. Pero no solamente es global por el hecho de que se difunde en todos lados. Es también global por su esencia. El virus es inconcebible en su realidad si no es en un mundo de 7400 millones de seres humanos, una gran cantidad de los cuales se desplaza periódicamente de un lugar del globo terráqueo a otro relativamente lejano casi sin ningún control público. Justamente el control es la palabra clave. Es el escándalo del filósofo coreano Byung-Chul Han,que se escandaliza porque en la República Popular China fue posible una batalla exitosa contra la pandemia por el gran control que el estado ejerce sobre sus habitantes. Posible, se entiende, por el carácter “autoritario” de su régimen político. La idea de control tiene su lugar en la corriente dominante de la teoría política. Cuanto menos control, mejor “calidad de la democracia”, según el termómetro utilizado en los grandes centros de poder globales. El control solamente es bueno cuando se expresa contra resistencias colectivas, en caso de huelgas “ilegales”, ocupación de calles o desobediencias civiles; todo lo que esa misma corriente ideológica, habitualmente vestida con el ropaje de la “ciencia política”, llama ahora “populismo”. A propósito del control, sería bueno aprovechar la cuarentena para pensar e investigar un poco cuánto control ejercen sobre nuestras sacrosantas “libertades individuales” agencias privadas completamente legitimadas y dedicadas a organizar los vínculos electrónicos entre individuos. Conocen todo de nosotros. Y usan esos conocimientos para manipular nuestras conciencias a escalas insospechadas. Cada tanto nutren de información a gobiernos como el de Macri, o son utilizadas por buchones como D’alessio (al servicio de la “justicia” de Macri). Al capitalismo de casino no le faltan controles cuando de lo que se trata es de la subordinación de la vida a las necesidades del poder del gran capital. Bienvenido entonces un poco de control ejecutado por agencias que, bien o mal, directa o indirectamente, están a tiro del voto ciudadano. Conocemos sus nombres, sabemos de sus vidas, mientras que de la mayor parte de los superpoderosos controladores del capitalismo no sabemos casi nada.
Ahora de lo que se trata es de ejecutar el “populismo” que sugiere el Financial Times. Y convertirlo en un viaje solamente de ida.