“El campo siempre llora”, dijo alguna vez Raúl Alfonsín durante su presidencia. Mauricio Macri nunca fue tan tonante frente a su propia clase. A lo sumo suele referirse a las interferencias del “círculo rojo”, que algunas veces aparece como el núcleo más cerrado del poder económico y otras se extiende a todos los sectores politizados que participan de la formación de opinión pública. Pero esta semana el ministro de Producción, Francisco Cabrera, dejó de lado los eufemismos y fue tajante. Pidió a los empresarios de la Unión Industrial Argentina (UIA) que “dejen de llorar e inviertan”.
Luego, tanto el ejército de troles oficialistas como los operadores mediáticos más entusiastas se encargaron de remarcar el apoyo presidencial a las declaraciones del ministro. “Llorar” aparecería entonces como el común denominador de los distintos sectores empresarios en su dialéctica con el poder político. No solo llorarían los trabajadores, que pierden ingresos frente a la inflación, ni los desocupados que no los tienen, sino que todos pondrían su parte. No es así como funcionan exactamente las cosas, pero acerquemos la lupa para ver qué hay de cierto.
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En un Gobierno que ubica a la comunicación en el centro de la gestión las expresiones de Cabrera no fueron una voz suelta, sino parte de una estrategia. En concreto, la evidente profundización clasista de la política económica -con picos en la poda de jubilaciones, la voluntad de poner techo a las paritarias y la profundización de los aumentos tarifarios- fue acompañada por una violenta caída en las encuestas que demanda ser contrarrestada frente a la opinión pública.
En consecuencia, la novel estrategia de marketing gubernamental comenzó a expresarse en la apertura de una agenda “progresista” en materia de derechos civiles. Se trata de demandas no necesariamente sentidas, como lo ejemplificó el propio Macri, “el feminista menos pensado”, cuando habilitó la discusión por la legalización del aborto al mismo tiempo que se expresó en contra y “a favor de la vida”. Así, un gobierno que abunda en funcionarios vinculados a las posiciones más ultramontanas del Opus Dei, intenta regresar a los tiempos de campaña, cuando pretendía ser identificado con la tradición de los “liberals” estadounidenses, antes que con el conservadurismo genético que lo constituye.
Sin embargo, como las actuales políticas económicas afectan directamente al aparato productivo, también comienzan a generarse reacciones en una porción de los dueños del capital. Especialmente los que no integran la conducción que hoy ejerce el sector financiero. En este contexto, enfrentarse transitoriamente con la UIA significa hacerlo con un enemigo discursivo perfecto, los empresarios asociados a los favores públicos y que crecieron, como la fortuna presidencial, al calor del aparato de Estado. Visto desde fuera, el espectáculo es el de un gobierno de ricos enfrentándose con los ricos. El Presidente traicionaría finalmente a su clase y demandaría a los capitalistas locales que actúen de acuerdo al espíritu de la ética protestante: esfuerzo e inversión. Ergo, señores de todas las clases medias, vean que el de Cambiemos no es precisamente un gobierno de ricos. Si hay algo que nunca podrá negarse al actual oficialismo es su creatividad comunicacional y su inagotable capacidad de seguir sacando conejos de la galera.
Pero no todo es comunicación. Las tensiones económicas al interior de la burguesía son un hecho y seguirán profundizándose. La conducción del sector financiero transnacionalizado no contiene a todos. La contradicción principal es finanzas versus producción, pero también comienza a preocupar el sostenido estancamiento del mercado interno, lo que provoca disidencias y realineamientos con miras a 2019. No es casual que Macri recrimine a parte de los empresarios la pasada sumisión a Guillermo Moreno o el acompañamiento a Daniel Scioli en 2015. Tampoco sorprende que el poder judicial haga seguidismo apresando a un ex titular de la UIA durante la administración anterior. Pero lo más llamativo es que el oficialismo recrimine a los empresarios la falta de compromiso con las políticas que los favorecen, las que son reconocidas en el exterior, pero no en la aldea, todo un síntoma.
No obstante, resulta difícil identificar a la UIA como los intereses de “la industria argentina”, conjunto que es en sí mismo altamente heterogéneo. La UIA es en realidad un colectivo amplio del que no sólo participan industriales propiamente dichos, como los titulares de las multinacionales Arcor y Techint, con gran influencia en su conducción, o de las terminales automotrices, sino un conjunto de hombres de negocios con intereses diversificados en todos los sectores de la economía, desde el llamado a campo a las finanzas y la logística del comercio internacional, importador y exportador. Esta diversificación define cabalmente a la cima de la pirámide de las clases dominantes locales y, en consecuencia, vuelve difusa la identificación de intereses específicamente sectoriales.
El presunto lugar común del llanto, de unificación en el momento del lamento, reflejaría más bien la falta de contradicciones de la burguesía local que, en su diversidad, conserva un núcleo indiferenciado de intereses comunes. A saber, que el Estado sea capaz de proveer los dólares que no alcanza a generar el comercio exterior, mantener a raya la puja distributiva en detrimento del salario y sostener en el tiempo un peso decreciente del sector público a fin de abaratar su costo y limitar su poder.
La satisfacción de estos tres frentes será esta semana la base del armisticio UIA - Gobierno tras la algarada de declaraciones publicitarias. Es difícil que ningún empresario en su sano juicio haya creído alguna vez en la promesa de la lluvia de inversiones extranjeras como motor del crecimiento, menos aun cuando el uso de la capacidad productiva de la industria local sigue estancado en torno al 60 por ciento. ¿Para qué invertir cuando todavía un piso de un tercio de la capacidad instalada se mantiene ociosa? ¿Por qué vendrían inversiones extranjeras a un mercado estancado? Las ambiciones empresarias son hoy más modestas, cuidar lo que hay, disputar mercado con las importaciones e intentar bajar costos por el lado de los salarios y los impuestos. Nadie espera una revolución productiva, apenas mejorar la tasa de ganancia. Animal spirit.