Al menos 128 personas fueron asesinadas ayer en seis atentados terroristas simultáneos en París. La policía francesa supone que todos los atacantes están muertos. Siete se suicidaron con bombas al tiempo que seguían aumentando la cantidad de bajas en la población y uno fue muerto por un disparo de las fuerzas de seguridad.
Si bien todavía se desconoce la identidad de cada uno de los atacantes, algunos medios como la BBC ya hablan de que al menos uno de los atacantes era un ciudadano francés. Por la magnitud y simultaneidad de los atentados, resulta evidente que tuvieron que haber participado muchas más personas en la organización y logística, a diferencia de lo que ocurrió en el atentado contra la revista Charlie Hebdo, perpetrado por un comando pequeño.
Este contenido se hizo gracias al apoyo de la comunidad de El Destape. Sumate. Sigamos haciendo historia.
Los atentados de ayer en París pueden convertirse en un parteaguas histórico, similar a lo que fueron las Torres Gemelas para Estados Unidos en el 2001. La razón es que la complejidad que supone poder asestar seis atentados simultáneos en una capital del Primer Mundo, altera los cálculos de seguridad interna y, por sobre todas las cosas, la percepción del miedo entre la población.
El resultado inmediato de estos atentados no será el refuerzo de las banderas de libertad, igualdad y fraternidad, por más que millones de franceses salgan a manifestarse en ese sentido en las próximas horas.
Al igual que ocurrió con los atentados del 11 de septiembre de 2001, el paso siguiente será aumentar los controles internos a su propia población, militarizar la seguridad pública y reforzar los patrones racistas y anti islámicos del estado francés.
La razón es que, aunque Hollande diga que "es una guerra", se trata de una guerra muy particular, que no tiene un ejército enfrente, sino que los "combatientes" que cometen los atentados son -al menos en muchos casos- ciudadanos franceses. Los hermanos Kouachi, que perpetraron la masacre contra Charlie Hebdo habían nacido y se habían criado en la misma ciudad que el caricaturista asesinado Stephane Charbonnier.
En pocas semanas, habrá elecciones regionales en Francia. Antes de estos atentados, el Frente Nacional de Marine Le Pen ya aparecía liderando las encuestas. Le Pen ya salió a pedir la "expulsión" de la inmigración irregular y el "cierre de mezquitas". Cabe suponer que su discurso anti inmigración y anti islámico termine de catapultarla como la dirigente más valorada por los franceses.
Salgamos de las fronteras francesas. El próximo atentado puede ocurrir en cualquier otra capital o ciudad europea, americana o de Medio Oriente (donde ocurren atentados casi a diario, pero que por distintas razones, tienen un poder de sensibilización menor).
El arco histórico entre los atentados del 11 de septiembre de 2001 y los de ayer en París, nos dejan frente a la evidencia de cómo luchó Occidente contra el terrorismo durante estos 15 años.
Por un lado, una evidente merma de las libertades ciudadanas de las propias víctimas potenciales (los habitantes de los países del Primer Mundo) y por el otro, una guerra espasmódica contra un otro apenas definido: "árabe", "musulmán", "islámico radical", etc.
Ese otro terrorista fue mutando, de Al Qaeda pasamos a ISIS, y en el medio las potencias occidentales se cargaron a Sadam Hussein y Kadaffi, terribles dictadores, pero cuyos gobiernos no tenían vínculos con el extremismo islámico.
A esa lista, se agregó hace dos años al presidente Sirio, Al Bassar, otro líder flojo de papeles democráticos, cuyo país está sumido en una guerra civil desde entonces.
Pero el punto es este: La relación entre la caotización de todos estos países y el fortalecimiento de los agentes terroristas. Es un hecho incontrastable que el Estado Islámico se para sobre las ruinas de Irak, Siria y Libia. Y desde allí entrena, financia, adoctrina y coordina a los jóvenes islámicos franceses que luego vuelven a cometer atentados a sus países.
Desde ya que Hollande no es responsable de los atentados sangrientos, como algún análisis trasnochado plantea por estas horas. Tampoco tiene sentido el relato de un "Occidente" que recibe la factura por su fechorías imperialistas. Esa linealidad enceguece y repite el patrón de división draconiana de "fieles" e "infieles" del terrorismo islámico.
Se trata de comprender que la única lógica es una política exterior de las potencias occidentales que apuntalen a los estados nacionales en Medio Oriente -aún de los regímenes que no les gusten- en vez de seguir armando a los "opositores moderados" o "freedom fighters", como se hizo en estos 15 años.
La razón es de pura conveniencia: con un estado que controla su territorio se puede acordar, pactar o, incluso, hacer la guerra entre ejércitos. Contra el terror, no.