El derrumbe de los mercados financieros globales ocurrido el pasado 9 de marzo, acompañado de la caída del precio internacional del petróleo y la virtual parálisis de actividad que implican las medidas preventivas para enfrentar la pandemia del COVID-19, pusieron en la superficie el conjunto de debilidades que atraviesa la economía del planeta desde el crack del 2008.
La retracción del consumo y el movimiento económico general que implica esta suerte de estado de sitio continental impuesto por el contagio masivo del virus, demolió la frágil demanda efectiva en la que se desenvuelve la economía en la última década, rompiendo consecuentemente con el precio del insumo más difundido, el petróleo, y el valor de los activos financieros soberanos y privados.
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Desde la caída del Muro de Berlín hasta la crisis financiera del 2008, el mundo experimentó un fuerte crecimiento económico a tasas promedio del 4,8% anual, que sirvió para legitimar los modelos de libre mercado en todo el orbe. La crisis marcó una interrupción de ese sendero y la tasa de evolución del PBI fue del 1,9% promedio anual desde el 2009 al presente. Siendo importante destacar que el aporte esencial a esa tasa positiva lo hicieron las economías asiáticas, lideradas por China.
El estancamiento de las economías desarrolladas de Occidente con bajas tasas de crecimiento ocurrió debido a la ausencia de políticas explícitas en esos países de recuperación concreta de la demanda efectiva.
La crisis de las subprime nunca fue resuelta porque las decisiones de política económica se orientaron a dar liquidez al sistema financiero de modo de impedir su quiebra. Como se observa, la política monetaria expansiva primó sobre la política fiscal: el objetivo se centró en mantener tasas de interés negativas respecto del nivel de precios para que, paulatinamente, el endeudamiento de empresas y familias se fuera licuando con el tiempo. La forma de resolver la crisis mantuvo el sistema previo desde una fuerte emisión de moneda.
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Este esquema permitió sostener el conjunto de activos financieros globales, pero expandió muy poco la economía real; consecuentemente, este desequilibrio entre activos financieros y bienes físicos, es el que vuelve a eclosionar en el presente cuando un virus (imprevisto o no, según las teorías conspirativas) rompe la dinámica de producción y consumo, y la actividad languidece.
El “cisne negro” que aparece con el coronavirus sincera la fragilidad global y deprecia todos los títulos valores representativos de deuda soberana y de participaciones en empresas, habilitando movimientos de “compra hostil” de esos papeles para presionar a naciones y al sector privado, concentrando aún más el poder económico.
Tanto Estados Unidos como China han impulsado desde sus estados movimientos de estas características. El gobierno chino ha ordenado a los fondos estatales adquirir la participación accionaria de las empresas extranjeras que cotizan en la bolsa china, y la reserva federal de Estados Unidos ha lanzado un programa de expansión monetaria (facilidades cuantitativas) destinado a comprar títulos valores depreciados para impedir el deterioro de su sistema financiero y proteger el carácter nacional de la economía estadounidense.
Este “cisne negro”, el coronavirus, acelera el proceso de protección económica nacional que había iniciado el presidente norteamericano Donald Trump desde el comienzo de su mandato. El estancamiento económico general, la retracción del intercambio comercial global y la necesidad de apuntalar los propios mercados internos, están profundizando las guerras proteccionistas, de monedas y el dislocamiento de los tratados de libre comercio, que se venía produciendo desde mediados de la presente década.
Todos los líderes mundiales han hablado de mayor intervención estatal para enfrentar el escenario, en el cual difícilmente el deterioro de una economía nacional pueda ser resuelto desde flujos comerciales y/o financieros del exterior.
Hasta la dura líder de la Unión Europea, Ángela Merkel, ha hablado de déficit fiscal y emisión monetaria, teniendo presente que ese bloque se evidencia como el más impactado por la presente crisis en un contexto de resquebrajamiento previo, cuyo pico fue el abandono de Reino Unido en lo que se conoció como BREXIT.
Nacionalismo económico, continentalismo y regulación estatal emergen para salvar a un capitalismo en crisis. No parece haber espacio para planteos globalizadores y/o aperturistas.