El lenguaje inclusivo y la discriminación, presentes en el Congreso de la lengua española

30 de marzo, 2019 | 18.41

“Aquel de ustedes que no tenga pecado, que le arroje la primera piedra” es una frase muy usada del Evangelio según San Juan y la frase no perdió vigencia.

Hoy en día pocas personas se presentan abiertamente como racistas o discriminadoras y, en gran medida, se debe a las terribles masacres producidas en el siglo XX que han marcado la historia contemporánea, y a los grandes avances internacionales en materia de derechos humanos.

De todas maneras, la discriminación tiene múltiples formas, no siempre perceptibles a simple vista, como la colocación de máquinas de Coca-Cola separadas para blancos y negros como sucedía en Estados Unidos hasta los años 60 del siglo pasado. En ese entonces se permitían publicidades abiertamente discriminatorias. Hoy, en algunos países, el Estado cumple un rol central para evitarlo aunque todavía se permiten publicidades sutilmente discriminatorias y no tan burdas como en otras épocas.

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El problema, si es que se puede pensar en un “problema”, es que las categorías discriminatorias se han ampliado y ya no se trata meramente de persecuciones contra grupos religiosos, étnicos, raciales o de minorías nacionales.

Las definiciones se han modificado, en gran medida por los fuertes contenidos discriminatorios en numerosas palabras y la búsqueda de la identificación propia. Es lo que ha pasado con la palabra “negro” en Estados Unidos y su reconversión “políticamente correcta” hacia “afroamericano”, pero también con la apropiación positiva de la palabra “negro” entre la población negra frente la estigmatización de los blancos.

Es que la lengua no es neutra y nunca lo ha sido.

En 2004, el politólogo estadounidense Samuel Huntington publicó su polémico libro ¿Quiénes somos? Los desafíos a la identidad nacional estadounidense con preguntas que interpelan no solo la identidad propia sino también la relación hacia los otros y las otras. Y si incluimos “las otras” es porque la historia de discriminación hacia las mujeres incluye el lenguaje en numerosos idiomas. No es casual que el debate sobre el denominado “lenguaje inclusivo” apareciera en el VIII Congreso Internacional de la Lengua Española que se realiza en estos días en Argentina, organizado por la Real Academia Española (RAE) y el Instituto Cervantes. Y nos podríamos preguntar por qué en el comité académico que lo organiza hay 27 hombres y apenas 8 mujeres, y en la comisión de honor presidida por el presidente de Argentina, Mauricio Macri y el rey de España, Felipe VI, hay 15 hombres y apenas 1 mujer. ¿Nadie se percató de esta diferencia?

No parece y las pruebas están a la vista. La RAE justamente es una de las instituciones que más ha combatido el lenguaje inclusivo y que —por ahora— se opone a la utilización del “todes” que busca incluir a más personas. Amén del debate que pueda existir en el castellano sobre la utilización de “todos y todas” o “todes” al escribir o hablar, en el fondo este debate también interpela a quienes hacemos periodismo porque nos obliga a reflexionar acerca de nuestras propias herramientas discursivas cada vez que mencionamos grupos humanos o noticias que provienen de tal o cual lugar. ¿Acaso no discriminamos también cuando informamos? Son preguntas, simplemente para recordar aquello de que arroje la primera piedra quien esté libre de pecados.

Nota publicada en CNN en Español